Por Ruperto Concha / resumen.cl
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La gente más influyente de toda la humanidad actual, en estos días, está tratando de entender y prever qué es lo que nos está esperando, ahora, tras la Pandemia del Covid-19, ese virus que como un fulminante detonó una crisis que ya venía desde antes y que ahora parece irremediable. Todos sabemos que ya nuestra civilización no volverá a ser como antes.
Las enormes economías de las naciones ricas de Occidente están derrumbándose sin encontrar un nuevo rumbo, y los gobiernos acuden a niveles ruinosos de endeudamiento. Las bases sociales, desde Europa y Estados Unidos, hasta Etiopía, el Asia Central y Sudamérica, están mostrándose exasperadas y cada vez más se habla de una dictadura mundial impuesta bajo un pretexto medicinal. Una suerte de “tiranía sanitaria” tras la cual los gobiernos aparecen como regímenes policiales que aplastan brutalmente las protestas callejeras, las cuales, a su vez, se vuelven cada vez más violentas y destructivas.
En Francia, la Cámara de Diputados aprobó esta semana una ley que criminaliza al periodismo que muestra la acción policial y los casos de brutalidad contra los ciudadanos que protestan. Es decir, bajo pretexto de “seguridad del Estado”, la Cámara aprobó una ley que elimina la libertad de información, que estaba consagrada y garantizada por la Constitución de la República Francesa.
En el Asia Occidental, Israel aparece estruendosamente sospechoso de utilizar asesinos entrenados por sus propios servicios secretos para perpetrar actos de terrorismo y asesinatos en Siria e Irán, y de coludirse con el reyezuelo de Arabia Saudita para forzar una situación de guerra con participación de Estados Unidos.
En tanto, en el Mar Caribe, buques de China y Venezuela desafían el bloqueo naval de Estados Unidos y han reanudado las exportaciones de petróleo hacia las refinerías de China.
Es decir, en todas partes se está haciendo evidente que existe un bloque de gente dispuesta a desatar la Tercera Guerra Mundial, a fin de que las cosas vuelvan a ser como antes….
Pero, delante de ese bloque desafiante, ya se ha formado una especie de “alianza tácita” entre las bases sociales y una élite de la intelectualidad, las ciencias y los grandes operadores de negocios, que parecen dispuestos a diseñar una estrategia fundamental, algo extremadamente novedoso, que nos permita sobrevivir a cambios que pueden ser cataclismales.
Es una suerte de diálogo inesperado entre los ricos más ricos y los más pobres que ahora están compartiendo el más Inteligente de los miedos. Vamos viendo.
El punto de partida de ese diálogo misterioso parece surgir de una base simple y muy antigua, que dice que es el hombre el que fabrica su destino y su realidad entera, incluyendo a sus dioses.
Pero ¿Qué es el hombre?... Biológicamente, somos animales, somos vertebrados, somos mamíferos, del Orden de los Primates Catarrinos, familia de los grandes simios, del género Homo, y de la especie Sapiens.
Pero está claro que esa definición biológica resulta insuficiente. Es preciso mirar ese período que se estima en unos 600 mil años, durante el cual nuestra especie fue transformándose, volviéndose terrible, llenándose de deseos y necesidades extrañas.
Haciéndose cada vez más poderosa y capaz de transformar el medio ambiente en que vive… y capaz también de crear unas misteriosas construcciones mentales que a veces fueron sus dioses y otras veces fueron solo paradigmas, modelos de una forma “humana” de vivir.
No es del caso seguir esa larguísima y dolorosa trayectoria de esfuerzos, de anhelos, búsqueda del bien supremo a la vez que desarrollando la disposición a hacer el mal y la crueldad sobres los demás seres vivos incluyendo a otros seres humanos.
Nuestra especie, cada vez más poderosa y peligrosa, entonces, inventó el artilugio de los códigos de derecho, como una herramienta para reducir la agresión entre los seres humanos.
Sin embargo, más allá de sus intentos de perfeccionar la convivencia entre humanos y conservar la calidad del ambiente habitable, las transformaciones provocadas por el poderío de la inteligencia y las ambiciones humanas …, fue la historia misma la que llegó a desarrollar una dinámica propia, de causas y efectos acumulados, que comenzó a arrastrar las civilizaciones y la especie humana entera, como un torrente fuera de control. Fue lo que Carlos Marx llamó “La Dialéctica Histórica”.
El ser humano parecía haber perdido su capacidad de asumir su propia condición humana.
Según cifras emitidas por el Banco Mundial, ya en el año 2017 la deuda mundial de los gobiernos y las empresas superaba los 240 millones de millones de dólares. Se derivaba entonces que cada ser humano en nuestro planeta nace teniendo una deuda del orden de los 30 mil dólares.
