La presencia en la localidad gallega de Pontevedra del experto en política internacional y en el mundo árabe Samir Amin con motivo de la XXVIII Semana Galega de Filosofía organizada por el Aula Castelao, nos ofreció la oportunidad de repasar los convulsos acontecimientos de los últimos meses en esta región. Desde 1980 preside el Foro del Tercer Mundo y el Foro Mundial de las Alternativas. Su trabajo se caracteriza por la defensa de una voz común para los países periféricos y desfavorecidos y la condena del modelo de globalización neoliberal que no deja de incrementar las desigualdades sociales a nivel local e internacional. Nacido en Egipto y recién llegado de este país, nos pudo ofrecer su interpretación y análisis del desarrollo de la rebelión egipcia, el repaso a los diferentes actores y los intereses y estrategias de las diferentes potencias internacionales.
Con el anterior presidente Hosni Mubarak ya fuera del poder y en manos de los jueces, un gobierno provisional al frente del país, y un ejército jugando un papel excepcional, la primera incógnita es cómo se presentan la correlación de fuerzas y quiénes son los actores del tablero egipcio.
En opinión de Samir Amin, la naturaleza y composición del movimiento de rebeldía que se produjo en Egipto lo integran varios elementos diferenciados. En primer lugar, y con la mayor fuerza, unos jóvenes politizados y organizados que alcanzan perfectamente el millón pero que no tienen partido ni organización definida. A ellos se suman desde el primer día los comunistas, quienes a pesar de la represión sufrida bajo el régimen de Mubarak tienen una fuerza y presencia importante. A pesar de la diferencia ideológica, se crea una sintonía y unidad de acción importante entre los jóvenes y los comunistas que se basa en la reclamación de democracia para el país. Pero no una democracia que se limite a unas elecciones libres, sino una democratización de la sociedad, es decir, una democracia social, no necesariamente socialista, que reniega, tal y como se aprecia en sus slogans y pancartas, de las instituciones financieras internacionales como el BM y el FMI. Piden nacionalización de los sectores estratégicos y el fin de los procesos privatizadores. Igualmente, en el marco internacional exigen una política exterior independiente respecto a Israel y Estados Unidos, no olvidemos que Mubarak fue uno de los leales aliados de estos países en el mundo árabe. Sobre este colectivo cae el principal coste de víctimas por la represión, para empezar unos trescientos muertos el 25 de enero.
El siguiente grupo lo integran lo que se denominaría la clase media democrática. Se trata de una clase media integrada por profesionales liberales y técnicos. Sus reivindicaciones son de carácter democrático sin replantearse la economía liberal ni posicionarse como anticapitalistas.
Por último, a la masa en rebeldía se le sumarían los pequeños campesinos cuyas tierras se ven amenazadas por los grandes propietarios, colectivos obreros -muy bien organizados- que han logrado consolidar un sindicalismo independiente a partir de las huelgas de 2007 y otros sectores marginales y populares de difícil ubicación ideológica. Todos ellos lograron sumar quince millones de personas movilizadas en la calle.
Frente a esta masa que pide cambios, se encuentra lo que Samir Amin denomina el bloque de la reacción. En él se integran una burguesía económicamente solvente, proestadounidense, con gran capacidad de consumo. Son decenas de miles y controlan el sistema productivo del país y los medios de comunicación. En este mismo bloque reaccionario se encuentran los campesinos ricos, beneficiarios del modelo neoliberal que han logrado ir apropiándose de los recursos del pequeño campesinado. Este sector ha desarrollado una clase media adinerada, que son los hijos de estos campesinos ricos. Este bloque de la reacción es la base social del islamismo político, al igual que en Occidente históricamente formaran la base de la democracia cristiana. Así, las instituciones y dirigencias islamistas de Egipto cumplen el mismo papel reaccionario que históricamente ha cumplido la Iglesia católica en Occidente.
Uno de los instrumentos del bloque de la reacción es el control del ejército, hoy con un papel fundamental a través del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que tutela la evolución de los cambios en Egipto. Se trata de un ejército que se ha desarrollado a la sombra de la corrupción generada por el dinero procedente de Estados Unidos, que no tenía como objetivo modernizar las fuerzas armadas sino corromper al estamento castrense y conseguir que se incorporara a la burguesía capitalista.
En el bloque de la reacción encontramos también a los partidos burgueses. Si bien los jueces disolvieron el partido de Mubarak, el PND, sus miembros se han ido reorganizando en varios partidos más o menos desconocidos, con líderes apenas significados pero que cuentan con el apoyo y el dinero de Estados Unidos y de la Unión Europea. Se trata de ayudas, según señala Amin, procedentes tanto de la derecha europea como de los partidos socialdemócratas, no olvidemos que el PND, antes de su disolución, pertenecía a esta internacional. Otra potencia económicamente solvente que está financiando a estos partidos reaccionarios es Arabia Saudí.
