Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Esta semana, el gobierno de Rusia emitió una escueta y horrorosa advertencia. El Alto Mando de las Fuerzas Armadas rusas, con autorización de la Presidencia, señaló que absolutamente cualquier estado que se atreva a lanzar un misil a territorio ruso, recibirá inmediatamente de respuesta un misil atómico.
El sistema satelital de detección, desplegado por Moscú, detecta hasta los más ligeros objetos de retroimpulso que entren en actividad en la atmósfera terrestre, y al detectarlos se establece con precisión absoluta el lugar desde donde lo disparan, la trayectoria que sigue y la velocidad del cohete, y hacia dónde se dirige.
El sistema de detección no puede determinar cuál sea el contenido de aquel cohete, ni su carga, ni sus intenciones. Pero instantáneamente se activarán, por un lado, los sistemas de intercepción anti misiles que intentarán derribarlo, y, al mismo tiempo, la respuesta inmediata con un misil hipersónico ruso, con carga nuclear, que será disparado en el momento mismo de la detección satelital del otro cohete, y eso mucho antes de que el misil detectado pueda llegar a territorio ruso.
Es un aviso extremadamente claro: no lancen ningún artefacto hacia territorio ruso. Ni un avión, ni un dron, ni un misil, porque los efectos serán instantáneos. No habrá tiempo para evitar la respuesta atómica hasta cualquier lugar del planeta desde donde lo hayan disparado.
Simultáneamente, el gobierno de China emitió una advertencia directamente a Washington: No vuelvan a violar nuestro espacio territorial marítimo o aéreo, porque puede producirse un incidente que, una vez empezado, ya no podrá detenerse.
Horas después de esas advertencias, se dio a conocer que las flotas de submarinos furtivos, de China y de Rusia, comenzarán a realizar patrullajes conjuntos y coordinados en todos los océanos del mundo. O sea, podrán disparar sus misiles de ataque, sin necesidad de salir a la superficie, y a muy corta distancia del enemigo y en forma inesperada.
¿Es bueno o es malo que esos dos países estén lanzando tales advertencias?...
Esta semana, en Estados Unidos, el Partido Republicano confirmó su respaldo total a la candidatura de Donald Trump a la reelección como Presidente de Estados Unidos. Y en la Asamblea General del partido Republicano, el senador Rand Paul emitió una declaración que provocó histeria en el campo Demócrata.
Dijo que Donald Trump está logrando poner término a las guerras en que Estados Unidos está empantanado. A diferencia de Barack Obama, que mantuvo a Estados Unidos en guerra permanente durante los 8 años de su mandato, Trump ya logró ponerle fin a la guerra en Afganistán y está disminuyendo rápidamente la presencia militar de Estados Unidos en Irak, en Siria y en Libia, a la vez que reduce sus efectivos en países de Europa.
Y, fíjese Ud., lo más impresionante es que esa información del senador Rand Paul es cierta. Y es también cierto que, en el plano internacional, la candidatura demócrata de Joseph Biden anuncia a viva voz sus intenciones beligerantes en contra de Rusia y de la China.
Más aún, los demócratas en este momento están procurando involucrar a la OTAN para que intervenga en Bielorrusia dando apoyo militar a los opositores que desconocen la reelección del presidente Aleksandr Lukashenko, cosa que la Unión Europea ha rechazado desde el primer momento.
Asimismo, la gran prensa asociada a la candidatura demócrata, encabezada por los periódicos New York Times y Washington Post, está sosteniendo una campaña intensa anti rusa, afirmando sin base alguna que el gobierno de Wladímir Putin trató envenenar al político opositor Alexei Navalny.
Es decir, según la prensa demócrata el presidente de Rusia Wladímir Putin y su equipo de gobierno serían tan increíblemente estúpidos como para tratar chambonamente de envenenar a un político opositor que no tiene ni siquiera apoyo suficiente para ganar una elección municipal, como fueron las de su postulación a alcalde de Moscú. No pasó más allá del 27%.
