En 1955, Daniel Belmar, publica por la editorial Zig-Zag, esta novela que relata la memoria de Verónica, una niña que al cumplir los 15 años decide escribir su historia a tres días de la muerte del padre.
Verónica y su madre, Anita, llegan a Concepción cuando la niña tiene cinco años, allí son recibidas por Rodolfo, el padre y un amigo, Guillermo Santa María. Sin embargo, Rodolfo tiene otra familia y la madre debe buscar un sitio donde vivir. En la sociedad de esa época, la situación de una mujer con hijo/a y soltera podía complicarse seriamente. Por fortuna, esa visión ha desaparecido. Aún así, Daniel Belmar, instala una problemática social desde la perspectiva de una niña que asume el fin de la infancia como una transmutación vital que implica un aprendizaje superior.
Anita y Verónica sufren el desprecio social otorgado por los vecinos, personajes crueles y desvergonzados que retratan la miseria social chilena. La niña escribe “esos recuerdos odiosos” porque “así la podrán abandonar”. En un gesto pueril, sin querer, relata a la señora Ester la delicada situación que la madre se esmera en ocultar. También las instituciones escolares normaban el estado civil de los padres, sin embargo, Anita logra evadir presentar la libreta de familia y la niña es aceptada en el Colegio Norteamericano. Allí la niña conoce a Martina quien se cree la historia de los árboles gigantes y serpientes enormes que viven en el patio. Bernarda, la intelectual “altanera”, su madre alcohólica, la tía Cheve para quien los menores de 15 son simplemente “criadero”.
Una noche, Guillermo Santa María, el poeta, golpea la puerta de Anita completamente borracho, la mujer muy asustada lo expulsa, mientras Rodolfo observa escondido. Hasta que llega el 24 de enero y la ciudad se desploma. El parque Ecuador es el lugar en donde se asienta la multitud aterrorizada por el terremoto de 7, 8 grados ocurrido a las 23:35 de la noche: “un joven que vino del puerto, dijo que arrancáramos a los montes, porque esta noche se sale el mar...” Al llegar a la plaza un soldado les impide el paso: “De las dos enormes torres gemelas de la catedral, sólo una se alzaba ahora”, esta imagen quedó grabada en las postales de la época. Concepción tuvo un cambio arquitectónico de tal magnitud, como el que surgió luego de 2010: “La ciudad, removida hasta sus cimientos, se despidió para siempre, en cruento sacrificio, de su gloriosa vetustez”.
Hacia el final de la novela, cuando Verónica concluye la escritura de su memoria, aparece un joven, es su hermano. La soledad de la niña se resuelve en tanto aparece este niño: “Y a él se entregaba, llorando, riendo, sintiendo entorno suyo una presencia misteriosa que regresaba desde cierta insondable lejanía”.
Fuente Imagen: http://www.memoriachilena.cl, Daniel Belmar.