Por Ruperto Concha / resumen.cl
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El miércoles pasado, en Suecia, la recién elegida primera ministra, Magdalena Anderson, del Partido Social Demócrata, renunció al mando supremo de su país a sólo unas horas de haber asumido. Eso, porque el Partido Verde, que le había dado la mayoría, súbitamente desertó de la alianza, por un desacuerdo no especificado, con ello la mayoría pasó al partido neonazi “Demócratas Suecos”.
Estos hicieron uso inmediato de su inesperada mayoría, de sólo 9 votos, para rechazar el proyecto de presupuesto presentado por el gobierno y aprobaron de inmediato otro en que eliminaban varios auxilios sociales, un aumento de las becas de educación, además de un aumento de los impuestos a las ganancias empresariales. En cambio, estos “Demócratas Suecos” neonazis aprobaron un suculento aumento de sueldos para los policías.
Los dirigentes del Partido Verde declararon ante la prensa que lamentaban mucho lo ocurrido, que se trató de un lamentable malentendido, y que, en una nueva votación, la próxima semana, restituirán su apoyo a fin de que Magdalena Anderson vuelva a ser elegida.
Pero, más allá del maniobreo político, lo que resulta impresionante es que, en estos momentos, en Suecia, los neonazis sean más poderosos que los socialdemócratas.
En Alemania, en tanto, el nuevo gobierno encabezado por el socialdemócrata Olaf Scholz, también está en alianza con el Partido Verde y ha designado a Annalena Baerbock, Verde, como ministra de Relaciones Exteriores.
Bueno, ya, antes de asumir su cargo, esta militante verde se mostró poco dispuesta a aceptar imposiciones que no le lleguen de su propio partido. Se mostró muy desafiante ante China, es contraria al abastecimiento ruso para Europa, pero a su vez, anunció que exigirá que Estados Unidos saque fuera de Alemania el arsenal de bombas atómicas que tiene acumulado ahí.
Como dijo un comentarista español… “¿será que los verdes más que verdes están inmaduros?”
En realidad, el panorama político mundial se muestra enredado en todas partes, se están produciendo situaciones de desgobierno, algunas con violencia. La Unión Europea en estos momentos encara posiciones duramente nacionalistas de gobiernos como Polonia, Hungría, Austria y Grecia, que parecen muy poco dispuestas a someter sus políticas de gobierno a las imposiciones de la administración burocrática de Bruselas.
Igualmente, en Francia, el actual presidente, Emmanuel Macron que está lejos de sentir segura su reelección el 10 de julio del próximo año, se encuentra ante una ultraderecha encabezada por Marine Le Pen, del Partido Nacional, y aparece con creciente respaldo por su postura nacionalista y su oposición a acoger a los inmigrantes.
En fin, las tensiones internas entre las naciones europeas están agudizándose al extremo de que muchos están considerando la posibilidad de que la Unión Europea resulte debilitada por el enfrentamiento de gobiernos cada vez más nacionalistas y autoritarios.
Igualmente, las nuevas crisis de inmigración masiva procedente de África y de Asia Occidental, han llegado a que los gobiernos de Gran Bretaña y Francia estén llevando sus relaciones a un tono de amenazas de carácter militar.
De hecho, el primer ministro británico Boris Johnson llegó al extremo de amenazar con enviar efectivos de sus ejércitos hasta las propias playas de Francia para poner fin al paso de inmigrantes ilegales a través del Canal de la Mancha.
Incluso en Estados Unidos se están sumando las voces de académicos y juristas que advierten una agudización de las tensiones políticas internas que, para muchos, están amenazando la gobernabilidad de Europa y la de su propio país.
En Asia Occidental, en el Cáucaso, en África y en América Latina, las presiones de Washington están alterando el quehacer político y llevando a crisis militares a menudo sangrientas.
Las elecciones del domingo 21 en Venezuela, bajo presencia de observadores internacionales de la Unión Europea, de las Naciones Unidas y varios otros países amigos, fueron un triunfo abrumador e indiscutible del gobierno bolivariano, que ganó 20 de las 23 gobernaciones del país.
De hecho, las principales agencias noticiosas internacionales, incluyendo la Reuters y la United Press, destacaron la participación de la gente y el buen funcionamiento del proceso electoral
Incluso los observadores más hostiles contra el gobierno del presidente Maduro se limitaron a señalar que “se detectaron muchas cosas que deberían haber sido mejores”.
Sin embargo, Estados Unidos, sin aportar prueba alguna, descalificó esas elecciones y anunció que endurecerá aún más sus sanciones contra Venezuela.
