Cada vez que ocurre un episodio de violencia escolar --una pelea viralizada, un ataque a un docente, un estudiante con un arma blanca o de fuego--, la respuesta se repite: más seguridad. Más cámaras. Más vigilancia. Estas últimas semanas, algunos alcaldes volvieron a poner sobre la mesa la idea de instalar detectores de metales en los accesos a los liceos. Medidas urgentes, dicen. Para recuperar la autoridad. Para frenar el descontrol.
Pero, ¿de verdad se trata solo de control y de seguridad?
A veces las coincidencias parecen ser solo producto del azar. Pero otras veces, como la que ocurrió en el Colegio Nuevos Horizontes de San Pedro de la Paz, la coincidencia parece ser la punta de una madeja que deja al descubierto un problema grave, profundo y para nada anedcótico.
El mismo momento en que dos sujetos -uno de ellos alumno del establecimiento- se filtraron por la puerta principal del recinto, la que no estaba resguardada adecuadamente, las apoderadas del recinto organizaban un "mate criollo" para juntar fondos y reparar el techo del gimnasio. El techo está inutilizable por el daño acumulado de años: filtraciones, estructuras oxidadas y excremento de palomas que caen sobre los estudiantes durante las clases de educación física. El gimnasio lleva cerrado meses. No hubo recursos municipales. No hay recursos del SLEP Andalién Costa. No hay respuestas del Mineduc. La comunidad hace lo que puede.
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¿En qué momento decidimos que la violencia se resuelve con detectores de metales y no con techos dignos?
No se trata solo de infraestructura. Se trata de qué tipo de escuela estamos construyendo: una que acompaña o una que sospecha. Una que cuida o una que vigila.
Hoy, el 70% de los colegios vulnerables prioriza gastos en seguridad sobre salud mental (Defensoría de la Niñez, 2023). Un 45% gasta más en guardias que en programas de convivencia (Cámara de Diputados). Y Chile tiene un promedio de 1 psicólogo por cada 1.200 estudiantes (Colegio de Psicólogos, 2023). En países como Finlandia, donde la prevención es una política estructural, hay 1 por cada 250 estudiantes, respaldados por una inversión de hasta 1.500 dólares anuales por alumno. En Chile, esa inversión es de apenas 6 a 50 dólares.
¿De verdad creemos que un arco detector de metales va a resolver lo que ni el Estado ha querido ver?
El 32% de los docentes ha sufrido agresiones (Colegio de Profesores, 2022). El 28% de los colegios del país ha recibido denuncias formales por violencia. Pero esta violencia no nace de la nada: se arrastra, se acumula, se reproduce en espacios donde no hay tiempo ni recursos para reparar, para contener, para transformar.
Según datos de la Subsecretaría de Prevención del Delito citadas en una entrevista dada a La Tercera por la académica Paulina Guzmán: "Las denuncias por infracción a ley de armas, es decir, porte ilegal de armas dentro de establecimientos educacionales, aumentaron de forma sostenida en la última década. A nivel nacional, estas denuncias aumentaron un 398,97% entre el 2014 y el 2024. En la Región del Biobío, subieron un 300% en el mismo período. Es la tercera región con más aumento en 10 años, detrás de la RM y Valparaíso. "
La violencia escolar no es el origen del problema. Es su síntoma. Y medidas como la instalación de escáneres no solo son ineficaces, sino que profundizan el quiebre entre estudiantes y adultos. Transmiten un mensaje: aquí no confiamos en ustedes.
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Y eso, en comunidades ya atravesadas por la frustración, la pobreza, la sobreexigencia y la exclusión, solo aumenta la rabia. La transforma en desborde.
Por eso es urgente que dejemos de reaccionar al síntoma y empecemos a mirar las causas. Ningún detector de metales va a sanar una escuela con techos rotos, baños insalubres, profesores sobrepasados y estudiantes que deben viajar dos horas al día para recibir una educación que muchas veces los trata como amenazas antes que como personas.
La violencia no se escanea. Se escucha. Se comprende. Se enfrenta con políticas reales de inclusión, con escuelas bien financiadas, con adultos disponibles, con proyectos educativos que abracen en vez de excluir.
Si no somos capaces de entender eso, no estamos hablando de seguridad. Estamos hablando de renunciar al futuro.