PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Rabia y muerte

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: archive.org Opción 2: Spotify https://open.spotify.com/episode/1nL1w9eQtd34TqNZppmw2q?si=Wxb5yCVxT4Oq_6LsW09DnA Justo cuando muchos gobiernos suponían que la pandemia COVID19 ya comenzaba a frenarse, una nueva ola de contagios, muertes y síntomas ha llegado con peligros más graves que los que conocíamos. Pareciera que el virus regresaba con rabia. De partida, ahora parece que no es sólo el aparato respiratorio el que se deteriora y provoca la muerte. Las evidencias obtenidas por las autopsias de las víctimas fatales parecen indicar que en realidad lo que mata a los enfermos es un colapso del sistema nervioso central, que paraliza la respiración. Peor aún, un informe entregado por la BBC de Londres, dice los análisis médicos señalan que el coronavirus invade el cerebro, los fluidos sexuales, el tracto digestivo y los riñones, y al parecer tiene efectos que perduran incluso cuando el enfermo parece recuperado. En cuanto a la propagación de la pandemia, se ha detectado también que el virus es transportado y puede contagiar a través de alimentos congelados, y en el agua de ríos, lagos, o incluso de piscinas insuficientemente cloradas. Prácticamente todos los gobiernos que estaban aventurándose suspender las cuarentenas y demás restricciones ahora están reaplicándolas con mano dura, y países más lerdos, como Colombia, están ahora frente a un calamitoso aumento de los contagios. En Texas, Estados Unidos, un fornido y exitoso administrador de negocios, de 30 años, quien afirmaba que eso de la pandemia es una exageración, fue a una fiesta y se contagió, el virus lo invadió velozmente y murió en menos de una semana. Sus últimas palabras fueron… “Creí que era mentira… Me equivoque´”.

Por supuesto, la furia de la pandemia está también enfureciendo a la gente. Unos más rápido y otros más lentamente, la gente va comprendiendo que prácticamente todos los gobiernos del orgulloso mundo desarrollado, en realidad estaban encabezados por gente incapaz de encontrar soluciones oportunas. También que, en su impotencia, la mayoría de los gobiernos estaba optando por imponer medidas de fuerza torpemente improvisadas que, aun cuando fueran útiles para frenar los contagios, se aplicaban con brutalidad y con mezquinas medidas para aliviar a los que iban quedando desamparados y, demasiado a menudo, en situación de hambre. Pero aún más rabia está sintiendo cada vez más gente, a medida que van comprendiendo que esta vez es prácticamente toda la clase política, o casi toda, la que está siendo derrotada y arrastra en su fracaso a sus propias naciones. De hecho, una multitud de sondeos de opinión está exhibiendo cómo crecientes números de personas de los más diversos estratos socioeconómicos y socioculturales admiten que ya no creen que realmente la pandemia va a pasar como otras pestes del pasado. De hecho la sensación prevaleciente es que ya nada volverá a ser como antes. De hecho, según una investigación periodística del diario Boston Globe, de Massachusetts, Estados Unidos, hay en estos momentos un verdadero movimiento social, de gente de clase media más bien acomodada que ha  abandonado las grandes ciudades, lo que implica abandonar desde ya las clases de yoga, los gimnasios de pilates y hasta los buenos departamentos y el alto tono de arte, diversión y vida social. Una pregunta ya muy repetida es “¿Vale la pena Nueva York?... ¿Vale la pena California?” Los que pueden hacerlo ya se han ido a los suburbios. Y ahí, a salvo de casi todas las penurias, enfrentan la posibilidad, o la certeza, de que después del COVID-19 ya nada volverá a ser como antes. Ni las modas ni los modales. Ni la educación, ni la economía. Ni siquiera la mismísima democracia podrá salir indemne de este flagelo que, hasta ahora, ni los mismos biólogos logran conocer del todo.

Entre los más bizarros “descubrimientos” de los que se van salvando del COVID, se cuenta el reencuentro con el fenómeno del comercio callejero, fíjese Ud., tan torpe y brutalmente perseguido por las apolilladas autoridades de antes de la pandemia. Ahora, incluso las más importantes publicaciones financieras están admitiendo que el pequeño comercio callejero es una fuerza que dinamiza la economía de base y hace circular enormes cantidades de pequeñas sumas de dinero real que proporciona satisfacción a necesidades reales de personas reales: desde colegiales hasta abuelitas, generando diminutas utilidades incluso a través de las propinas. La mismísima Reserva Federal de Estados Unidos admitió la semana pasada que la circulación de pequeñas sumas de dinero, incluyendo monedas que se usan en las máquinas expendedoras, es parte esencial del bienestar económico de la nación. De hecho, se ha mencionado insistentemente cómo, en China, el poderoso desarrollo económico de los últimos 25 años, implicó también una asombrosa permisividad para el comercio callejero así como la industria y la artesanía manual que prospera en todas las ciudades del país. Ojalá tuvieran suficiente cerebro esas autoridades chilenas que obsesivamente agreden a los productores de las ferias agrícolas, y que a menudo les arrebatan los productos que llevan a la venta.