Y nadie sabe por qué debe esa suma, ni dónde se encuentra ese dinero, ni cómo va a haber que pagarlo. Según explica el economista Santiago Niño Becerra, esa gigantesca masa de dinero está empozada. No puede ponerse en circulación pues si lo hicieran habría tal abundancia de dinero que éste se desvalorizaría. Perdería su valor.
En cambio el dinero fresco que necesitan los gobiernos y las empresas se obtiene a través de “bonos” del Estado. O sea, mediante un endeudamiento por el que los gobiernos deben pagar un interés.
Desde la última gran crisis económica mundial de 2008, detonada por los llamados “créditos tóxicos” de la banca de Estados Unidos, el gobierno de Barack Obama recurrió a inyectar enormes salvavidas de dinero para las financieras. Y, claro, ese salvavidas no era simplemente emitir más y más billetes, porque eso habría provocado una inflación desastrosa, como la de Venezuela.
En cambio, el gobierno optó por un endeudamiento que se renovaría una y otra vez, contrayendo deuda nueva para pagar la deuda vencida, bajo el supuesto de que esos salvavidas activarían la economía, elevarían la producción de bienes y servicios, y, según se esperaba, la balanza comercial de Estados Unidos dejaría de ser deficitaria. O sea, el país no importaría del extranjero productos por un valor superior al de las exportaciones estadounidenses.
Pero el plan no dio resultado pues todos los estados del mundo desarrollado aplicaron la misma fórmula. Es decir, los gobiernos han seguido prestándose dinero mediante bonos que nadie sabe finalmente cómo se pagarán.
El sueño de aumentar la producción no llegó a materializarse realmente y, de hecho, únicamente los dos países más presionados por sanciones internacionales, Rusia y China, fueron capaces de sostener sus economías sin aumentar su endeudamiento.
Y así se llegó al año 2020. Trump no logró hacer a Estados Unidos grande de nuevo, y la Unión Europea no logró convertirse en una alternativa competitiva frente a la China.
Nadie hizo declaraciones oficiales, pero todos sabían que el sistema neoliberal de capitalismo salvaje y más fuerte que cualquier Estado, ya había llegado al borde del derrumbe.
Por supuesto, como hemos visto, las grandes potencias neoliberales intentaron maniobras intensas con la esperanza de frenar la ruina. Sanciones económicas y políticas acumulándose sobre un número cada vez mayor de naciones caídas en desgracia. Acciones de guerra para derrocar gobiernos y reemplazarlos por regímenes dóciles. Y cada una de esas operaciones se traducía, invariablemente, en millones de millones de dólares. De hecho, sólo la guerra de Afganistán, que probó ser absolutamente inútil, le costó a Estados Unidos más de un millón de millones de dólares.
La famosa “Guerra Comercial” de Estados Unidos contra China, no sólo fue impotente para frenar el crecimiento comercial y tecnológico de la China. Más allá de eso, las tarifas impuestas por Estados Unidos a las importaciones procedentes de China, finalmente fueron pagadas por los consumidores estadounidenses.
Simultáneamente, los esfuerzos por controlar también el comercio de China con la Unión Europea repercutieron en violaciones a los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio, sumándose a otras acciones de Washington apuntadas a debilitar la influencia de las Naciones Unidas, incluyendo al mismísimo Tribunal Penal Internacional.
Llegado el mes de septiembre del año pasado, la relación de Estados Unidos con la Unión Europea y con las Naciones Unidas estaba anunciando la posibilidad de que la potencia norteamericana resultara finalmente aislada incluso de sus mejores aliados. De hecho, ya Europa había anunciado imponer tarifas sobre la importación de bienes y servicios procedentes de Estados Unidos.
Bueno, eran precisamente los mismos momentos en que, en Italia, comenzaban a producirse los primeros contagios del Covid-19, que luego llegarían a la ciudad de Wuhan, en China, según han detectado las últimas investigaciones europeas sobre la pandemia.
Es decir, el desenlace había comenzado. O sea, el desenlace estaba comenzando, había comenzado ya.
Durante los últimos 15 años, ya se venían perfilando opiniones que coincidían en que el descalabro económico neoliberal, sumado al desastre ecológico por recalentamiento de la atmósfera y de los mares, y al crecimiento explosivo de la población, sobre todo en los países más subdesarrollados, eran fenómenos que, en su gravísima peligrosidad, sin embargo podrían estar impulsado un cambio de toda la política, la economía y la cultura humana.
Simultáneamente, ya se hacían sentir avances prodigiosos en las tecnologías de aplicación biológica, en las de inteligencia artificial y comunicación digital, incluyendo la producción industrial a distancia mediante impresoras tridimensionales, y, con ello, estaban surgiendo nuevas formas de asociación entre personas, obviando la participación de las grandes empresas tradicionales.