Los procesos democráticos realizados en Bolivia, Nicaragua, Perú, Cuba y México están sufriendo intervenciones apuntadas a descalificarlos mediante acusaciones infundadas, y sin tomar en cuenta los efectos sociales que ellas tengan.
¿Se supone, entonces, que los procesos democráticos existentes ya fracasaron y deben ser reemplazados por manipulaciones internacionales mediante la fuerza?
Resulta impresionante ver cómo encuestas de gran prestigio están coincidiendo en mostrar que sectores crecientes de la opinión pública, incluyendo los más importantes países occidentales considerados democráticos, revelan escepticismo popular ante los procedimientos políticos y de administración del Estado.
Todavía en estos momentos, en Brasil, donde retoma con fuerza la opción socialista que encabeza el expresidente Lula da Silva, para las próximas elecciones, se mantiene, sin embargo, un margen considerable de apoyo al régimen del presidente Bolsonaro. Incluso candidatos derechistas de otras naciones latinoamericanas, como el chileno José Antonio Kast, consideran que Bolsonaro ha sido un modelo político admirable, como antes lo fue el general Pinochet en Chile o el general Cristino Nicolaides en Argentina.
Pero… ¿es eso una desintegración de la ideología democrática? O ¿es acaso la percepción de que el sistema democrático está en sí víctima de una enfermedad gravísima, y posiblemente incurable?
El último presidente de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov, realizó el más dramático análisis del proceso de descomposición interna que afectó a la única potencia mundial capaz de equilibrar a la potencia de Estados Unidos, la Unión Soviética.
En sus dos libros de análisis político e histórico, La Perestroika y Glasnost, Gorbachov describió la existencia de un proceso canceroso y políticamente letal que llevaría ineludiblemente a la destrucción de la Unión Soviética.
Ese proceso se expresó en la formación de verdaderos tumores ocultos formados por grupos de oligarcas que, formando redes de pactos secretos para lograr riqueza y poder en la década de 1980 a 1990, habían logrado instilarse en la totalidad del aparato de gobierno soviético.
Fue el fenómeno que ya en los tiempos de la grandeza de Atenas y Roma, llamaron “El Poder dentro del Poder”. El “Poder Sumergido” que en inglés llaman el “Deep State”, el Estado Profundo, que subyace en todos los gobiernos con diferentes formas de democracia.
Básicamente ese proceso de corrupción se inicia a partir de grupos de funcionarios o burócratas que se asocian secretamente para atrincherarse en defensa de sus intereses, dándose protección recíproca, para ocultar las faltas o los abusos que pudieran cometer, y asegurarse de impedir que haya cambios que pudiesen debilitar su aparato clandestino, corruptor, que inevitablemente generaría acumulación oculta de poder y dinero.
Estos grupos naturalmente llegan a establecer contacto entre sí, y pactan acuerdos de colaboración para operaciones de mayor escala, hasta formar una red de corrupción verdaderamente formidable.
Según el investigador estadounidense Mike Lofren, este proceso se ha dado también en todo el mundo occidental, y especialmente en Estados Unidos donde, según él, ya hay una vasta asociación secreta e híbrida de funcionarios públicos de carrera, operadores políticos, lobistas, que se vinculan entre sí y con directivos de las industrias y las finanzas, hasta los más altos niveles. Y ello dentro del Partido Republicano y dentro del Partido Demócrata, por igual.
Esa asociación forma de hecho el actual “Deep State” el Estado en las Sombras, que es capaz de gobernar a los Estados Unidos sin tomar en cuenta la aprobación o el rechazo que sus decisiones pudieran provocar en la ciudadanía.
Y, por cierto, ese Estado en las Sombras, el Deep State, pronto llegó a reclutar también a importantes miembros de las Fuerzas Armadas y de las Agencias de Seguridad, del Departamento de Estado, de la CIA, etcétera. Mike Lofren señala que, en términos del torrente de millones y billones de dólares que la clase política estadounidense ha derramado en el pozo sin fondo de las guerras permanentes, la gente común de Estados Unidos sólo ha recibido ser parte de una deuda tan enorme que ya se sabe no podrá ser pagada jamás.
Durante el gobierno de Donald Trump, el diputado republicano Jason Chaffetz publicó también su libro “Deep State”, en que presentó una investigación detallada sobre la forma en que esa organización clandestina y todopoderosa se habría movilizado por entero para destruir las iniciativas de gobierno de Trump, y, a la vez, crear una situación estratégica de la más extrema vulnerabilidad para Estados Unidos, lo que obligaría a forzar al Gobierno a multiplicar todavía más el inmenso presupuesto canalizado hacia las grandes sociedades anónimas del rubro de industria de la guerra.