Pero, para una gigantesca, innumerable mayoría, en todo el mundo, la sensación predominante es de rabia y desaliento, junto a una dramática falta de señales que marquen un rumbo hacia un futuro aceptable. De hecho, principalmente en Europa y Estados Unidos que se precian de ser los faros del periodismo libre y valiente, las empresas noticiosas, de prensa escrita, radio, televisión y servicios digitales, están hoy enfrentado una grave pérdida de credibilidad, que se traduce en pérdida de contacto real con la opinión pública. En enero de este año, se dio a conocer una gran encuesta de efectividad de sintonía de los canales de TV y los sitios web de Estados Unidos, y, fíjese, resulta que de los 10 sitios con más alta sintonía, 6 eran sitios dedicados a la pornografía. Ese debilitamiento de la efectividad periodística de los medios de prensa tradicionales aparece vinculada a procesos paralelos. Sobre todo, la adquisición de la propiedad de los medios por parte de las grandes sociedades anónimas, que constituyen una oligarquía en muchos aspectos similar a la que causó el derrumbe de la Unión Soviética. El control de los medios informativos ha llevado a que los contenidos de los espacios noticiosos vayan transformándose progresivamente en contenidos de propaganda a los dictados estratégicos de las llamadas “corporaciones transnacionales”. Un ejemplo estridente fue el poderoso coro noticioso lanzado inicialmente por el célebre diario The New York Times, en que se acusaba, como hecho real y verificado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que Rusia había ofrecido grandes premios en dinero a los talibanes de Afganistán, por cada soldado estadounidense que mataran. Fue necesario que el propio Ejército desmintiera cualquiera supuesto respaldo a esa afirmación. Y finalmente el mismo Times tuvo que admitir que, en realidad, se trataba de información de baja credibilidad emanada por la policía del gobierno afgano, y que habría sido obtenida mediante torturas no a talibanes sino a delincuentes comunes, y elaboradas a fin de generar oposición a la orden emitida por Donald Trump de retirar las tropas destacadas en Afganistán. Es decir, el supuesto “golpe noticioso” sobre la maldad de los “perversos rusos”, resultó no ser más que un subterfugio de un gobierno impopular que sabe que será derribado en cuanto se vayan las tropas estadounidenses.

