La política se trata del estar juntos y de la reciprocidad entre seres diferentes. La política es resultado de la aceptación de la existencia simultánea de grupos diferentes y, por lo tanto, de intereses y tradiciones divergentes dentro de una unidad territorial sujeta a un gobierno común. Implica, cierto nivel de tolerancia y el reconocimiento de que el gobierno se ejerce en mejores condiciones cuando los distintos intereses se debaten en un foro abierto.
Al separarse de la sociedad civil el Estado puede representar el interés general y dejar de identificarse con una de sus “partes”. El interés general, se encuentra en el espacio abierto por las libertades públicas, y en particular por las libertades laicas, las grandes libertades fundamentales, de conciencia, de expresión, de culto, de asociación, de enseñanza. Cabe preguntarse si entorno a las cuestiones bioéticas, libraremos la batalla para convencer a la mayoría de los chilenos que los credos religiosos forman parte de la esfera privada y que no pueden interferir en los asuntos públicos. Aunque por algunas opiniones bastante ambiguas que hemos vistos entre nosotros habría que cerciorarse si existe acuerdo en que un Estado Laico no debe claudicar ante las presiones de la jerarquía eclesiástica.
La crisis de legitimidad de nuestros representantes (aunque nos duela), instalados en las instituciones políticas, se demuestra en la desafección frente a la política tradicional. La existente brecha entre los principios proclamados y el ejercicio de la ciudadanía, se torna cada vez más flagrante. Y la ausencia de mujeres –tan débilmente representada respecto a su lugar en la sociedad- revela el mal funcionamiento del sistema político.
De una u otra forma somos herederos y herederas de derechos e instituciones implementadas desde 1789. Sin embargo, la exclusión, ha servido para legitimar el acaparamiento de la representación por una minoría de hombres que pertenecen a la “elite económica, política e intelectual”, la que ha confiscado, a propio beneficio, los principios universales republicanos.
En el momento en que este modelo está en manifiesta crisis, el movimiento a favor de una igualdad real de la representación política, podría constituir un poderoso punto de partida para el cuestionamiento de este modelo, sin lo cual la realización de la democracia nos parece imposible.
Ahora, la pregunta es ¿que democracia?. La tendencia dominante en nuestros días consiste en identificar la democracia casi exclusivamente con el estado de derecho y la defensa de las libertades individuales, dejando de lado el elemento de soberanía popular, por considerarlo como algo obsoleto, un predominio de lo que se llama “demoprotección” frente al “demopoder”. Pero esto pone en peligro la legitimidad de las instituciones democráticas y la adhesión que son capaces de despertar en los ciudadanos, dando lugar a una situación de “déficit democrático”. Es lo que ha ocurrido en algunos países de Europa, en los que la desaparición de una línea divisoria clara entre las identificaciones políticas tradicionales ha dejado un vacío que rápidamente ha ocupado la extrema derecha. La inexistencia de líneas divisorias perfiladas impide la creación de identidades políticas claras y alimenta el desencanto con los partidos tradicionales. La pretensión de los teóricos de disolver las fronteras entre la izquierda y la derecha, lejos de constituir un avance para la democracia, más bien compromete su futuro, al dejar la puerta abierta al avance de planteamientos antidemocráticos. La definición de “progresista” es considerada por las izquierdas europeas casi como un insulto, entre otras razones porque esa es una de las huellas que dejaron los movimientos ecológicos en el vocabulario político. Para los ecologistas, ambientalistas y “verdes” europeos, progresismo es una de las ideologías del “destructivismo industrial”, y hoy nadie -ni izquierdas ni derechas- podría ganar una elección levantando banderas “progresistas”. La vigencia positiva del término “progresismo” en Chile es, en cambio, una prueba de que el ecologismo apenas rozó la piel del país. Si la izquierda chilena quiere alguna vez de nuevo gobernar, va a tener que comenzar por aprender el idioma político de nuestro tiempo que, evidentemente, no domina.
La política esta siempre relacionada con la creación de un nosotros mediante la determinación de un ellos. La política democrática no se reduce al momento en que el pueblo plenamente constituido establece y aplica sus reglas, sino que se ejerce ya desde el momento de la lucha por la definición de pueblo. La unidad del pueblo es el resultado de una construcción política y no algo previo. Lo que necesitamos, entonces, es un modelo democrático capaz de aprehender la naturaleza de lo político, como un sistema diferente al de la economía o la ética. “Lo político” hace referencia a la dimensión de antagonismos que es inherente a las relaciones humanas, antagonismo que puede adoptar muchas formas y surgir en distintos tipos de relaciones sociales. La política se propone la creación de la unidad en un contexto de conflicto y de diversidad. Esta forma de concebir la democracia exige la aceptación de que la división y el conflicto son inevitables y que no es posible alcanzar una reconciliación plena de la unidad “pueblo”. El objetivo de una política democrática debería proporcionar el marco en el cual los conflictos puedan adoptar la forma de una confrontación entre adversarios en lugar de manifestarse como una lucha antagónica entre enemigos.