Por cierto, el libro Deep State fue calificado como una “fábula delirante de teorías conspirativas”
Como fuere, en su primer presupuesto de gobierno, el presidente Joseph Biden elevó a casi 900 mil millones de dólares el presupuesto militar, a la vez que dio comienzo a una política internacional que parece enfocada específicamente a presentar como realidad casi completamente inevitable el estallido de una tercera guerra mundial.
Contra todas las esperanzas de un cambio de política internacional por parte de Washington, en estos momentos el gobierno de Biden muestra como coyuntura casi inevitable el estallido de una guerra contra China, contra Rusia y contra Irán, y además en contra de otras naciones calificadas como “hostiles”.
De hecho, y sin presentar prueba alguna, se está anunciando una presunta invasión que estaría preparando Rusia contra Ucrania para los próximos meses.
Se trata obviamente de fintas que no contienen una amenaza real. Pero está claro que cualquier enfrentamiento armado entre Estados Unidos y sus socios contra China y Rusia se volverá inmediatamente incontrolable.
Y la guerra será total, incluyendo el lanzamiento de bombas nucleares de cobalto, bombas sucias, cuyo efecto destructor se produce por un diluvio de partículas microscópicas de Cobalto 60, radiactivo, un elemento que una partícula no mayor que un granito de sal puede envenenar y esterilizar casi una hectárea de terreno, durante más de 30 años.
En tanto, las tres grandes potencias económicas del llamado “mundo neoliberal”, la Unión Europea, Estados Unidos y Japón, se encuentran en estos momentos enfrentados a una crisis financiera que, por primera vez, se está haciendo sentir sobre la gente. En Europa, la inflación ha superado el 5% en un mes, mientras en Estados Unidos superó el 8%, según las cifras oficiales.
Pero el alza de los precios al consumidor sugiere un inflación muchísimo mayor. En el caso del gas licuado, su precio en Europa aumentó en un 20% en menos de un mes. Y en Estados Unidos, el gobierno ordenó lanzar a la venta 50 millones de barriles de petróleo, de sus reservas estratégicas, a fin de frenar el encarecimiento desmedido de la gasolina y el diésel.
En California, la bencina ya subió ayer a 1 dólar con 31 centavos el litro.
Y Alemania, junto a otras naciones de la Unión Europea, han admitido la posibilidad de hacer emisiones de deuda a la manera estadounidense. O sea, emitir bonos de gobierno que en su mayor parte son comprados por el propio gobierno. O sea, en términos reales, es una manera de ocultar lo que son emisiones inorgánicas de dinero, que provocarían una inflación desastrosa.
Ante esa realidad, economistas como el premio Nobel Joseph Stiglitz han denunciado el fracaso de la llamada “Economía Neoliberal” puesta en marcha tras el fin de la Guerra Fría, y que estableció la norma de reducir la intervención del Estado en las actividades económicas.
Ello contemplaba la privatización de prácticamente todos los servicios que antes proporcionaba el Estado a la gente. Educación, salud, acceso al agua, explotación de recursos naturales, en fin.
Se planteaba la eliminación de toda planificación o regulación estatal, incluso sobre asuntos de importancia ecológica. Es decir, sólo se permitía la intervención del Estado en asuntos sobre los cuales las empresas privadas no quisieran o no pudieran obrar.
Por supuesto esa doctrina “neo-liberal” tuvo por efecto una sucesión de crisis económicas mundiales que fueron superadas mediante endeudamiento del Estado en favor de las empresas hasta llegar al límite actual.
De hecho, en estos momentos Estados Unidos tiene que pagar cada año cientos de miles de millones de dólares sólo para cancelar los intereses de su deuda.
Ante esa bancarrota inocultable de la economía mundial, unida luego al comienzo de más y más fenómenos climáticos desastrosos, el año pasado, en el Foro Mundial de Davos, por primera vez se admitió la necesidad de modificar profundamente el sistema económico mundial.
El 3 de junio de 2020, el príncipe heredero de la Corona Británica, Carlos Mountbatten, inauguró el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, con participación de los individuos que manejan prácticamente toda la gran economía privada del planeta.