Por supuesto, Navalny jura que el propio presidente Putin ordenó que lo envenenaran. Obviamente, todos los analistas serios saben que en Rusia necesitan mantener a Putin en el poder por la sencilla razón de que no hay ninguna otra figura política que pueda reemplazarlo, al menos por ahora.
Y es por eso que, tras 20 años en el gobierno de Rusia, Wladímir Putin sigue teniendo un apoyo electoral de más del 70% en una nación en que el principal partido de oposición es el Partido Comunista.
En la Unión Europea está clarísimo que detrás de las acusaciones infundadas por la intoxicación de Alexei Navalny lo que se esconde es una maniobra político-publicitaria apuntada a impedir la conexión del gasoducto Corriente Norte 2 para abastecer a Europa. Es decir, ya todo el mundo sabe que un eventual triunfo demócrata en las elecciones de noviembre tendría por efecto aumentar dramáticamente la posibilidad de una guerra.
Es así que, en estos momentos, tanto para Rusia y China, tanto como para Europa y la mayoría de los estados miembros de las Naciones Unidas, un triunfo del candidato Joe Biden no es algo que sea tranquilizador.
Incluso para analistas social demócratas europeos, un triunfo del mismísimo y tan desprestigiado Donald Trump podría ofrecer mejores expectativas, en la medida en que pueda tratar corregir los errores de su primer mandato.
De hecho, ya en su discurso ante la Asamblea Republicana, Trump afirmó estar dispuesto a lograr en brevísimo plazo un entendimiento razonable con Irán, avanzar en la colaboración tecnológica con Rusia, y alcanzar finalmente un buen acuerdo económico y jurídico con China.
Por cierto, la desconfianza predomina en los países que más duramente se han enfrentado a las medidas de fuerza impuestas por Washington. Principalmente Cuba, Venezuela, Turquía, Irak, Siria y Libia.
En cuanto a la Unión Europea, ya el grado de independencia logrado frente a Washington no va a retroceder. Europa está interesada en mantener una relación amistosa y conveniente con Estados Unidos, pero eso en la medida en que tal amistad no entorpezca las amistades con China y con Rusia.
Es decir, ya sin mucho disimulo, se da por obsoleto el mito del Siglo Americano y el Destino Manifiesto Imperial de los Estados Unidos.
Es posible que en un plazo razonablemente cercano, las principales economías del mundo realicen una nueva Conferencia Económica Mundial, similar a la de Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial, para establecer una nueva unidad monetaria internacional que reemplace al dólar y que responda a los estados en términos por encima de la vicisitudes de un país determinado como ha ocurrido con el dólar.
De hecho, el robustecimiento del rol de pequeñas potencias como Corea del Sur, Indonesia, la India, Turquestán e Irán, entre otras, permitiría que nuevamente las Naciones Unidas tengan suficiente autoridad para configurar un régimen mundial de negociación internacional democrática y jurídicamente clara.
Sin embargo, ese inesperado proceso de transformación política, económica y estratégica, se está produciendo a la sombra catastrófica de la pandemia del COVID19 cuyos efectos están demoliendo las economías mundiales y, con ello, está también mostrando la debilidad y la torpeza de los llamados “gobiernos democráticos”. De hecho, la recesión económica mundial ya se hace sentir en todo el planeta. Estados Unidos enfrenta una recesión superior al 12,5% negativo. América Latina, una recesión que se estima será del orden del 15%..., en fin.
El empobrecimiento se une al ya inocultable deterioro ambiental de todo el planeta. Sequías y calores perniciosos en América del Norte, Europa y Rusia, mientras que en China y todo el sudeste asiático, lluvias torrenciales se vuelven catastróficas.
Una nueva advertencia de los geólogos muestra la posibilidad de que en la Antártica el derretimiento de los acantilados de hielo costeros provoque un desplome súbito hacia el mar de billones de toneladas de hielos que están situados en tierra y que causarían una elevación repentina de más de 20 metros del nivel del mar.
