Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Como era de esperar, ya se acercan a la meta los más de 20 grandes equipos de biólogos, bioquímicos y médicos, de todo el mundo, que están echando carrera para ganar el gran premio de una vacuna contra el COVID19.
Para las grandes empresas farmacéuticas, el premio se mide en miles de millones de dólares. Ya el fármaco “Remdesivir”, que sólo es un paliativo para los contagiados, es un negocio macanudo. Su costo de producción es de sólo 10 dólares para un tratamiento, y se está vendiendo a 3 mil dólares por cada enfermo, según informa la BBC.
En Rusia, ayer se informó que ya está en producción la vacuna anti-COVID19 que estará disponible masivamente a partir de octubre, y que se aplicará gratuitamente a toda la población, sobre un presupuesto del Estado.
Por su parte China anunció que la producción de su propia vacuna comenzará ya en agosto, y que ha destinado un financiamiento de mil millones de dólares en préstamo a los países en vías de desarrollo, incluyendo a la Argentina, Chile, Brasil y otros países sudamericanos, incluyendo Cuba y Venezuela, para que puedan producirla localmente. Es decir, China cede gratuitamente sus derechos de patente científica.
En tanto, los países desarrollados de occidente, de Europa y Norteamérica, se muestran escépticos y se limitan a informar que están logrando avances “promisorios” que quizás podrían producir la vacuna antes de fin de año.
Pero en lo que todos están de acuerdo es en el hecho de que la producción de vacunas y tratamientos para disminuir el número de muertes, no implica que el coronavirus haya sido vencido.
Seguirá presente y probablemente seguirá evolucionando en el organismo de los que se contagiaron, aunque se hayan mejorado. De hecho, el análisis de personas que ya se recuperaron del contagio, muestra que el virus sigue presente incluso en el tejido cerebral y en el semen de estas personas, lo que ha llevado a temer que pueda haber contagio por transmisión sexual.
Al margen de ello, artículos difundidos por las principales publicaciones científicas, incluyendo The Lancet, Scientific American y Live Science, han destacado que existe una relación evidente entre la aparición de nuevas y gravísimas enfermedades virales, y la invasión humana sobre los pocos espacios de vida silvestre que van quedando, particularmente en África subsahariana y el sudeste asiático.
Por supuesto, desde la partida se relacionó el COVID19 con una variedad de murciélagos del sudeste asiático, y con otros animalitos asiáticos que son cazados y vendidos a los aficionados a las carnes exóticas, como ocurría en los ahora prohibidos mercados de China.
Ya anteriormente otras letales enfermedades como el SIDA, el Ébola y el SARS, fueron mutaciones de virus que están presentes en animales silvestres de África. El VIH, o Virus de Inmunodeficiencia Humana, el SIDA, es una mutación de virus VIS, presente en simios, como los chimpancés y los gorilas, que a menudo son cazados por pobladores locales que comen y venden su carne.
También la llamada Influenza Porcina, por el virus H1N1, fue una pandemia que se extendió por el mundo en 2009, a partir de un virus presente en los cerdos silvestres y jabalíes africanos, un virus que antes no afectaba a los seres humanos, pero experimentó una mutación inesperada.
Otras graves enfermedades virales, como el Dengue y el Ébola, se originan también en animales silvestres tropicales, particularmente de África, que han experimentado mutaciones por su contacto con los seres humanos.
Igualmente, mencionan que se han iniciado investigaciones sobre un posible proceso contrario, de virus o bacterias humanas que evolucionan por el contacto físico entre humanos y animales silvestres, y se vuelven contagiosas para los animales.
Es decir, también los humanos somos vectores de contagio y calamidad para los últimos reductos de la vida silvestre del planeta.
¿Por qué África, Sudamérica tropical y el sudeste asiático han sido teatro inicial de esos contagios letales, con enfermedades nuevas que desafían a la ciencia y que, como el COVID19, han descalabrado la economía y el orden social en todo el mundo?...
Es imposible ignorar el hecho de que aquellas regiones del planeta donde se han incubado las mutaciones de los virus que se vuelven patógenos para el ser humano, son precisamente las que tienen más alto índice de natalidad, las que tienen explosión demográfica.
O sea, regiones donde todavía hay un promedio de más de 4 hijos por mujer. Esto, obviamente implica que la población local se duplica en cada generación.
En Brasil, que más que duplicó su población en un período de sólo 25 años, se registraba una media estadística de 6,5 hijos por mujer. O sea, cada dos parejas nacían nada menos que trece hijos.
Sin embargo, desde la década de 1980 se produjo un cambio inesperado y el índice descendió a 2,2 hijos por mujer.
