Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Hay que desearse unos a otros una Feliz Pascua, pues esta es Navidad, la primera de las Pascuas del cristianismo, por el Nacimiento de Jesús de Nazareth. La otra, en la primera luna nueva de abril, es la Pascua de Resurrección en que el cristianismo celebra la victoria de Jesús sobre la muerte.
En ninguna de ambas Pascuas del cristianismo se menciona algo que tenga alguna relación con el comercio navideño, y menos aún, con la existencia del obeso y sonriente Santa Claus, vestido de rojo, que dicen que vive en el Polo Norte, que reparte regalos, y que apareció en Estados Unidos recién a finales del siglo 19.
Durante un tiempo, algunos cristianos decían que el de los regalos era el simpático San Nicolás, un risueño Santo Patrón de los Ladrones y los Comerciantes, que vivió en Austria dos siglos antes del descubrimiento de América… Pero Santa Claus tuvo mejor publicidad y, claro, le ganó lejos. Ahora hasta en el Japón le hacen propaganda con el nombre de “Santa Kurosu”.
Como sea, ya ahora los niños saben, casi todos, que eso no es más que un cuento, y, como si fuera poco, los niños van sabiendo también que a los bebés no los trae la cigüeña.
Sin embargo, en Estados Unidos, todavía el año pasado la Oficina Central de Correos recibió más de doscientas mil cartas dirigidas a Santa Claus por niños que, ya en edad de saber escribir, todavía no sabían que sus padres les han mentido.
La opinión generalizada, de sacerdotes, pastores y sociólogos, es que la Navidad se ha desnaturalizado, se ha desfigurado por el impacto feroz de la sociedad de consumo. Ya queda muy poco de su contenido religioso y tradicional, y lo poco que queda está sumergido bajo un aluvión de estridencias mercantiles, chillonas y acompañadas de musiquitas sensibleras, que de cristiano tienen muy poco pero de pagano tienen demasiado.
Eso ha provocado varias reacciones exasperadas. Por ejemplo, el obispo pentecostal Keith Sutton, de Lichfield, Inglaterra, emitió un llamamiento en su templo, y también por Internet, recordándole a los cristianos que la Navidad, si bien es una fiesta de alegría por el nacimiento del Redentor, es también una fiesta de respetuoso recogimiento por el sufrimiento y la adversidad en que Jesús llegó al mundo.
El obispo Sutton llamó a recordar a la Sagrada Familia como tres personas dramáticamente marginales en una sociedad judía intensamente conservadora y reaccionaria, que rechazaba con dureza a María, la Madre de Jesús, a la que consideraban como una indecente madre soltera.
José había amparado a María, y para salvarla de la condena buscó asilarse con ella en Egipto, para lo cual María tuvo que resignarse a iniciar un largo viaje en muy malas condiciones, prácticamente en la clandestinidad. Peor aún, María tuvo que partir a lomo de burro, estando embarazada ya como de ocho meses.
También el obispo Sutton menciona la Matanza de los Inocentes, cuando el rey Herodes mandó asesinar a todos los niñitos descendientes de la Casa de David, a fin de destruir la leyenda que señalaba que el Mesías sería un príncipe descendiente de David, que reinaría sobre Israel y sobre el mundo.
De acuerdo a la visión de este obispo protestante, el Niño Jesús no sólo nació pobre. Además, nació en los momentos más duros, de mayor angustia y dolor en la vida de su madre y de su padre adoptivo.
El cristianismo, como el judaísmo del cual deriva, tiene la característica de entretejer su teología, sus leyendas y sus tradiciones, con supuestos acontecimientos históricos, muchos de los cuales han sido descartados incluso por historiadores de la propia Universidad de Tel Aviv, en Israel.
La investigación científica es laica por excelencia. Es agnóstica, no puede aceptar explicaciones milagrosas, ni vaguedades, ni revelaciones, ni absurdos cronológicos ni contradicciones históricas. Y, por cierto, la investigación científica no puede aceptar que el embarazo de María lo haya provocado biológicamente el Espíritu Santo. Pues, incluso si realmente la Virgen hubiera quedado embarazada sin intervención masculina, la criatura formada en su vientre tendría que haber sido hembra, como ocurre en absolutamente todos los casos de partenogénesis.
Sin embargo, pese a su acercamiento descreído y más bien irreverente, los investigadores han hecho aportes sustanciales que parecen dar evidencia de que Jesús podría quizás haber existido realmente. Que la Matanza de los Inocentes fue un hecho histórico, y también que el nacimiento de Jesús en Belén corresponde a varias profecías que estaban vigentes al inicio del siglo 1º.