Está claro que aún sin llegar a ese grado catastrófico el cambio climático tendrá por efecto un cambio gravísimo en la producción de alimentos. Es decir, un grado de pobreza que no sólo afectará a la capacidad de compra a la que estamos ya habituados. Más allá de eso, el efecto para muchos será de miseria, hambre e indefensión.
De ahí que esté generalizándose una deriva política de los gobiernos hacia un autoritarismo cada vez mayor, y con mayor participación de las fuerzas policiales y los ejércitos.
Esto, sin duda, conlleva debilitamiento de la democracia y un incremento de acciones represivas, que a menudo son aplicadas con mucha torpeza o por protagonistas corruptos.
De hecho, en Estados Unidos, toda la gente está comprando armas de fuego en este momento. Sólo en el pasado mes de julio, se vendieron más de 7 millones de armas, desde pistolas hasta armas largas de alta potencia.
O sea, la gente común de Estados Unidos aparece preparándose para un nuevo tipo de convivencia que recuerda los tiempos de la conquista del Oeste… incluso por su carga de racismo, teniendo ahora los negros el mismo trágico papel que antes tuvieron los pieles rojas.
En ese nivel de deterioro extremo de los niveles de convivencia política, económica y cultural, ¿cómo es que la clase dirigente, los líderes políticos de todo el mundo, parecen incapaces de trazar un camino razonablemente pacífico y realizable?...
Y cómo es que los miles de millones de personas comunes y corrientes nos encontramos convertidos en rebaño desprovisto no sólo de respuestas… desprovistos incluso de las preguntas que debiéramos hacerle a nuestros líderes.
Muchos intelectualoides de la política han asumido la moda de hablar del “deconstruccionismo” como fórmula para replantearse lo bueno y lo malo que se nos está ofreciendo. Pero, oiga, el “deconstruccionismo” es una finísima e intrincada propuesta filosófica, a partir de la fenomenología de los valores, planteada por los filósofos alemanes Heidegger y Husserl, y elaborada también por el marxista francés Louis Althusser y por el marxista argelino Derrida, Jacques Derrida.
Hablando en fácil, se trata de interpretar lo que vemos, sentimos y pensamos, dándonos cuenta de que nuestro entendimiento está prisionero del lenguaje que hablamos y de paquetes o construcciones de palabras que nos presionan y nos impresionan para que no pensemos ni percibamos nada realmente nuevo.
O sea, intelectualmente somos prisioneros de construcciones que se nos imponen desde el momento mismo en que aprendemos a hablar.
¿Es eso malo?... No necesariamente, pero esas construcciones de palabras cargadas de emocionalidad, de vergüenzas, de rabias y también de apetencias que pueden volverse feroces, son construcciones que nos aprisionan cuando encaramos lo insólito. El desastre, la guerra, la superpoblación desaforada, la destrucción del medio ambiente que necesitamos para seguir vivos…
En estos momentos hay todo un movimiento de psicólogos, filósofos, antropólogos en fin, exploradores de las ciencias humanas, del humanismo, que están procurando generar nuevas herramientas psíquicas para reaprender el arte de pensar. El arte de darse cuenta.
La muy prestigiosa revista Scientific American, por ejemplo, anunció la publicación del libro “Return to Reason: The Science of Thought”. En castellano, “Volver a la razón: La ciencia de pensar”.
Me llegará ese libro en un par de semanas más. Habría que ver si alguna editorial de habla hispana saca una traducción.
Como sea, es importante poder conversar en serio sobre lo que es el pensar, el darse cuenta, el deconstruir las ya incómodas e ineficaces maneras de pensar. Y así entonces poder evolucionar. Poder hacernos dignos de entrar en el futuro como seres humanos. No como energúmenos codiciosos, rabiosos y envidiosos.
Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Pero hasta ahora ningún peligro nos ha vencido para siempre.