Por Ruperto Concha / resumen.cl
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El jueves pasado, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, anunció que, con su enérgico respaldo, había logrado que Israel se someta al plan propuesto por Egipto para poner fin a la masacre que el ejército israelí estaba perpetrando en Palestina.
Pero, además, Biden enfatizó que su gobierno continúa dándole todo su apoyo a Israel y seguirá apoyándolo en su derecho a existir como un estado judío independiente, y agregó que mientras esté en peligro la supervivencia de Israel no podrá haber paz en esa región.
Bueno, ya muchos de los opositores al actual gobierno de Washington insisten en que al presidente Biden, por su avanzada edad, suelen acometerle algunas confusiones mentales. Quizás ello explicaría la confusión de ahora, pues el estallido de violencia se produjo porque es la supervivencia de los palestinos como estado independiente la que está siendo atacada progresivamente mientras Israel invade y se adueña de más y más territorios palestinos, incluyendo la zona oriental de Jerusalén, reconocida por las Naciones Unidas como capital de Palestina.
De hecho, la violencia estalló ahora por el anuncio de que palestinos de esa zona de Jerusalén iban a ser desalojados y sus casas pasarían a ser ocupadas por colonos israelíes que ya están instalados en los territorios palestinos de Cisjordania que Israel invadió durante la Guerra de 1967.
Pero en fin, sea como fuere, al menos Israel tuvo que tragarse la rabia y aceptar una paz que en realidad no es paz, es sólo una tregua. Un precario cese de bombardeos y masacre de civiles desarmados, mujeres y niños, junto a la demolición de la precaria infraestructura que va quedando en la Franja de Gaza.
Las cifras entregadas por el gobierno palestino señalan que el ataque israelí ha dejado un saldo comprobado de 243 víctimas fatales de las cuales 66 son niños, además de unos 9 mil heridos de gravedad.
Asimismo, el bombardeo israelí destruyó por completo 30 postas médicas y los dos únicos hospitales de la Franja de Gaza.
Según los voceros del grupo Hamas, que inició los disparos de misiles contra Israel, ellos sólo sufrieron 20 bajas, tanto de su organización como del movimiento Jihad Islámica, que se les unió.
Sin embargo, las versiones de medios periodísticos internacionales señalan que todavía se está trabajando en remover escombros de edificios y casas bombardeadas, y siguen apareciendo más cadáveres de víctimas civiles.
En Israel, en tanto, las víctimas de los misiles disparados por las milicias palestinas son solamente 12. Un militar y 11 civiles, incluyendo un niñito de 5 años y una jovencita de 16.
Luego del anuncio del presidente Joseph Biden y la resentida obediencia de Netanyahu en Israel, miles y miles de palestinos salieron a las calles, en la Franja de Gaza gobernada por Hamas, y en la zona de Cisjordania, gobernada por la Autoridad Palestina reconocida por las Naciones Unidas.
Para ellos, fue una victoria haber resistido peleando contra el poderosísimo ejército israelí, hasta llegar la detención del bombardeo de Israel que, según el primer ministro Benjamín Netanyahu, pronto iría a ser continuado por la invasión terrestre de toda esa zona palestina.
Como consuelo, Netanyahu afirmó que sus bombardeos habían matado a más de 200 militantes de Hamas, incluyendo a 25 de sus líderes más importantes y habían destruido nada menos que cien kilómetros de túneles y refugios subterráneos de los terroristas palestinos.
Pero, en términos reales, la situación política de Netanyahu resultó muy gravemente dañada. De hecho, la base ultraderechista, ultra nacionalista y partidaria de la guerra, se ha mostrado no sólo decepcionada sino muy humillada por haber tenido que aceptar el cese del ataque contra Palestina, que, para ellos, debía haber culminado con la ocupación militar de toda la franja de Gaza y la expulsión de la población palestina.
De hecho, Gideon Saar, líder de un sector ultra religioso y beligerante, aliado del primer ministro Netanyahu, declaró que aceptar el cese del ataque israelí era “una vergüenza”, y, por su parte, el parlamentario Itamar Ben Gvir, presidente del Partido Fuerza Israelí, declaró por televisión que con el sometimiento a parar la acción militar sobre Palestina el gobierno de Benjamín Netanyahu había “escupido a la cara de los colonos israelíes del sur”.
