Con este escrito, Resumen da el puntapié inicial a una serie de relatos futboleros relacionados con el centenario Club Deportivo Ferroviario Almirante Arturo Fernández Vial. Son fragmentos de recuerdos, vivencias, pasiones, utopías y pensamientos de un hincha vialino que han sido puestos por escrito, tal como pudieron ser dichos después de un partido, una protesta o una marcha, en un bar, una micro o en la calle.
Ante la hegemonia de los discursos que conciben el fútbol en términos de rentabilidad económica y deportiva, creemos importante destacar aspectos que parecen resistirse al modelo, como son la memoria, el arraigo, la identidad y las tradiciones populares.
En nuestra región, el escritor Luis Osses Guíñez ha sido pionero en este ámbito con escritos publicados hace ya varias décadas. Fuera de nuestras fronteras, encontramos a Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, solo por citar a algunos. Creemos que hace falta continuar con este tipo de trabajos e incentivar a otros creadores a que puedan unirse en las próximas estaciones.
Considerando que el Fernández Vial es el “Decano” del fútbol local, resulta fundamental para nosotros iniciar este camino dedicando un espacio privilegiado al club con mayor tradición y arraigo popular de todo el sur de Chile.
El que no toma vino no es vialino:
Sobre los borrachos del Vial y el agua potable
Cuando prendí la tele no lo podía creer. Era un mediodía de febrero o marzo del año 2008. Prendí la tele y al sintonizar un canal regional, me enteré que ese día el vialito estrenaba nueva camiseta y, por la televisión, por esa la cajita imbécil, estaban cubriendo la noticia.
Recuerdo haber visto al Zorro Muñoz ponerse una camiseta, nuestra clásica amarilla con franjas negras y a otro jugador -probablemente el Chiqui Chavarría- probarse una blanco con negro que tenía una franja amarilla al medio. Creo también haber visto al Tato Ortíz y a un par de dirigentes sinvergüenzas (lo que no es novedad, ya que los últimos años hemos tenido casi exclusivamente dirigentes sin vergüenzas) mezclándose con unas modelos que nunca se habían visto en el estadio. Estaban en un céntrico hotel de la ciudad o algo así, ya no me acuerdo bien, los recuerdos se pierden en una nebulosa gastada por el tiempo.
Cuando el Zorro Muñoz desplegó su camiseta quedé paralizado. En medio de la aurinegra, y con notorias letras azules, se vislumbraba la marca de una conocida empresa que reparte el agua potable en la zona. La misma puta empresa que nos endeuda todos los fines de mes con usureros cobros cada vez más altos, la sanitaria que antes fue estatal y que, por chanchullos de la concertación, fue a parar a manos de los mismos empresarios que se han robado este país pese a la oposición de la comunidad penquista.
¡Chucha! –dije- y me quedé unos minutos en silencio como un robot oxidado e inerte. No sé si fue una actitud meditativa, o sorpresa o estupefacción. La cosa es que me quedé parado mucho tiempo sin moverme, como si el sinsentido, de pronto, se hubiese apoderado del mundo.
Solo logré volver en mí, cuando estaba terminando el noticiario. Simplemente apagué la tele y me fui a duchar sin poder pensar en ninguna cosa.
Caminando por el paseo peatonal un rato más tarde, entre encrucijadas e imágenes mentales, me recordé de muchos episodios en los cuales, sin saber por qué, el único factor común era la herencia ancestral vinculada al alcoholismo que azota esta tierra del Bío-bío. Alguna relación tendría con el sinsentido de la existencia o simplemente lo del agua potable me afectó.
Tenía como cuatro años y estaba en Chivilingo, y después de una juerga desatada con guitarra y garrafas de vino al lado de una fogata, mi tío José, en pleno medio día y con el care´ gallo pegando de lleno, salió de una carpa como reviviendo de una noche agitada. Despeinado, a pesar de que parte de su cabellera ya estaba abandonando el estadio, se dirigió hasta un bidón con agua recién sacada de una vertiente cercana, abrió la tapa, buscó un vaso de vidrio y depositó en su interior el preciado líquido trasparente que tanto nos costaba conseguir en aquella playa escondida. Cuando en sus manos el vaso repleto de agua estaba a punto de ser digerido, apareció mi tío Roberto desde la ramada de “eucaliptu” y, a pesar de estar con la “caña hirviendo”, se apresuró a quitarle el vaso mientras le gritaba:
– No seai weón… ¿qué? ¿Te querí matar?
Todos se largaron a reír, incluso unas tías que miraban a lo lejos. Parece que la talla era buena. Yo, a mis cuatro años de edad, no entendí a qué se debía esa risa. Ahora, después de haberla escuchado miles de veces, entiendo por qué aquella rutina causó tanta hilaridad en el resto de mi familia.
Cuando cabro chico, y luego de una pichanga que terminaba a los combos con un amigo que era del Conce, cuando cada uno volvía a su casa, yo le gritaba desde mi vereda “limosnero” y él me gritaba desde la suya “borracho”. Era lo que escuchábamos en Collao cada vez que se jugaba un clásico.
Ahora sé por qué cuando uno va al estadio a ver al Vial y llueve, la gente dice que hay que tener cuidado con los gritos (porque te puede entrar agua a la boca).
Yiaaaaaáaaaaa…(no sé cómo escribir este sonido tan profundamente sureño). Esa fue la respuesta de mi viejo cuando le conté quién era el nuevo auspiciador de la camiseta.
