PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Quedar sin fondos

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: Spotify https://open.spotify.com/episode/34QNh19rxr90hcfqVoFqg1?si=XH3TUUdMSduQJLbH-iUd7w Opción 2: Anchor El jueves próximo, 28 de julio, a nuestro planeta se le acabarán los fondos para cubrir los gastos anuales de nuestra humanidad. O sea, a partir de jueves próximo todo el gasto de recursos biológicos, animales y vegetales que consumamos, será mayor que la capacidad planetaria de reponer ese consumo. Todo lo que consumamos hasta el 31 de diciembre lo quedaremos debiendo, con la esperanza de que más adelante la producción natural de alimentos pueda quizás aumentar. Es el proceso que los ecologistas han llamado “The Overshoot”, en inglés. O sea, el “Sobregiro”, equivalente a firmar un cheque a fecha que, por ahora, no es más que un cheque sin fondos. La humanidad quedará viviendo al fiado, pues ya se gastó, en los primeros 6 meses y medio, todos los recursos que el planeta puede regenerar en un año entero en forma natural. El déficit generado por el consumo excesivo pasa a ser cubierto mediante agotamiento de los recursos naturales que quedan sometidos a procesos de explotación artificial cuyo efecto es acumulación de anhidrido carbónico en la atmósfera y vertido de residuos químicos en las aguas de lagos y ríos que desembocan en el mar, en donde comienzan a crear zonas de aguas muertas y sin oxígeno. La fundación Internacional “Huella Global”, con sede en California, Estados Unidos, reúne a casi un centenar de las más importantes organizaciones mundiales abocadas al manejo del medio ambiente, y cada año emite el informe “Overshoot” (o sea “El sobregiro”) que determina la fecha en que la carga de explotación y consumo supera la capacidad natural de reponerse en cada zona del planeta, lo que se traduce en un deterioro acumulativo del ambiente ecológico. Basado en el estudio y el análisis de más de 1.500 datos muy concretos sobre producción y consumo de bienes en cada lugar del mundo y en cada grupo social, los informes de la fundación Huella Global son decisivos en las políticas de economía sustentable de países tan diversos como Rusia, Alemania, Japón, Corea del Sur, Suiza, Indonesia y los Emiratos Árabes. Pues bien, el informe de este año señala que el peso del consumo humano sobre la capacidad de recuperación natural del planeta ya está llegando a un límite cercano al colapso, en momentos en que la población del planeta superó los 8 mil millones de habitantes, manteniendo un crecimiento anual del 1%. Es decir, un aumento cada año, de 80 millones de habitantes más...  80 millones, ¡cuatro veces más que el total de la población de Chile! Y, por supuesto, esa masa de millones y millones de nuevos consumidores exige la explotación de áreas productivas cada vez más grandes, en todo el planeta.   Para calcular la fecha en que cada año el consumo humano llega a superar la capacidad natural de producción en nuestro planeta, la Fundación “Global Footprint”, o “Huella Global”, se basa en un cuestionario muy sencillo y realista, que reúne datos como, por ejemplo: “¿Cuántas veces por semana Ud. consume productos animales, carne, huevos, leche, mantequilla, queso? ¿De dónde le llegan los alimentos que Ud. compra? ¿Dónde los producen? Su casa, ¿es de ladrillos? ¿Cuántas personas viven en su casa?... ¿Es “normal” el consumo de electricidad de su casa, es similar al consumo de sus vecinos?... ¿Cuánto de la electricidad que Ud. consume viene de fuentes renovables? ¿Bota Ud. una cantidad de basura similar a la que botan sus vecinos? ¿Viaja Ud. diariamente en vehículo, 5 o más kilómetros cada día? El vehículo de su familia, ¿rinde 7 o más kilómetros por litro de combustible? Todo el cuestionario es así, igual de sencillo. Y, oiga: si Ud. es un estadounidense o un europeo, y responde en forma igualmente franca y sencilla, el diagnóstico será que Ud. consume equivale a más de 9 veces el producto natural de nuestro planeta por persona. O sea, si los 8 mil millones de habitantes del planeta pudieran consumir lo mismo que una persona de clase media del mundo desarrollado, se necesitarían 9 planetas como el nuestro para abastecerlos. ¿Significa eso que 6 de cada 10 habitantes del planeta deben necesariamente vivir en condiciones de extrema pobreza? En realidad, lo que esas cifras implican es que para satisfacer la demanda del mercado es preciso estrujar hasta el agotamiento todos los recursos naturales, lo que equivale a producir el agotamiento definitivo y catastrófico de esos recursos, y con ello, por supuesto la degradación ecológica final sobre todo el planeta.     