Según él, el ataque sobre Gaza debiera haber continuado hasta liquidar a la totalidad de los combatientes palestinos de Hamas, y tomar físicamente posesión de toda la Franja de Gaza.
Agravando todavía más el fracaso del gobierno de Israel, se informó que el primer ministro Benjamín Netanyahu se había comprometido también a detener la intervención sobre la zona palestina de Jerusalén, y parar las expropiaciones de propiedades palestinas en el sector oriental llamado Sheikh Jarrah.
Asimismo, el presidente John Biden señaló, enfáticamente, que la solución pacífica del conflicto entre Israel y Palestina, exige que Palestina sea definitivamente reconocido como un Estado de derecho pleno. O sea, la propuesta de dos estados soberanos, uno israelí y otro palestino, tal como se había establecido en los Acuerdos de Oslo, suscritos en Washington, en 1993, por el Primer Ministro israelí Yiztchak Rabin, y el legendario líder palestino Yassir Arafat, en presencia del Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.
Es necesario recordar que aquel Acuerdo de Paz contemplaba en términos definitivos el reconocimiento del Estado de Israel, por parte de los palestinos, y el reconocimiento del Estado Palestino por los israelíes, en términos que se acordarían definitivamente en un plazo máximo de 5 años.
Ese acuerdo fue furiosamente rechazado por los partidos de la derecha israelí, a los que se sumaron los grupos religiosos ultra ortodoxos que consideraban irrenunciable y sagrada la recuperación territorial judía de toda la extensión que había alcanzado en tiempos del rey David, el cual había logrado apoderarse de la ciudad Jerusalén alrededor del 2004 antes de Cristo.
En realidad, la enconada oposición de la derecha israelí y los fanáticos religiosos no sólo logró estancar y desarticular aquel Acuerdo de Paz. Recordemos que, en 1995, el primer ministro israelí Yiztchak Rabin fue asesinado por el militante ultranacionalista y religioso Yugal Amir.
Y, nueve años después, en 2004, fue asesinado también el líder palestino Yassir Arafat, al parecer envenenado con una sustancia letalmente radiactiva, el Polonio 210, en momentos en que Arafat estaba recluido por fuerzas militares de Israel.
A partir de esos asesinatos, el poder político israelí pasó a ser controlado por una alianza de la derecha y los partidos ultra religiosos y ultranacionalistas, que desplazaron inexorablemente a la centroizquierda laborista que había gobernado a Israel desde su fundación, y había enfrentado victoriosamente las sucesivas guerras lanzadas por los países árabes.
De hecho, el apernamiento de la nueva alianza se ha mantenido en el poder hasta nuestros días, a pesar de sucesivos escándalos de corrupción que incluso se centran sobre el primer ministro Benjamín Netanyahu.
Ya a fines del año pasado, el diario Haaretz, principal medio de prensa de la oposición, dio a conocer que las más importantes personalidades de la izquierda estaban emigrando fuera del país, por considerar que se había vuelto imposible enfrentar a un aparato político con inclinaciones dictatoriales que ya controlaba abrumadoramente no sólo el manejo de la administración del Estado, sino, además, a las Fuerzas Armadas y toda la información y la propaganda.
En la perspectiva de ese contexto político-religioso, aparece como algo natural que las aspiraciones de Israel resulten incompatibles con una convivencia aceptable entre ese país y los estados árabes que lo circundan.
Y, por supuesto, se hace evidente que la imposición de un cese del fuego en Palestina implica una muy grave derrota para esta actual coalición que se mantiene en el poder.
Este proceso político-social que se está dando en Israel se proyecta internamente en diversas medidas que son inocultablemente racistas. Por ejemplo, ha comenzado la expulsión de judíos de raza negra, provenientes sobre todo de África, pero también procedentes de Estados Unidos. Familias completas, algunas de las cuales llevaban décadas viviendo en Israel y con hijos nacidos en Israel, han sido notificadas ahora de que tendrán que irse del país en un plazo de no más de 60 días.