No fue un cambio impuesto por alguna planificación política. De hecho, resulta impresionante la actitud voluntaria de las parejas que se mostraron dispuestas a planificar su decisión de tener hijos atendiendo, por un lado, a la capacidad familiar de contar con recursos suficientes para la crianza y la educación de los hijos, y, por otro, las expectativas de la mujer en términos de desarrollar sus capacidades como persona, continuar su educación y hacer un aporte financiero considerable para la familia, algo que va mucho más allá de ser simplemente paridora de hijos.
Un proceso similar ya se había producido en Europa, incluyendo Rusia, donde el índice de natalidad disminuyó hasta promedios del orden de 2 o 1,8 hijos por mujer. O sea, cada 10 parejas, esto es 20 personas, nacían sólo 18 hijos. Con ello, ciertamente, la población nacional comenzaba a disminuir.
En el caso de Rusia, que en tiempos de la Unión Soviética llegó a tener más de 200 millones de habitantes, en 2018 se había reducido a 147 millones.
Esa disminución del número de habitantes tuvo por efecto iniciar un período de captación de alto número de trabajadores inmigrantes, incluyendo muchos con buena formación, capacidad de trabajo y adaptación a la cultura y los hábitos imperantes en el país que los acogía.
Sin embargo, y sobre todo en el mundo desarrollado, los avances tecnológicos tuvieron un doble efecto sobre el medio laboral. Por un lado, la automatización de los procesos de producción fabril, o sea la manufactura y la prestación de servicios, fue reemplazándose progresivamente la mano de obra humana hacia la automatización, que resultaba más rápida y más económica que el trabajo de personas humanas.
Es decir, el “trabajador”, la “clase trabajadora” fue cediendo paso a la tecnología a través de autómatas que no son una clase social sino capital de la empresa.
Por el otro lado, el proceso comenzó a abrir camino para que las mujeres pudieran ingresar al trabajo bien remunerado en la medida en que se capacitaran técnicamente o profesionalmente.
Por cierto, el avance de la conciencia feminista en el mundo desarrollado, y luego también en el mundo que está en vías de desarrollo, llevó a que la mujer sintiera mayor necesidad de alcanzar una educación más avanzada, con expectativas laborales mejor remuneradas, y con mayor independencia económica de los aportes del marido.
Ese proceso tuvo también un fuerte efecto sobre las nuevas generaciones de hijos que podían recibir también ahora una mejor educación con expectativas de mayor bienestar económico
El proceso de automatización del trabajo se ha acentuado, extendiéndose cada vez más a los países en vías de desarrollo, donde, también, las fuentes de trabajo manual o de escasa preparación están desapareciendo rápidamente.
Asimismo, el trabajo automatizado, a la vez que aumenta la velocidad de producción manufacturera o de servicios, reduce los costos notoriamente.
Con eso, los precios de los bienes y servicios en el mercado van disminuyendo cada vez más, a la vez que las ganancias empresariales aumentan.
Simultáneamente, el avance tecnológico está permitiendo cada vez más la creación de nuevas formas empresariales, la llamada “uberización” de la economía, mediante colaboración más bien informal entre técnicos y emprendedores con muy poco capital pero con harta habilidad para interactuar eficientemente en líneas de producción, especiales e inesperadas.
Esa transformación ha permitido un desarrollo económico fuerte y en gran medida inesperado.
Pero con ello no se logra reemplazar el alto número de puestos de trabajo que se pierden día a día. Ya en 2014, se preveía que en un lapso de solo dos décadas se perdería un 30% de todos los puestos de trabajo existentes.
¿Cómo podría conciliarse ese proceso de automatización con el crecimiento demográfico existente en el mundo subdesarrollado?...
Las previsiones demográficas a nivel mundial consideran que ya es inevitable que en la mayoría de los países no sólo se detenga el crecimiento demográfico. En muchos países habrá disminución notable de la población.
En países como Estados Unidos, el crecimiento demográfico está prácticamente detenido, pues los grupos sociales de la llamada “clase media”, de mayoría blanca o asiática, tienen menos de 2 hijos por mujer, mientras que, en cambio, los estratos más bajos siguen teniendo aumento de natalidad.
En países como Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba y Chile, también se ha producido un incremento en la planificación familiar y el crecimiento demográfico es comparativamente pequeño.
Sin embargo, en el resto de América Latina sigue habiendo explosión demográfica. Países como Guatemala, El Salvador y Honduras, tienen todavía índices de natalidad del orden de 4 hijos por mujer, y de hecho un número abrumador de jóvenes no tiene mejor expectativa que emigrar a otros países en busca de trabajo. Sobre todo a Estados Unidos.
