Mi experiencia con los libros ha sido como mi vida en general. La literatura, de por sí, se defiende a sí misma. No necesita de otros para notarse. Resulta ser una ciencia intrínseca y la defino así porque aparte de ser trascendental en cuanto a su profesión, ha construido, a través de los años, una hebra de otros géneros que permiten determinarse como seres autónomos.
Alba Viveros
Las ventas en las librerías recaen en la literatura juvenil o la histórica; temáticas que hoy todos los jóvenes compran. La relación entre escribir y leer muta, pese a ello, teniendo una versatilidad en cuanto a la lectura en promedio es la misma, cuestionarse si lo que estaré leyendo en que me influye a mí y a la realidad que me enfrento.
Si somos realistas, parte del oficio del escritor es mentir. Con los años, no he conocido a ninguno que no me haya dicho que convertimos la existencia en otra visión falaz de sí porque existen momentos que no queremos estar, al contrario, desesperados, deseamos desaparecer por un instante por más que nos engañemos, es así. Anhelamos lo inalcanzable y ese es el nudo que nos angustia.
Ernest Hemingway, confiesa en una de sus entrevistas realizadas para el The Paris Review, que las reglas establecidas en el juego literario no significan nada hasta el día siguiente. Podemos sentirnos de maneras diferentes; no es lo mismo escribir en un día soleado con un clima húmedo que en un día donde la tempestad del frio solo te deja postrado en tu cama abrazado con las manos del calor y los dedos de las sábanas.
La obra de escribir va en conjunto con aquellas percepciones que se nos estigmatizan. Nacemos con el deber de enjuiciar a alguien de tal manera, obteniendo un derecho que ni siquiera nos corresponde a nosotros determinarla. Ese es el juego de vida.
Juan Rulfo, exponente de la literatura hispana, en su novela Pedro Páramo deja al descubierto la capacidad de la realidad con la ficción. El viaje que transcurre Miguel Páramo para saber sobre la vida de su padre, llega al punto de enfrentarse con el realismo mágico que aborda Rulfo para dar la sensación que el protagonista deja su mundo al enfrentarse a la muerte como forma de olvidar quién fue hasta que regresa. La perspectiva en la que convierte su trágica niñez vivida durante la independencia mexicana relatando ya un pueblo extinto, son esas memorias que la intertextualidad dan forma con el fin de crear este nuevo reflejo de lo que el ya conocía: la hambruna, los recuerdos, la nostalgia súbita y el desarraigo de sus seres queridos.
Todos los escritores convertimos la miseria de nuestras vidas en un velo, incluyéndome. Coexistir en un estado de embriaguez y a la vez de apariencias, así nadie podrá conocernos por completo. El arte literario permite corromper cada yactura de la contemplación, es decir, existimos porque sabemos que la realidad supera nuestro entendimiento, ni nosotros mismos entendemos a la primera como nos sentimos o porque nos suceden tales situaciones que deseamos que no nos pasaran. Buscamos razones para darles un significado, pese a que resulten insignificantes.
Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas pronuncia que: “La literatura es, además de otras cosas, un modelo de conducta. Sus principios pueden extrapolarse a todas las actividades de la vida. No obstante, dentro de la misma cita del ensayo exclama lo siguiente: “La vida se nos da y se nos quita, pero hay momentos en que la merecemos, quiero decir que depende de nosotros que continúe o que cese”.
Mi vida la definiría como un círculo de resiliencia. Jamás desearía que un ser pasara por aquello que atravesé. Hay momentos donde observamos todo efímero, sin escapatoria y nos refugiamos ensimismados en conductas que solo vemos una cara de nosotros. No conozco a ninguna persona que no se esconda detrás de una máscara por mucho que aparente no hacerlo. El miedo a nosotros mismos, los cambios que nos trascienden, provocan que cada versión de uno mute hacia otra aunque no nos veamos dispuestos a enfrentarla.
La literatura de por sí desnuda el miedo a través un arte agraciado y propio. Cada escritor tiene una forma de plasmar su realidad, quizás dentro de los rankings de la industria literaria retracta de manera errónea el significado que esta posee. La relación entre la obra con el lector va relacionada hoy en día con las convivencias complejas vividas por los adolescentes ya que el tema de interés es con ellos. Sin embargo, demostrar la condición humana de la historia es lo que todavía nos falta, por mucho que queramos rellenar aquel vacío es imposible.
Lo universal determina nuestra condición y los relatos como la epopeya de Gilgamesh, Génesis, la Teogonía o Popol Vuh traslucen como primer mandamiento para la humanidad la necesidad de creer en un ser. Si no creemos en alguien; el exilio del cual nos vemos enfrentados nos comienza a arder. No es la persona, la perdida sí.
Debemos ser conscientes que toda historia trasciende de una preexistente. Así como una célula se regenera de una que ya existe, la literatura causa lo mismo. Si nos referimos Frankenstein, se podría interpretar que su origen proviene de la creación de Enkidu, una criatura mortal hecha por el dios Anu con el fin que este se asemejara al poder de Gilgamesh, un semidios que protegía al pueblo de Uruk. La dualidad que refleja Enkidu da espacio a otras obras como la novela policíaca/psicológica de Stevenson junto al personaje de Mr. Hyde y así sucesivamente.
Todas las percepciones son parte del talento de la literatura; reflejar aquellas verdades que continuarán siendo reveladas. Sin querer, nos vemos sumergidos en un constante punto Jonbar que nos posibilita admirar las distintas apropiaciones del mundo desde un mito de origen hasta los temas que involucran a la sociedad actual.
Y por ello, no voy a refutar lo que escribo porque si fuese así, ya no sería un arte que compartir.
https://www.youtube.com/watch?v=X__1wDLicCw
En la foto, Juan Rulfo. Extraída de ciudadolinka.com