Eso por cierto implica que está prevaleciendo la noción religiosa de que los judíos son físicamente, racialmente, el pueblo elegido por Dios para imponerse sobre las demás naciones. Pero también ello tiene como efecto colateral la necesidad de establecer en qué consiste esa supuesta “raza” judía.
Por lo pronto, los estudios genéticos realizados en toda la región occidental del Oriente Medio, incluyendo a palestinos y judíos, señalan que tanto los judíos “sabra”, o sea, los hebreos que jamás emigraron de Israel, como los musulmanes palestinos, tienen una abrumadora coincidencia en sus cromosomas. En cambio, los israelíes procedentes de otros países, especialmente de Europa y Estados Unidos, no muestran rasgos genéticos que los caractericen racialmente como de una raza “hebrea”, o semita.
Recordemos que el legendario rey judío Salomón, hijo de David, dice en el Cantar de los Cantares que las mujeres hebreas son muy morenas. Bueno, las mujeres israelíes de hoy no son más morenas que cualquiera europea o estadounidense de raza blanca.
Como fuere, no resulta fácil aceptar que un criterio racista prevalezca para definir la identidad judía. Necesariamente la noción de que un “pueblo elegido por Jeovah”, una “raza superior”, esté llamada a dominar a las demás razas humanas resulta chocante y nos recuerda dramáticamente las nociones racistas de los nazis con su supuesta “raza aria” destinada a dominar el mundo.
De hecho, en las rede sociales europeas se ha hecho insistentemente alusión a que los únicos dos países de Europa que han tomado posiciones desafiantes y absolutas de apoyo al gobierno de Israel, son precisamente Alemania y Austria. Es decir, los países que engendraron el nazismo.
Durante la semana pasada, en Estados Unidos y varios países europeos se produjeron fuertes manifestaciones en que muchos miles de personas, sobre todo jóvenes, expresaron su apoyo a la causa palestina, y, más que eso, su rechazo al actual gobierno de Israel. En Nueva York, la agencia Reuters grabó varios videos en que aparecen grupos de jóvenes que se identifican como judíos pero que apoyan la causa palestina.
Uno de los carteles más destacado protestaba que “Judaísmo y Zionismo no son lo mismo”. De hecho, numerosos intelectuales y periodistas judíos, incluyendo a la célebre periodista canadiense Naomi Klein, y el senador Bernie Sanders, han exigido que Washington haga prevalecer los acuerdos suscritos junto al presidente Bill Clinton, para procurar una paz sustentada en el respeto, la aceptación y la colaboración de israelíes y palestinos, que sin duda se proyectaría sobre todo el convulsionado oriente medio.
Por cierto, se produjeron también manifestaciones de apoyo al gobierno israelí, y en unas y otras hubo presencia de algunos grupos exaltados y agresivos.
Pero esta ha sido la primera vez en que se evidencia masivamente apoyo a los palestinos. Más aún, en Estados Unidos han surgido numerosos dirigentes del movimiento de reivindicación de los afro-americanos, que, en un tono desafiante y casi amenazante se han manifestado en favor de los palestinos.
Y, también, entre los grupos juveniles de manifestantes judíos aparece con frecuencia la noción de que ser judío estadounidense no tiene por qué implicar ser además judío israelí. Es decir, que el régimen de tener doble nacionalidad estadounidense-israelí, que había llegado a ser lo normal entre los judíos, se ha vuelto menos atractivo para los jóvenes que sienten que son estadounidenses por entero, siendo judíos sólo por su religión.
Al margen del complejo fenómeno que se ha vuelto evidente y vigoroso en torno del sanguinario estallido de once días que enfrentó a palestinos e israelíes, toda una serie de otros procesos se han puesto en marcha.
De partida, el acercamiento cauteloso, pero también intenso, entre Arabia Saudita e Irán, coincide con el nuevo empoderamiento de Turquía como defensor del mundo islámico. También Paquistán se mostró como defensor de la causa palestina, y con ello parece estar en buen entendimiento con el poderoso movimiento de los talibanes en Afganistán, que posiblemente lleguen a tener el gobierno de aquel país.