Pero quizás el actor que merece una especial atención, y sobre el cual la opinión de Samir Amin resulta muy clarificadora, son los Hermanos Musulmanes. Aparentemente opositores históricos a Mubarak, fueron tolerados por su régimen y nunca fueron una verdadera oposición que promoviera cambios sustanciales a la dictadura. Creados en 1927 por los británicos, Amin recuerda que ya apoyaron las dictaduras fascistas de Egipto antes de Nasser. Su papel siempre ha sido de apoyo a la reacción y nunca a favor de las luchas populares, las diferentes movilizaciones y huelgas obreras anteriores a la rebelión siempre contaron con la oposición de los Hermanos Musulmanes que no dudaron en ponerse al lado de Mubarak a la hora de poner en marcha la represión. Samir Amin aclara que se trata de un partido de corte totalmente fascista, con un líder a semejanza de un führer, el único con derecho a la palabra, el resto de la militancia debe acatar sus órdenes tal y como establecen sus estatutos. Los cuadros de la organización son reclutados de entre la clase media burguesa y los campesinos ricos. Logran ganarse a algunos sectores empobrecidos a través de sus políticas de caridad y no les falta el dinero de Arabia Saudí. Los Hermanos Musulmanes poseen una milicia que reclutan entre el lumpen, lograron la excarcelación de 17.000 delincuentes comunes a los que proveyeron de armas y dinero para que hicieran el trabajo sucio y participaran en la represión contra los manifestantes al lado de la policía.
El apoyo internacional del bloque reaccionario procede de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí. Estados Unidos no reconocerá su estrategia de apoyo al islam político, aparentará que lo teme pero, de esta forma, ellos legitiman su guerra permanente contra el terrorismo, que en realidad tiene otros objetivos: entre ellos, el control militar del planeta destinado a reservar para los Estados Unidos, Europa y Japón el acceso exclusivo a los recursos. Al mismo tiempo le permite alimentar la islamofobia entre la opinión pública occidental y de esta forma el rechazo a los inmigrantes. En el caso de Israel, el bloque reaccionario egipcio le satisface porque no se replantea el dominio y la ocupación palestina, y Arabia Saudí porque necesita una Egipto sumiso y poco independiente para poder tener la hegemonía en la región. Arabia Saudí siempre será enemiga de un Egipto independiente y antiimperialista.
El bloque reaccionario se consolida tras el derrocamiento de Mubarak por lo que Samir Amin no duda en calificar de golpe de Estado. Obama, el primer ministro israelí y el rey saudí apoyaron a Mubarak hasta el último momento. Sin embargo, la inteligencia del ejército le hizo vislumbrar la imposibilidad de mantener el régimen sin mancharse con una sangrienta represión y optaron por el golpe de Estado. A Estados Unidos y Europa no les quedó otra opción que aceptarlo e intentar dirigir la transición.
Cómo se vislumbra esa transición es la incógnita que le planteamos a Samir Amin. En su opinión, el gobierno provisional de transición que hoy está al frente de Egipto está formado por un equipo de tecnócratas mediocres y reaccionarios sin capacidad de liderar cambios políticos. Su dedicación prioritaria es manejar pequeñas concesiones al movimiento popular para lograr su división. Y su estrategia a medio plazo es la celebración de unas elecciones rápidas, con una transición breve que no permita dar tiempo a que el movimiento popular se organice y prepare y, de esta forma, lograr legitimar un gobierno de reacción. Es por ello que Obama ya ha dado el certificado de demócratas a los Hermanos Musulmanes, sabedor de que, con su poder, dinero y organización, hoy son sus grandes aliados para un Egipto neoliberal que reprima cualquier movimiento de izquierdas. Por su parte, la izquierda, en opinión de Samir Amin, apuesta por una gran alianza de partidos, sindicatos independientes, organizaciones campesinas, jóvenes independientes, etc... que ya está en marcha como una Alianza Democrática Nacional Popular y que cuenta con comités locales en todos los barrios. Para garantizar una verdadera transición democrática se requiere que sea larga y con un régimen de libertades que permita la maduración y desarrollo de las diferentes opciones políticas. Mientras tanto se requiere un gobierno de transición que incluya al mayor espectro político y social: jóvenes, comunistas, clase media. Las elecciones se podrían celebrar entonces en torno a septiembre-octubre de 2011.