No sé por qué, pero ese mismo día tuve un presentimiento. Para una hinchada que a lo largo de toda su historia se ha caracterizado por su carácter bohemio y alcohólico, parece un chiste malo que su camiseta tenga la publicidad del agua potable. ¿Qué dirían los que amanecían afuera de El Vialino esperando tomarse una pituca pa´ arreglar la caña? ¿Qué dirían los viejos que hacían entrar pa´ callao una petaca con malisia para ver al Vial y poder aguantar el frío y la lluvia en Collao? ¿O los Vialitros? ¿Qué dirían si supieran que ahora el vialito le hace propaganda al agua potable?
A mí se me ocurre que estos weones quieren matar al Vial ¿Cómo se les ocurre que el agua potable va a ser el auspiciador del Vial?
Esta puede ser una jugada del Almirante, le dije a mi viejo, mientras él veía la tele. Creo que no me entendió. Todos sabemos -le dije- que Arturo Fernández Vial era el almirante del pueblo, que luchó por la clase trabajadora, como dice la misma Gabriela Mistral y que por lo mismo intervino en la huelga de los estibadores y ferroviarios en 1903 (razón por la cual nuestro Vial lleva su nombre) y que creó 14 escuelas de obreros una vez que se retiró de la armada. Eso lo sabemos.
Pero también sabemos que, como buen anarquista libertario, y a diferencia de varios de los otros viejos anarquistas libertarios de la colonia Tolstoiana de Augusto D´Halmar que él visitaba, era un declarado enemigo del alcoholismo, porque consideraba al alcoholismo el opio del pueblo, que no le permitía a los trabajadores instruirse, superarse, organizarse y luchar por sus derechos.
Después de todo, ¿Cómo no va a ser contradictorio que el Almirante Arturo Fernández Vial, un hombre deportista y que luchó contra el alcoholismo en los trabajadores, sea quien le dé el nombre a un club que se identifica con el vino y la vida bohemia?
Paradójico.
Yo creo que es un intento desde el más allá por terminar con el vínculo entre el Vino y el Vial. De la V de Vial y Vino, termina ganando la A de Agua y Almirante. Tiene sentido.
¿Tiene sentido…?
Hoy en la tarde pasé por afuera de El Vialino, que ya no existe. Quise ir al Yugo Bar, pero está cerrado. Caminé desesperadamente por las calles de la ciudad de la Furia sin poder encontrar ningún local declaradamente vialino para tomarme un trago y conversar un rato del Vial del 81´, del gol de cabeza en el último minuto, de Mario Alberto Kempes, del viaje a Linares el año pasado, de la mafia de Heller y de este puto gobierno.
No encontré nada.
Casi cuatro años después de aquel día en que prendí el televisor de mi casa al medio día, no encontré ningún bar de los que conocía que fuera declaradamente vialino para tomarme un copete y conversar. Simplemente caminé y, con cierta frustración, terminé observando a un mimo en la esquina de Barros con Anibal Pinto.
No me hizo gracia.
Finalmente el año 2008 terminamos bajando a tercera en un vergonzoso partido frente a Wanderers, jugado a estadio lleno porque ese día hicimos jornada doble con Huachipato y Colo-Colo. Era evidente que los jugadores del Wanderers no querían ganarle al vialito, pero jugamos tan mal que en dos minutos nos dieron vuelta un partido que ganábamos 1-0 y nos mandaron a los potreros.
El 2009 estuvimos a punto de bajar a cuarta y nos salvamos por penales frente a General Velásquez. Ese probablemente habría sido un golpe definitivo. Luego de ser el único equipo en Chile en subir desde el fútbol de barrio a primera división en 2 años, hubiésemos entrado nuevamente en la historia por bajar dos años consecutivos de segunda a cuarta. Estuvimos en penales. Estuvimos a punto, en las últimas, pero nos salvamos milagrosamente. Probablemente el cura de Candelaria nos ayudó.
El 2010, vino el terremoto y la elección de Piñera, poco antes había sido el incendio en la Vega Monumental. Ese año nos salvamos el último partido de jugar un partido definitorio para descender a cuarta nuevamente. Le ganamos 2-0 a la Pintana y zafamos por poco.
El 2011 estuvimos a un punto de volver al fútbol profesional, pero nos castigaron el estadio por el comportamiento de la barra y la mafia del Heller. Marchamos para exigir nuestro derecho a ver al Vial, pero no logramos jugar los últimos dos partidos decisivos en Boca Sur. Tuvimos que salir de la provincia y empatamos con Barnechea, que finalmente subió. Claramente en “la bombonera” ganábamos, y esos puntos nos terminaron costando el campeonato.
Este año, año 2012, supuestamente el último año antes del fin del mundo, nuestro vialito se encuentra dividido.
Parece un chiste malo, pero existen dos Fernández Vial jugando dos campeonatos diferentes, con dos planteles y entrenadores diferentes. Ya nos cuesta mantener uno y pa´ más remate ahora hay dos.
¿Tiene sentido…?
¿Será casualidad que todo esto nos esté pasando desde que nuestra camiseta lleva el logo de la empresa de agua potable de la zona?
Mientras observo al mimo en la plaza de armas, me imagino caminando por las calles de la ciudad de la Furia a mediados de los años ochenta. Camino por Prat, al frente de nuestra ex-sede y en dirección a Carreras. Justo antes de llegar a la esquina, veo a un viejo vialino dentro del bar El Vialino, tomándose una pituca pa´ arreglar la caña.
Entro al bar, me acercó a él y le cuento lo que ha pasado los últimos cuatro años en el Vial, desde el 2008 hasta la fecha.
Imagino que toma el vaso de vino para hacer un brindis, canta un tres rás por el Vial y me grita:
¡Saquen el agua potable de la camiseta y pónganle una de tinto!
¡Así de simple pu' hueón!
¡y Salú!
¡y al seco!...