Un fenómeno similar se está produciendo en África y Asia Occidental, de donde salen sucesivas oleadas de personas, sobre todo jóvenes, que intentan ingresar a Europa como inmigrantes ilegales.
Ciertamente, ni Estados Unidos, ni Europa, ni Australia, Japón o China, están aceptando el ingreso de esas patéticas multitudes.
Y en 1996, el entonces presidente de Egipto, Hosni Mubarak, señalaba en las Naciones Unidas que su país, con esfuerzo enorme, lograba generar anualmente alrededor de cien mil nuevos puestos de trabajo… pero también anualmente la población aumentaba en alrededor de 300 mil individuos que necesitaban encontrar trabajo.
Según información de agencias de dos días atrás, en la pequeña isla italiana de Lampedusa se encuentra hacinada una muchedumbre de miles y miles de migrantes interceptados en el Mediterráneo. De ellos, el 80% está contagiado con el COVID19.
¿Qué destino les espera?... Posiblemente ni siquiera los aceptarán de regreso en sus países de origen.
En tanto, políticos de muy altos cargos, incluso algunos presidentes, aunque de muy precario nivel cultural e intelectual, siguen hablando inapropiadamente del llamado “envejecimiento de la población”, casi insinuando que la planificación familiar envejece al resto de la población.
¿Querrían esos mentecatos que volviéramos a la edad promedio del siglo 10, cuando la edad promedio de la población era de menos de 30 años?..., y los niños a los 10 años ya eran trabajadores intensos.
En esa población tan juvenil, la expectativa de vida no sobrepasaba los 35 años. La mortalidad infantil en Europa era más del 30% y el índice de natalidad europeo era similar al que hoy tiene África.
Es la civilización, la medicina, la cultura, la que tiene el efecto que tan torpemente llaman “envejecimiento de la población”. En nuestros tiempos, un hombre de 50 años bien puede disponer de su tiempo ingresando a esa edad a una universidad para obtener un segundo o un tercer título.
La capacidad productiva de un hombre de 60 años de nuestros días es incluso mayor que la que tenía un hombre de 30 años en el siglo 19.
Y no se trata de que sean los jóvenes quienes tengan que soportar el peso de los jubilados. No, eso es falso. Es la productividad de una economía sana e inteligente la que necesariamente puede y debe solventar el costo de toda la previsión social, mediante la recaudación de impuestos normales y proporcionales a la riqueza.
En estos momentos, está llegando a un límite calamitoso el deterioro planetario por la polución que genera una economía basada en el mito del crecimiento perpetuo del consumo y de la población.
En los Himalayas, China, la India y Paquistán parecen encontrarse a punto de entrar en guerra disputándose las nieves de las cumbres que aportan agua para los grandes ríos, desde el Indo y el Yangtzé hasta el Brahmaputra, sin los cuales ninguno de esos tres países puede obtener el agua indispensable.
Lo mismo ocurre en Irak, donde el cambio climático está secando los principales ríos, incluyendo los legendarios Éufrates y Tigris. En Azerbaijan, un río de más de mil kilómetros, que era navegable, está quedando tan seco que el agua del mar Caspio está penetrando río arriba, volviendo sus aguas inservibles para el consumo humano o para regar.
En África, Sudán y Egipto están al borde de la guerra con Etiopía por al control de las aguas del río Nilo, del que depende la vida de aquellos países.
En la Antártica, no sólo están fundiéndose los hielos milenarios. También se ha detectado la formación de verdaderos geisers, cráteres que emiten metano almacenado debajo del hielo. Y, oiga, el metano es 25 veces más polucionador que el anhídrido carbónico, en sus efectos de recalentamiento planetario, de cambio climático destructor.
¿Estamos convirtiéndonos nosotros mismos en una plaga peor que el COVID19, en términos planetarios?... Reproduciéndonos irracionalmente, como los virus y las bacterias en una cápsula de Petri, ¿estamos enfermando y matando el planeta en que vivimos?
¿Nos está arrastrando una animalidad irracional reproductiva, rumbo a nuestro suicidio como especie?
Si, como se piensa, logramos reducir la población mundial, la capacidad tecnológica actual de nuestra humanidad puede llevarnos a vivir en forma excelente, por largos y productivos años. Ya se prevé que en un futuro no lejano, será posible que un ser humano viva alrededor de doscientos años, manteniéndose en el estado físico e intelectual que hoy se tiene a los 40 años. ¿Se da cuenta Ud.?
Hablar de “envejecimiento de la población” no es más que repetir una monserga.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Peligro de que los mentecatos nos quiten el futuro.