En la sesión inaugural, la Gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, planteó dos elementos esenciales. Uno, que la Economía Mundial entera tiene que ser replanteada. Es decir, que el delirio neoliberal de una economía sin planificación ni regulación ya ha fracasado y ha sido desechado por completo.
Y, dos, que es inminente el surgimiento de la llamada Cuarta Revolución Industrial, que cambiará por completo las nociones actuales de producción y mercado, así como las nociones de trabajo y creación en las empresas.
El organizador del Foro, Klaus Schwab, por su parte, señaló que la transformación inminente de toda la economía mundial, que coincide con la crisis inminente de toda la ecología planetaria, pone a la humanidad entera en situación de un cambio tan profundo que tiene que definirse como “Un Gran Empezar de Nuevo”, The Great Reset, que es semejante a algo así como apagar y volver a encender el computador cuando deja de funcionar como es debido.
El discurso predominante del Foro señaló que la nueva economía se tendrá que basar en empresas que ya no se enfoquen sólo en la ganancia y las utilidades para los accionistas. Ahora las empresas tendrán, supuestamente, que medir su éxito también observando sus efectos sobre el bienestar de sus trabajadores y sus familias, sobre la sociedad entera, y sobre el medio ambiente planetario.
Eso suena muy bonito. Suena muy, muy bien. Tanto, que para muchísimos de los economistas observadores suena algo parecido a un cuento de hadas.
Economistas como Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, como mencioné antes, diagnosticaron que, más allá de que sean sinceras las intenciones de los súper billonarios, resultarán por completo inaplicables mientras no es establezca un marco jurídico, vinculante y de eficacia inapelable, para calificar la correcta actividad de las empresas, más allá de ganar más y más dinero.
Es decir, se plantea un retorno a la doctrina keynesiana de socialismo democrático, ahora reforzada con la integración inminente de nuevas tecnologías que acelerarán vertiginosamente la producción industrial, abaratando los costos y elevando la calidad de los productos, pero, al mismo tiempo, eliminando dramáticamente la intervención de trabajo humano.
En buenos términos, la Cuarta Revolución Industrial, sin lugar a dudas, implica la desaparición de la mayor parte de los puestos de trabajo humano en la producción de bienes y servicios.
¿Cómo la humanidad resolverá la dramática cesantía que eso implica?
¿Cómo esos miles de millones de cesantes podrán seguir siendo un mercado comprador?
¿Cómo se estabilizará una proporción cuantitativa, numérica, entre los millones de seres humanos que nacen diariamente, y el quehacer productivo de la nueva sociedad que se perfila?
Por lo pronto, ya en toda Europa y Estados Unidos, al igual que en China, Japón y Rusia, el crecimiento demográfico se ha detenido. En Italia, por ejemplo, se prevé que antes de 2030 la población habrá disminuido en un 20%.
¿Y en el resto del mundo?... ¿Seguirán las patéticas escenas de multitudes que emigran de sus países súper poblados y sumidos en la miseria?
Frente a esas preguntas, Facebook, que como empresa ahora se llama META, está proponiendo algo aún más embriagador y colectivo que las actuales redes sociales. El METAverso.
Una propuesta en términos de un juego de realidad virtual que puede ser llevado hasta la creación de toda una realidad virtual en la cual el jugador puede introducirse.
En esa realidad el jugador elegirá todo respecto de sí mismo. Podrá ser nuevamente muy joven, incluso si quiere puede ser un niño, podrá tener el aspecto que quiera, podrá elegir también su sexo, y podrá dotar su espacio con los elementos que quiera.
Las nuevas capacidades de altísimas frecuencias le permitirán al jugador interactuar intensamente con otros jugadores. Y, oiga, el jugador podrá también hacer su trabajo cotidiano sin salir de su metaverso. Podrá hacer negocios, comprar y vender objetos físicos del mundo real, y también objetos virtuales del metaverso. De hecho, ya hay diseñadores que están ofreciendo ropas, joyas y accesorios virtuales que otros jugadores pueden comprar con dinero virtual o con dinero real.
¿Se fija Ud?... El Metaverso, que recién está comenzando a crecer, desarrollarse y alcanzar más y más perfección, en realidad puede proporcionarle al jugador niveles de satisfacción, quizás de auténtica felicidad, integrándolo a una comunidad inmensa de personas que se autodefinen a su gusto y libremente.
¿No es eso algo muy parecido a un paraíso?
Pero, oiga, en Israel ya se dieron cuenta de que la palabra META, que en griego significa más allá, en hebreo significa en cambio muerte.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro.
Hasta la felicidad puede ser mortalmente peligrosa.