Fue en 1972 que un grupo de prestigiosos economistas y sociólogos hizo un planteamiento que resulta casi obvio para cualquier hombre de ciencia y cualquier técnico medianamente sensato, que dice: Que no puede haber crecimiento ilimitado en un espacio que es limitado. Que no puede haber crecimiento económico “infinito” en un planeta que obviamente es finito y muy finito. Fue el planteamiento que mostró que el crecimiento económico necesariamente debe tener un límite. Fue la tesis del “Límite del Crecimiento”, que de inmediato recibió la condena de los economistas del libre mercado, para quienes el desarrollo de la economía es básicamente venderle más y más cosas a una masa de más y más gente. De hecho, en estos momentos en que la población planetaria superó los 8 mil millones, todavía los súper millonarios como Elon Musk, y sus economistas neoliberales a sueldo, lanzan profecías agoreras contra la posibilidad de poner freno a la explosión demográfica. Anuncian la ruina de los mercados y el llamado “envejecimiento del planeta”, sugiriendo que la disminución de nacimientos va a volver más viejos a los demás humanos y al planeta entero, incluyendo a los niñitos. O sea, para esos neoliberales, parar la explosión demográfica es ponerle fin al crecimiento económico mundial. En tanto, por el contrario, las cifras respecto de la explosión demográfica sobre todo el planeta, incluyendo a los seres humanos, son más que alarmantes y muestran un nivel de peligro cada vez mayor y más cercano. De hecho, por ejemplo, el derretimiento de los hielos de la Antártica se ha acelerado pues el aumento de la temperatura de la atmósfera ya alteró los sistemas de vientos cálidos dominantes que ahora están centrándose en la península antártica, incluyendo la Antártida Chilena. Si llegara a fundirse la mitad de la masa de hielo, el nivel del mar se elevaría en 30 metros, devorando millones y millones de hectáreas de las mejores tierras agrícolas del planeta.     Pero en estos momentos las noticias, principalmente las que llegan de Estados Unidos y Europa, exhiben una crisis económica que reúne los efectos de una inflación dolorosa para el público consumidor, y además una caída inocultable de la producción industrial y el aumento angustiado del consumo de carbón para generar la electricidad indispensable para el funcionamiento de las fábricas. Es decir, un abandono de los compromisos ecológicos contraídos en todas las sucesivas cumbres climáticas mundiales. En todo el mundo desarrollado y en vías de desarrollo, está creciendo el temor de que la crisis económica y política generada por Occidente contra las potencias orientales pueda desencadenar no sólo una Tercera Guerra Mundial, que necesariamente implicaría el uso de bombas nucleares de alta potencia. Pero, además, una crisis ecológica que podría llevar a la extinción de la vida humana en el planeta. Sin embargo, los más importantes analistas científicos y estratégicos, de todos los sectores políticos del mundo, coinciden en que el desastre ecológico del medio ambiente planetario no llegaría a provocar la extinción de la especie humana. El profesor Michael Mann, distinguido investigador de ciencias atmosféricas de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, enfatiza que el desastre ecológico no extinguiría a nuestra especie, pero sí provocaría la muerte de muchos centenares de millones de seres humanos y la pérdida de la mayor parte de las tierras habitables. O sea, la catástrofe