El surgimiento de esas nuevas tecnologías avanzadas llevó de inmediato a prever el surgimiento de extraordinarias posibilidades de que muchísimos grupos humanos pudieran iniciar una especie de “colonización del futuro” generando producción de productos y servicios en una gama muy ancha que, por cierto, tendría un efecto profundo en la cultura política de las nuevas generaciones.
No sólo en el quehacer humano. Además, también en la naturaleza misma de los seres humanos, en la profundidad orgánica de los cuerpos que nacerán en el futuro.
De hecho, ya habían comenzado a generalizarse nociones de que la humanidad tendría inevitablemente que entrar en un proceso de evolución voluntaria, conducida racionalmente y materializada a través de la nueva biología genética que contempla intervenir en el ADN, insertando genes en el organismo de una persona, los cuales se reproducen en la totalidad de las células de quién las recibe.
Esa tecnología permite no sólo insertar en el ADN de una persona la capacidad de curarse de una enfermedad sino, además, dotar a esa persona de la capacidad de traspasar su nuevo ADN modificado a los hijos que engendre en forma natural.
Se trata de una intervención biológica artificial que no sólo tiene carácter terapéutico, para sanar enfermedades o defectos físicos. No. Esa tecnología permite además dotar a los futuros hijos de rasgos, aquellos que quieran los padres. Más inteligencia, mayor belleza física, más resistencia al esfuerzo… en fin. Una nueva biología que reemplaza a la evolución natural de la especie, por una evolución artificial planificada.
Ese es uno de los aspectos que caracterizarán el futuro post Pandemia. Es lo que han llamado el proceso del Trans-Humanismo. Un humanismo que implica modificar racionalmente al ser humano, liberándolo de la incertidumbre de la evolución natural que depende del encuentro azaroso del ADN de los padres.
Por cierto, esos humanos futuros, supuestamente “perfeccionados” por el reemplazo de genes defectuosos y la incorporación de genes nuevos que aporten características convenientes, tendrán ciertos rasgos obviamente preferenciales. Serán más sanos, más fuertes y más bellos según la idea de belleza que hayan tenido sus padres. Y eso, por supuesto, implica también que tendrán muy buena salud y que, mediante reactivación de los telómeros que unen los peldaños del ADN al interior de las células, prolongarán sus características juveniles por muchísimos años. La expectativa de vida futura se estima podría ser cuatro veces mayor que la expectativa actual. O sea, de un promedio de 75 años de vida, se pasaría a un promedio de 300 años de vida, manteniendo el estado físico y la apariencia de un adulto de unos 40 o 45 años?...
¿Cómo se podría adaptar esa expectativa de vida a un sistema previsional como el que se entiende ahora?... ¿Qué niveles de conocimiento podrá alcanzar una persona que a los 120 años puede ingresar a la universidad para estudiar otra carrera?...
¿Cuántos hijos pueden tener esos seres transhumanos, a lo largo de 300 años de vida sexual activa?...
Pero los alcances de la perspectiva transhumanista van muchísimo más allá. De hecho hay quienes prevén el acoplamiento de las personas con diversos aparatos que funcionarán como una suerte de súper híbrido de robot y ser humano, que podría hacer funcionar máquinas manejándolas con el puro pensamiento… en fin.
Es un sistema que permite imaginar un paisaje enorme de novedades espectaculares que, en realidad, en la mayoría de los casos no tendrían más valor real que el de una feria de aparatos extravagantes unidos a personas aún más estrafalarias.
Pero la simple previsión racional, sobre las tecnologías que ya existen en este momento, y son aplicables a las necesidades y las angustias que los humanos sentimos en este momento, ya nos perfilan cómo podría ser una nueva sociedad humana que tendrá muuuucho tiempo para conocerse a sí misma, explorar sus propios anhelos y planear la formidable aventura de vivir una juventud de tres siglos o más.
¿Se da cuenta Ud. de lo que esos poderosos humanos de larguísima vida inteligente, cómoda y placentera, podrán concebir, imaginar y descubrir para a su vez seguir diseñando una evolución nueva de cara al universo?
Hoy nos planteamos problemas éticos, problemas religiosos, equilibrios precarios entre lo que se desea y lo que está prohibido...
¿Qué problemas se plantearán ellos?
Y, más allá de la biología, ¿qué ocurrirá con la riqueza?... ¿Cómo se ganarán la vida esas mujeres y esos hombres que habitarán nuestro futuro?
Por supuesto habrá que hacer otras crónicas sobre esos transhumanos y el trans-futuro que van a construir.
Es necesario recordar que estamos hechos de materia, y que la materia no muere. ¿En qué consiste entonces nuestra propia muerte?... ¿Es la vida sólo una forma en que hacemos bailar nuestras moléculas, con una especie de música que se interrumpe cuando morimos?
Los antiguos yogas afirmaban que “Todo es Maya, todo es ilusión”. ¿Es decir que sólo somos una forma y que las formas no mueren, sólo se trans-forman?....
Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Un peligro estupendo que nos está esperando.