Por el bien de la vida en la Tierra, debemos poner un límite a la riqueza

No son solo los súper ricos: un mayor poder adquisitivo nos lleva a todos a infligir daños ambientales. Es hora de un plan radical Por George Monbiot [i] No es del todo cierto que detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen. Los músicos y novelistas, por ejemplo, pueden volverse extremadamente ricos dando gusto a otras personas. Pero parece ser universalmente cierto que frente a cada gran fortuna se encuentra un gran crimen. La gran riqueza se traduce automáticamente en grandes impactos ambientales, independientemente de las intenciones de quienes la poseen. Los muy ricos, casi como una cuestión de definición, están cometiendo ecocidio. Hace unas semanas, recibí una carta de un trabajador en un aeropuerto privado británico. “Veo cosas que realmente no debería estar sucediendo en el 2019”, escribió. Todos los días ve aviones Global 7000, Gulfstream G650 e incluso Boeing 737 despegando del aeropuerto con un solo pasajero, principalmente volando a Rusia y los Estados Unidos. Los Boeing 737 privados, construidos para llevar a 174 pasajeros, se llenan en el aeropuerto con alrededor de 25.000 litros de combustible. Esa es tanta energía fósil como la que podría usar una pequeña ciudad africana en un año. ¿A dónde van estos pasajeros solitarios? Tal vez para visitar una de sus súper casas, construidas y operadas a un enorme costo ambiental, o para hacer un viaje en su súper yate, que podría quemar unos 500 litros de diésel por hora, y que está construido y equipado con materiales escasos extraídos a expensas de hermosos lugares. Quizás no debería sorprendernos saber que cuando Google convocó una reunión de los ricos y famosos en el Resort Verdura en Sicilia en julio para discutir el colapso climático, sus delegados llegaron en 114 jets privados y una flota de mega yates, y recorrieron el isla en súper automóviles. Incluso cuando tienen buenas intenciones, los ultraricos no pueden hacer más sino ayudar al destrozo del mundo de los vivos. Una serie de trabajos de investigación muestran que el ingreso es, por lejos, el factor determinante más importante del impacto ambiental. No importa cuán verde creas que eres; si tienes dinero excedente, lo gastas. La única forma de consumo que correlaciona de forma clara y positiva con las buenas intenciones ambientales es la dieta: las personas que se ven a sí mismas como verdes tienden a comer menos carne y más vegetales orgánicos. Pero las actitudes tienen poca relación con la cantidad de combustible de transporte, la energía del hogar y otros materiales que consumes. El dinero lo conquista todo. [caption id="attachment_66076" align="aligncenter" width="800"] Super Yate: Mirabella | Wikimedia Commons[/caption] Los desastrosos efectos de poder adquisitivo se ven agravados por el impacto psicológico de ser rico. Diversos estudios demuestran que cuanto más rico eres, menos podrás sintonizar con otras personas. La riqueza suprime la empatía. Un documento revela que los conductores de automóviles caros tienen menos probabilidades de detenerse en los cruces peatonales que los conductores de automóviles baratos. Otro estudio reveló que las personas ricas eran menos capaces que las personas más pobres de sentir compasión hacia los niños con cáncer. Aunque son desproporcionadamente responsables de nuestras crisis ambientales, los ricos serán los últimos y los menos afectados por el desastre planetario, mientras que los pobres serán los primeros y los más afectados. Las investigaciones sugieren que cuanto más ricos sean, menos probable será que esos conocimientos los molesten. Otro problema es que la riqueza limita las perspectivas incluso de las personas mejor intencionadas. Esta semana, Bill Gates argumentó en una entrevista con el Financial Times que desinvertir (deshacerse de las acciones) de los combustibles fósiles es una pérdida de tiempo. Sería mejor, afirmó, invertir dinero en nuevas tecnologías disruptivas con menores emisiones. Por supuesto que necesitamos nuevas tecnologías, pero se ha perdido el punto crucial: al tratar de evitar el colapso climático, lo que cuenta no es lo que haces sino lo que dejas de hacer. No importa cuántos paneles solares instales si no apagas simultáneamente los quemadores de carbón y gas. A menos que las plantas de combustibles fósiles existentes se retiren antes del final de sus vidas útiles, y se cancele toda exploración y desarrollo de nuevas reservas de combustibles fósiles, hay pocas posibilidades de evitar más de 1.5° C de calentamiento global. Pero esto requiere un cambio estructural, que implica intervención política e innovación tecnológica: anatema para los multimillonarios de Silicon Valley. Exige un reconocimiento en cuanto a que el dinero no es una varita mágica que hace desaparecer todas las cosas malas. El viernes, me uniré a la huelga climática mundial[ii], en la que los adultos se unirán a los jóvenes cuyo llamado a la acción ha resonado en todo el mundo. Como profesional independiente, me he estado preguntando contra quién estoy parando. ¿Yo mismo? Sí: un aspecto de mí mismo, al menos. Quizás lo más radical que podemos hacer ahora es limitar nuestras aspiraciones materiales. La suposición sobre la cual operan los gobiernos y los economistas es que todos se esfuerzan por maximizar su riqueza. Si tenemos éxito en esta tarea, inevitablemente demoleremos nuestros sistemas de soporte vital. Si los pobres vivieran como los ricos y los ricos vivieran como los oligarcas, destruiríamos todo. La búsqueda continua de riqueza, en un mundo que ya tiene suficiente (muy mal distribuida) es una fórmula para la indigencia en masa. Una huelga efectiva en defensa del mundo vivo es, en parte, una huelga contra el deseo de aumentar nuestros ingresos y acumular riqueza: un deseo formado, más de lo que probablemente somos conscientes, por las narrativas sociales y económicas dominantes. Me veo a mí mismo parando en apoyo de un concepto radical e inquietante: Suficiente. Individualmente y colectivamente, es hora de decidir qué aspecto tiene ese “Suficiente” y cómo saber cuándo lo hemos logrado. Hay un nombre para este enfoque, acuñado por la filósofa belga Ingrid Robeyns: limitarismo. Robeyns argumenta que debería haber un límite superior para la cantidad de ingresos y riqueza que una persona puede acumular. Así como reconocemos una línea de pobreza, por debajo de la cual nadie debería caer, debemos reconocer una línea de riqueza, por encima de la cual nadie debería superar. Este llamado a nivelar es quizás la idea más blasfema del discurso contemporáneo. Pero sus argumentos son sólidos. El dinero excedente permite que algunas personas ejerzan un poder desmesurado sobre otras, en el lugar de trabajo, en la política y, sobre todo, en la captura, uso y destrucción de la riqueza natural. Si todo el mundo ha de prosperar, no podemos permitirnos el lujo de de tener ricos. Tampoco podemos permitirnos nuestras propias pretensiones, esas que la cultura de maximización de la riqueza alienta. La triste verdad es que los ricos son capaces de vivir como lo hacen solamente porque otros son pobres: no hay espacio físico ni ecológico para que todos busquen el lujo privado. En cambio, deberíamos esforzarnos por la suficiencia privada y el lujo público. La vida en la tierra depende de la moderación.   [i]       www.monbiot.com Artículo original en inglés publicado en The Guardian. Traducido al castellano por RESUMEN bajo autorización del autor. [ii]       Nota del traductor: el texto fue publicado el día previo a la huelga mundial por el clima del 20 de septiembre.
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