Asimismo, la ferocidad de la que hizo ostentación la derecha y los nacionalistas del gobierno de Israel ha provocado un fuerte impacto emocional en las bases sociales de todo el mundo islámico, y eso claramente juega en contra de la flamante “reconciliación” de los emiratos árabes con Israel, que fue gestionada por el gobierno de Donald Trump.
En términos militares, también el prestigio del famosísimo sistema antimisiles israelí, apodado la “Cúpula de hierro”, que era supuestamente impenetrable, resultó no ser capaz de interceptar la totalidad de los misiles lanzados por los palestinos de Hamas desde Gaza.
Si bien dicen haber interceptado el 92% de los misiles, resulta inaceptable que entre el 8 y un 5% de los misiles hayan logrado llegar a sus objetivos. Eso, tratándose de misiles hechizos, elaborados artesanalmente en talleres con poquísimos recursos, que utilizan un combustible hecho de nitrato de amonio mezclado con azúcar y petróleo, cuya velocidad es comparativamente lenta, y tiene un alcance limitadísimo, y además, sólo pueden ser lanzados desde lugares estrechos y bien detectados de antemano por la tecnología israelí.
En realidad, la famosa “Cúpula de Hierro” perdió su prestigio de defensa impenetrable, ante la pregunta inevitable sobre qué ocurriría si se tratase de interceptar verdaderos misiles hipersónicos, con recursos de sigilo anti radar, y que no se sabe desde dónde y en qué momento podrían ser disparados.
Los más prestigiosos analistas internacionales coinciden en estos momentos en varios puntos que parecen irrefutables. Uno, que la furia suicida de una parte del pueblo palestino sistemáticamente abusado, humillado y reducido a la miseria por el régimen derechista y ultranacionalista de Israel, es comprensible como una explosión desesperada.
Pero en realidad esa desesperada fiereza adoptada por los palestinos de Hamas, termina por convertirse en un instrumento para justificar el militarismo israelí. Es decir, Hamas no puede ni soñar con alcanzar en alcanzar en algún momento una victoria en favor de la nación palestina.
Otro punto es que la absurda desunión, rayana en odio, entre los violentistas de Hamas y la autoridad palestina presidida por el gobierno de Mahmud Abbas, exhibe que Hamas no es capaz de concebir una estrategia o una política orientada a alcanzar la paz y un nivel aceptable de prosperidad y bienestar social.
En tercer lugar, que la obcecación de la ultraderecha israelí parece seguir impidiéndole comprender que el formidable apoyo que su país sigue teniendo de parte de Estados Unidos, puede llegar a desvanecerse ante las nuevas corrientes de la política occidental.
En cuarto lugar, que la situación estratégica de Israel necesariamente lo obligará a buscar un equilibrio entre las dos super potencias que son China y Estados Unidos.
En quinto lugar, que grandes, impecables figuras del judaísmo, pueden no ser sionistas, y, más aún, pueden considerar que el supuesto sionismo del actual gobierno israelí finalmente está destruyendo el espíritu de la tradición, la cultura y la ética que ha sostenido al pueblo judío a lo largo de más de dos mil años de desastres.
Entre esas figuras se contaban, por ejemplo, el Gran Rabino británico Jonathan Sacks, y el héroe de la lucha contra los nazis Marek Edelman, uno de los líderes del levantamiento del ghetto de Varsovia. Ambos clamaron por que Israel sea capaz de fraternizar sinceramente con sus hermanos semitas del Medio Oriente, y con el resto de la humanidad.
Resulta absurdo que en estos momentos se hable de “antisemitismo” cuando se critica a Israel, mientras que los mismos israelíes se están mostrando de hecho como antisemitas al agredir a los árabes, ¡que son semitas!
Bueno, todo esto está en ebullición y en evolución. Las hebras que tejen la Historia de la Humanidad siguen enlazándose unas con otras de una forma que no es fácil de entender.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay mucho peligro, pero también las gentes parecen ir entendiendo mejor ahora cuál es el juego o la danza de la evolución y la esperanza