El historiador Robert Graves realizó una apasionante síntesis de los descubrimientos reunidos hasta la década de los años 80 del siglo pasado, y con ellos escribió su libro “El Rey Jesús”, que viene a ser una biografía no evangélica de cómo podría haber sido la vida de Cristo en la realidad social y cultural e histórica de su época.
En gran medida, el planteamiento del historiador coincide con el del obispo protestante. Sin embargo, Robert Graves agrega información tomada del contexto judío de la época, y también de otros textos cristianos primitivos que las iglesias han eliminado o han considerado “apócrifos”. Pero, oiga, “apócrifo” no significa que sean textos falsos o que sean mentira, lo que significa es simplemente que, por decisión de alguna autoridad, no deben ser publicados. No se pueden dar a conocer más que a ciertas personas privilegiadas.
De acuerdo a esas fuentes, Jesús fue posiblemente engendrado, en forma oculta, nada menos que por el príncipe Aristóbulo, hijo y heredero del rey Herodes, quien se habría casado secretamente con la joven María. Y eso, porque la estirpe de María la relacionaba directamente con el rey David. Entonces, un hijo de Aristóbulo y María tendría toda la legitimidad para ser el futuro rey de los judíos.
Al descubrir la intriga de su hijo, el rey Herodes temió que éste quisiera destronarlo. Hizo que a su heredero lo encerraran en una prisión donde luego lo mataron a puñaladas. Posteriormente lanzó a sus esbirros con la misión de matar a todos los niños descendientes del rey David.
En esas circunstancias José acogió a María, adoptó de antemano al hijo que nacería, y realizó, aunque incompleta, la ceremonia del matrimonio. Hombre profundamente religioso, José no quiso realizar la ceremonia entera en forma sacrílega, y para evitarlo dejó sin pagar una pequeña suma de los derechos del templo.
Es decir, María quedó amparada precariamente de la acusación de haber sido madre soltera, pero esa misma situación hizo que a Jesús se le considerase como hijo de dudosa legitimidad, por eso le negaron el acceso a la educación y a los sectores del templo reservados para los jóvenes judíos de estirpe sin tacha.
Robert Graves concuerda con el obispo Sutton en que la partida de José y María, desde Nazareth hacia el sur, en la práctica, fue una fuga, y que José, María y el niño recibieron amparo en Egipto. Se radicaron en la ciudad de Leontópolis, junto al Nilo, donde existía una próspera y culta colonia judía.
Allí Jesús pasó toda su niñez, recibiendo la educación propia de un joven judío de buena familia, hasta el regreso a Israel a la edad en que los niños judíos cumplen la ceremonia del Bar Mitzvah, hacia los doce años, o cuando ya le han asomado sus primeros de pubertad.
Durante el período entre su retorno a Israel y el comienzo de su vida pública, se supone que Jesús, impedido por su nacimiento de ingresar formalmente a la sinagoga ya las escuelas, tuvo que optar por seguir sus estudios en una secta disidente, la secta de la comunidad de los Esenios, en una ermita-monasterio junto al Mar Muerto. Y aparentemente se encontró allí también con su primo Juan, algunos años mayor. Este fue Juan el Bautista, posteriormente decapitado a petición de Herodías, la hija de Herodes.
De hecho, la causa directa del encono de Herodías contra Juan Bautista se debía a que éste habría predicado en calles y plazas acusando públicamente a la familia real de Herodes de ser incestuosa y vivir en pecado carnal.
No es del caso detallar más la visión que presenta el historiador Robert Graves de una biografía probable de Jesús. Pero es importante ver cómo la perspectiva laica del historiador resulta coherente con la perspectiva religiosa del obispo.
Y tanto el obispo como el historiador concuerdan en que la vida de Jesús transcurrió en una atmósfera de estudio y de recogimiento, pero también en condiciones de tranquilo bienestar económico, que Jesús interrumpió voluntariamente cuando sintió el llamado de iniciar su prédica.
Es decir, en la vida de Jesús hubo dos momentos de máxima adversidad y sufrimiento, que marcaron en forma absoluta el comienzo y el final de su vida humana: Su nacimiento en el establo de Belén, y su muerte en la cruz sobre el cerro Gólgota.
En esa perspectiva, ciertamente la Navidad conmemora, como lo dijo el obispo Sutton, uno de los momentos más duros y dolorosos en la vida de Jesús. Su llegada a este mundo en la pobreza, el miedo y la necesidad de huir buscando asilo bajo amenaza de muerte.
Se habla mucho de una “paganización” de la Navidad, pero eso no resulta del todo justo. También en perspectiva histórica, lo que ocurrió fue más bien lo contrario. El cristianismo fue el que cristianizó las fiestas paganas del 25 de diciembre y del Solsticio de Invierno.
