Y por fin se va la derecha del gobierno. La derecha dura que después de 50 años alcanzó el gobierno por la vía electoral.
Luego de cuatro años -que parecieron ocho y para algunos doce- se va la derecha, con camas y petacas de ministerios, intendencias , gobernaciones y seremias, perdiendo diez mil puestos en el servicio público, al que con tanto sacrificio y vocación habían llegado después de 20 años de actividad privada y oposición política.
Las últimas noticias que transmiten los medios distan mucho del discurso de Piñera en el País de las Maravillas.
Leemos de un ratón en el Hospital San José, infiltrado en uno de los pabellones quirúrgicos, que ha impedido bajar las colas de cirugía postergando a decenas de pacientes de salud pública. No lo pueden localizar y se niega a pescar sus cosas e irse, como lo hacen los de los ministerios, que regresan a los rincones oscuros del Opus de donde vinieron hace 4 años. Algunos, desde chicos que no bajaban al centro de Santiago, cuando sus circunspectos padres los traían a algún cine; lo encontraron muy cambiado en todo caso, hasta simpático. El ratón del hospital se resiste indolente a retirarse, ajeno al daño que provoca, mientras pacientes y funcionarios empiezan a cuestionar las concesiones privadas de hospitales nuevos: el último modelo de negocio de los cerebros del neoliberalismo criollo.
En Villa Alemana otro colega ratón se paseó por la oficina de reclamos de un Consultorio y hace noticia. Dicen que era un ratón fortuito. Me imagino que lo anterior se refiere a que no era de planta ni intentaba poner reclamo alguno, tampoco estaba a contrata ni estaba apitutado, sólo transitaba a la sala contigua donde se almacena la leche en polvo. No entiende el porqué del escándalo, tampoco su fama televisiva digna de Mickey Mouse.
En el servicio público se comienza a legitimar una nueva práctica: el borrado de mails de los computadores de los funcionarios que se van, sin entender por qué su actitud generaba sospechas, ni qué relación podía tener su actitud con la de los ratones.
Escuchamos sobre chiquillas encapuchadas que muestran sus intimidades y se orinan en las puertas del Sernam en Concepción en protesta en su propio día: el día Internacional de la Mujer. Pintan en un muro “SERNAM regalonas del patriarcado”. Son mujeres jóvenes, presumiblemente anarquistas, de las mismas que dirigen federaciones estudiantiles tal vez y luchan por la educación pública. Sólo dan la cara pálida escondiendo la rosada, cansadas de tanto levantar carteles y marchar ante autoridades autistas.
Una vez terminados los festivales que extenuaron a la farándula y a la audiencia nacional (no sólo de chismes vive el hombre), el país parece retomar el cauce de la denuncia de abusos. Los noticieros de la TV se van politizando, decae la crónica roja y los accidentes de tránsito que cubren hasta la mitad de la oferta noticiosa estival.
Llegan al cambio de mando los presidentes del barrio que nos ven como mezquinos. La última cena de Sebastián no contó con Evo ni Maduro, quienes no le dieron el gusto de una foto oficial de última hora después de tanta controversia. Llegan al país donde el 1% de los chilenos se come el 28% de la torta, según la última encuesta Casen; el mismo país donde 550 familias se llevan el 6% del PIB mientras 800 mil se llevan el 3%. La mezquindad es también interna y justifica en parte que la derecha haya perdido y se tenga que ir. Las odiosas cifras actuaron como raticida, dicen los que saben.
Gissela, la chilena chavista y bolivariana mártir de la violencia de Caracas, no verá el cambio de mando en su país. Su derecho humano a la vida fue arrebatado por la bala de un opositor local partidario de las barricadas,que buscan desestabilizar el proceso de cambios venezolano ratificado en las urnas una y otra vez. ¿Qué dirán quienes acusan al régimen de violación de los DDHH? Los quiero escuchar.