ecológica, aún si no hubiese guerra mundial, probablemente pondrá a la especie humana en un nuevo punto de partida, muy débil y muy empobrecido, pero posiblemente rico en enseñanzas sobre el nivel de estupidez suicida que pueden alcanzar los líderes políticos ebrios de poder. Muchos han recordado la insolente arrogancia que mostró el presidente Barack Obama, en su discurso al asumir el poder en la Casa Blanca, en enero de 2010, cuando dijo “Yo no aceptaré que Estados Unidos deje de ser el país más poderoso del mundo”. En ese primer discurso, el Premio Nobel de la Paz Barack Obama sintetizó la visión estratégica que Estados Unidos mantiene hasta nuestros días.     En tanto, en el resto del mundo, incluyendo nuestra modesta América Latina, comienzan a recobrar fuerza posiciones desafiantes que habían sido abandonadas por sucesivos gobiernos tímidos y anhelosos de congraciarse con Estados Unidos. De hecho, México, Brasil y Argentina, encabezan propuestas de reforma financiera que podrían llevar a la creación de una moneda única latinoamericana, posiblemente con respaldo en oro, orientada a independizar del dólar la economía regional. Ya la semana pasada, la prensa internacional quedó pasmada cuando los países del Mercosur rechazaron la petición del presidente ucraniano Wolodomir Zelenski, de pronunciar un mensaje, vía Internet, en que obviamente pretendía lanzar ataques de propaganda anti rusa. Los gobiernos de Brasil y Argentina expresaron categóricamente su rechazo a los intentos de Estados Unidos de crear un coro insultante contra Moscú, como antes hizo contra Cuba, contra Irán, Libia, Venezuela, Siria, Nicaragua… en fin. Al mismo tiempo, arrastradas por la tempestad de sanciones esgrimida por el presidente Joseph Biden contra Rusia, las naciones de todo el mundo han reiniciado sus proyectos de retornar a la energía nuclear reemplazando al petróleo. Un impacto especialmente fuerte tuvo la puesta en marcha de la central nuclear de Barakah, en los Emiratos Árabes Unidos, en el corazón de la producción petrolera, y la ya anunciada instalación de una central nuclear en Arabia Saudita.  O sea, apuntan claramente al reemplazo del petróleo por la energía nuclear. Y eso lo hacen los países petroleros. Y en Alemania, que después del desastre de la central nuclear japonesa de Fukushima había cerrado toda posibilidad de reabrir sus plantas nucleares generadoras de electricidad, ahora se ve obligada a recurrir a las viejas y polucionadoras centrales electrotérmicas a carbón, y nuevamente está, al parecer, considerando la posibilidad de reabrirlas. En tanto, y muy calladamente, el Japón ya comenzó a vaciar en el Océano Pacífico, las más de mil toneladas de agua contaminada de radiactividad del desastre de su central de Fukushima.   Así, pues, estamos frente a un paisaje de transformaciones surgidas de la urgencia y los desastres. Podríamos decir también que muchos de ellos son cambios que están surgiendo como producto inesperadamente bueno de gobiernos y estrategias que eran obviamente torpes. Como quien dice, del error, inesperadamente y casi por casualidad, puede estar surgiendo una realidad nueva y mejor. Volviendo al tema inicial, del planeta entero convertido en una especie de cheque a fecha, la Fundación Internacional Global Footprint se refirió también a la catastrófica explosión demográfica mundial, mencionando que, en estos momentos, son las mujeres, incluso las niñas jovencitas, las que tienen la fuerza de parar la superpoblación. Más aún, en una declaración documentada respecto de la ruina ecológica, la Fundación señaló que cada vez más son las que mujeres rechazan ser consideradas como meros “úteros reproductivos”. Se niegan a tener más de dos hijos y en muchísimos casos no aceptan más que un solo hijo y, a menudo también, ninguno. En cambio, cada vez más, optan por lograr un puesto de protagonismo en las ciencias y proyectos industriales y financieros. Así, pues, mientras, por un lado, el mundo parece estar perdido, por otro lado, parece
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