En realidad, casi todos los ritos y las tradiciones de la Navidad son netamente paganas, y vienen tanto de las Fiestas Saturnalias de la antigua Roma, de la gran fiesta del Sol Invicto en la Roma imperial, de las fiestas de Beltane de los celtas y del llamado tiempo Yule de los germanos.
Todas eran fiestas que celebraban el Nacimiento del sol radiante, en el corazón mismo de las tinieblas y el invierno. Fines de diciembre era el solsticio de invierno, cuando las noches ya dejan de alargarse, y el sol comienza lentamente a ganarle horas a las tinieblas, y a preparar en sus hornos celestiales el milagro de una nueva primavera.
Todos esos paganos de la antigua Europa celebraban esa Nochebuena en torno del Árbol de la Natividad, que generalmente era un pino, porque el pino se mantiene verde como la esperanza aun en pleno invierno, cuando los demás árboles están grises y deshojados.
Así, el Árbol, el Pino, recibía un homenaje de luces y adornos multicolores en sus ramas, y se colgaban también de él regalos y ofrendas.
Es decir, esas navidades de luces, regocijos, regalos y de celebración nocturna, son en realidad las más antiguas. Son honradamente paganas, aunque aceptaron que por sobre el paganismo original se les impusiera la tradición y la doctrina cristiana.
De hecho, cuando vino la Reforma protestante, muchas de las nuevas sectas cristianas, sobre todo en Inglaterra y América del Norte, suspendieron por completo la Fiesta de Navidad. Consideraban que era puro paganismo. Y la suspendieron tan completamente, que en Estados Unidos la Pascua recién volvió a celebrarse a mediados del siglo 19, después de la Guerra de Secesión.
Sin embargo, fuese cristiana o pagana, la Navidad desde tiempos inmemoriales fue una festividad profundamente religiosa. Una festividad de regocijo y alegría, pero un regocijo y una alegría cargada de piedad y sentimiento de lo que es sagrado, desde al menos mil años antes del nacimiento de Jesús.
Los regalos en el árbol de pascua en realidad eran ofrendas. Y los regalos que se hacían unos a otros durante esa fiesta, no eran chucherías a la moda, sino muestras de sincero amor y solidaridad.
Sobre todo, lo que se regalaba eran alimentos, cosas ricas, las señoras preparaban esos soberbios panes dulces, con nueces, miel y frutas confitadas, se destapaban barriles y cerveza de la mejor. Todo para compartirlo entre todos, en una fiesta en la que el mendigo vagabundo tenía derecho a recibir su parte, en cualquier casa, igual que el jefe guerrero o el rico mercader.
En el norte de Italia existía la tradición de que las familias pudientes, todas, instalaran frente a sus casas en la calle, largas mesas llenas viandas de muy buena comida. Y esas mesas eran atendidas por las propias jóvenes hijas de la familia, que actuaban como sirvientas por amor y homenaje al nacimiento del Niño Santo.
Cristiana o pagana, esa Navidad antigua era intensamente espiritual. Las danzas y la música eran especiales, eran lo que hoy llamamos “música navideña”, y se dirigían en honor a una Madre Divina y a un Niño divino.
Digámoslo francamente:
Si hubiera una máquina del tiempo y pudiéramos viajar hasta Belén en la fecha en que supuestamente habría nacido Jesús, lo más probable es que no encontraríamos nada. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació Jesucristo. Las fechas pueden tener muchísimos días, semanas y años enteros de error. Hay una mayoría de historiadores que piensan que Jesús nació el año 4 antes de la fecha oficial establecida en el Evangelio.
Históricamente, ni siquiera se tiene claro si la vida pública de Jesús de Nazareth se prolongó por tres años o si todo ocurrió en un solo año.
Pero esa imprecisión no es relevante cuando se trata de volverse hacia el misterio, la leyenda y la religión. Ante esos temas inmensos, hacen falta alas distintas de las que usa nuestra razón. Por eso es que siempre las tradiciones de todas las culturas se refieren a un tiempo muy antiguo pero indeterminado. Dicen que esas cosas que ocurrieron en “illo tempore”, hace mucho, mucho tiempo, en los años de “habíase una vez”.
Por eso mismo es que la Navidad es mucho más que un viejo monumento religioso que sobrevive al paso de los siglos.
La Navidad está viva. Está tan viva que sigue siendo capaz de hacer un retrato descarnado y preciso, no de lo que le está pasando a ella, sino de lo que nos está pasando a nosotros.
Hasta la próxima, gente amiga. ¡Cuídense!... Hay peligro de perder todo eso que no se puede comprar y que en realidad necesitamos tanto como necesitamos el aire, el agua y la libertad.
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