Pero, incluso en el tratamiento de noticias reales, los medios controlados por las transnacionales emplean una narrativa tendenciosa más allá de la sincera perspectiva de opinión, que, naturalmente, debe tener cualquier medio. Por ejemplo, al informar acerca del gobierno de Venezuela, se da por supuesto de que el régimen encabezado por el presidente Nicolás Maduro sería “inconstitucional” y que el del diputado Guaidó sería “legítimo”, eso en circunstancias de que ambas afirmaciones son falsas. De allí que las encuestas políticas de Estados Unidos en realidad no resultan congruentes con las informaciones de la prensa respecto del gobierno de Donald Trump, que llega a sugerir que éste podría retirar su candidatura a la reelección en noviembre, ante la inminencia de su derrota. Frente a ello, los analistas más serios de ambos lados del Atlántico mantienen la opinión de que el resultado de las elecciones sigue siendo incierto. También resultó abrumadora la marea noticiosa sobre el enfrentamiento con caracteres de reyerta, entre militares de China y de la India en el valle de Galwan, una zona que ambas naciones consideran ser parte de su propio territorio nacional, reyerta en la cual murieron 20 militares indios. Agentes estadounidenses y británicos participaron activamente en movilizaciones populares de gran furia contra China en toda la India. De hecho se daba por supuesto que ambas enormes naciones, ambas dotadas de armamento nuclear, y ambas con más de mil millones de habitantes, estaban al borde de la guerra y, de hecho, sus relaciones comerciales y tecnológicas, se suponía, habían quedado destruidas por completo. Sin embargo, el viernes recién pasado, ambos gobiernos dieron a conocer el retiro de sus efectivos militares en aquella zona y el comienzo de negociaciones no sólo para llegar a un acuerdo fronterizo sino en términos de una vasta colaboración internacional hacia el futuro. En sendas conferencias de prensa, los cancilleres de Beijing y Nueva Delhi enfatizaron que ambas potencias saben que deben ser aliadas, asociadas hacia el futuro, y no dejarse manipular para servir los intereses de otras potencias. Es decir, una vez más la masa noticiosa difundida por la gran prensa occidental fue desmentida por los hechos netos. El costo de esa pérdida de credibilidad de la gran prensa occidental ha tenido un efecto muy debilitador para la capacidad de las bases sociales en términos de plantearse alternativas reales y factibles para un mundo “post COVID-19”.   Otro factor de incertidumbre sobre el fututo mundo “post pandémico” es el ostensible debilitamiento del derecho y la institucionalidad internacional, sobre todo en las Naciones Unidas, que se ha exacerbado durante el gobierno de Donald Trump. Aparte del desconocimiento unilateral de sucesivos acuerdos internacionales, Estados Unidos ya desconoció también las atribuciones de la Comisión de Derechos Humanos y del Tribunal Penal Internacional, y, ahora, se retiró de la Organización Mundial de la Salud, precisamente en circunstancias de que el mundo entero está clamando por colaboración científica y política para enfrentar la pandemia. De hecho, el jefe máximo de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, denunció abiertamente que Estados Unidos está destruyendo el multilateralismo. En una conferencia en el Centro Carnegie de Europa, el Alto Comisionado de Relaciones Exteriores señaló que, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo logró establecer un sistema de colaboración y de derecho internacional, que llegó a ser altamente eficaz durante toda la reconstrucción mundial de post guerra. Pero, ahora, señaló Josep Borrell, Washington nos dice a todos: “La alternativa es que soy el más fuerte y por eso impongo mis condiciones”. Ello aparece dramáticamente expuesto por la impotencia absoluta del Tribunal Penal Internacional, de hacer efectiva la denuncia presentada formalmente por Irán en contra del Presidente Donald Trump, pidiendo que la Policía Internacional lo arreste como criminal de guerra, por el asesinato del general iraní Qassen Soleimani. Según el relato de la jurista Agnes Callamard, relatora de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Presidente Donald Trump ordenó e hizo efectivo el asesinato de 10 seres humanos, en un país no beligerante, rodeados por personas inocentes y ajenas a cualquiera acción y no preparadas para enfrentar una acción armada internacional”. Es decir, indiscutiblemente se trató de un asesinato que rompió la letra y el espíritu del Derecho Internacional. Pero más allá del relato jurídico de Agnes Callamard, la ONU, la Organización de las Naciones Unidas, quedó en la plena desnudez de su impotencia.   En estos momentos, existe ya un incipiente movimiento, protagonizado principalmente por los llamados “milenaristas”, personas que hoy tienen entre 25 y 45 años, a los que se están sumando los movimientos juveniles convocados durante 2019 por la joven sueca Greta Thunberg y que ahora renuevan el llamado a escuchar a los científicos, a ser leales en defensa de los propios hijos, y defender el único planeta en que podemos seguir con vida. En una notable entrevista en su país natal, la joven Greta Thunberg señaló que hoy los seres humanos parecen estar mostrando síntomas no sólo del Coronavirus, sino también los síntomas propios de un alcoholismo avanzado. De hecho, según ella, una manera eficaz de recuperar nuestra capacidad de entender lo que está ocurriendo a nivel planetario, podría ser la metodología que utiliza la Organización de Alcohólicos Anónimos, para que las personas se libren del alcoholismo. En buenas cuentas, para lograr que los seres humanos podamos recobrar la capacidad de sentir el gusto por las demás personas, el asombro por la belleza, y la realidad de que se puede buscar felicidad sin que para ello tengamos que hacer que los demás nos envidien por las compras que nosotros hacemos. Nada de tonta la vikinguita, ¿verdad?

Así, pues, lo que tenemos en un futuro dramáticamente cercano es un desenlace de la tragedia COVID-19, y el desafío de hacer algo para humanizar ese futuro. Para los que saben suficiente inglés, hay un sitio web nuevo llamado “The Conversation”, que difunde artículos de autores altamente calificados, científicos, escritores y testigos que dan la cara, entregan las fuentes de sus informaciones y ponen valientemente en juego sus personas. El sitio es “TheConversation.com”. Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Y, claro, hay que atreverse a hacer lo necesario cuando nuestro destino como especie está en peligro de muerte.
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