Por Alejandro Baeza
Conocido es por personas que alguna vez tuvieron cercanía con el actual mandatario en funciones que, por lo menos desde principios de la postdictadura, Sebastián Piñera estaba obsesionado con convertirse en presidente de la república y desde ese cargo ser un estadista que quede inmortalizado para el futuro en los libros de historia.
No es mi intención detenerme en los eventuales aspectos megalomaníacos de su personalidad que le hicieron creer que sus ideas le harían “pasar a la historia”, ni en su perfil psicológico que muchos atribuyen a una formación llena de carencias afectivas en un niño que buscaba constantemente la validación paterna de un hombre más bien severo que tenía a su hermano José -el creador de las AFP y el Plan Laboral- como hijo favorito, que les hacía competir constantemente por quién era más inteligente y que debido a la continuas peleas entre ambos instaló un ring en el patio de su casa para que resolvieran sus diferencias “a combos”, mientras probablemente su otro hermano se dedicaba a disfrutar la vida del hedonismo que permitía su clase social.
Esta ambición que lo caracterizó en su vida como especulador y que le hizo amasar una enorme fortuna gracias a la dictadura, que en muchos casos se tradujo en episodios reñidos con la ley (Banco de Talca), causó temor en el mismo Jaime Guzmán, quien vio en este anhelo esencialmente personalista por sobre un proyecto político, un riesgo para la institucionalidad que él había construido e impuesto, llegando a comentar -según cuentan algunos círculos de derecha- que Piñera era un peligro.
A estas alturas y dada la luz de los hechos, es del todo posible afirmar que estos deseos imperiosos de Piñera por “pasar a la historia” han sido cumplidos. La figura de Sebastián Piñera será estudiada por historiadoras/es, sociólogas/os y cientistas políticas/os como personaje clave para entender el periodo postdictatorial.
Los elementos para decir que Piñera será un personaje estudiado en los libros son bastantes, desde ser el primer presidente en haber sido declarado reo, hasta un intento frustrado el año 92 por su exsocio comercial y dueño del canal de televisión que en un programa de debate llegó a reproducir en una radio Kioto un cassette con declaraciones de Piñera manipulando el escenario para perjudicar a la también aspirante Evelyn Matthei.
Este contratiempo le hizo esperar unos años, hasta que finalmente volvió a aventurarse en esta ambición cuando todos los grandes medios de comunicación intentaban instalar la idea que sería Joaquín Lavín el próximo presidente de Chile luego del estrechísimo resultado que obtuvo con Ricardo Lagos. Cuando era el candidato natural de la derecha, Piñera traiciona a la “Alianza” e irrumpe autonombrándose paralelamente y en una inteligente campaña logra sacar a su competidor para pasar a segunda vuelta con Bachelet sabiendo que iba a perder, pero fue el paso para instalar su nombre y llegar a La Moneda en la siguiente elección.
Así, Piñera logró algo honestamente digno de reconocimiento, probablemente lo único, el año 2010 por primera vez la derecha propiamente tal, o reconocida como tal, llegaba a La Moneda democráticamente ganando una elección luego de medio siglo, 52 años para ser exactos, desde el triunfo de Jorge Alssandri en 1958.
En su rol, realizó la reconstrucción más cuestionable para un megaterremoto. A diferencia de lo que sucedió luego del cataclismo del 60 en que se construyeron viviendas ejemplares que se usan como referencia nacional e internacional en la actualidad, o las complejas remodelaciones urbanas que realizó Pedro Aguirre Cerda tras el terremoto del 39 que edificó barrios enteros como Lorenzo Arenas en Concepción y que se traduce en que sectores, calles y diagonales lleven su nombre hasta el día de hoy; las viviendas construidas por Piñera destacaron precisamente por lo contrario, sus enormes deficiencias, como en el “Mirador del Pacífico” de Talcahuano, las promesas incumplidas en Dichato que significaron un alzamiento popular en 2011, viviendas en Paso Seco de Coronel que se terminaron de demoler recién el pasado 5 de agosto, sin considerar el “Puente Bicentenario” para reemplazar el “Puente Viejo” sobre el Río Biobío que lleva 10 años construido sin poder utilizarse debido al pequeño detalle de no tomar en cuenta que en el lugar viven personas y que éstas son un factor a considerar -aunque les cueste creerlo- cuando se planifica una política pública.
El crédito obtenido por el rescate de los mineros no fue suficiente para enfrentar las protestas más grandes de la postdictadura hasta entonces desde 2011 hasta 2013, encabezadas por estudiantes de educación superior y secundaria, que terminaron por generar una crisis tal que hicieron imposible la elección de un sucesor en la derecha.
Una mala interpretación de un segundo triunfo en 2017, con el 55% de los votos pero sólo un 27% del padrón total, autoconvenció a Sebastián Piñera y a prácticamente toda la derecha que el pueblo chileno había optado por mantener y profundizar el modelo, a pesar de sus cada vez más grandes muestras de fractura. Una sobreideologización que le hizo creer que la instalación del “Comando Jungla” en el Wallmapu sería apoyado por la población, pues hasta fue él mismo a presentarlo en una inolvidable imagen dando un discurso frente a la policía militarizada cargada de armamento semiletal y letal. Meses más tarde el asesinato de Camilo Cantrillanca y sus cada vez más ridículas excusas por el ocultamiento del crimen colmaron la paciencia de la población.
Asimismo, el ensimismamiento político de las anteojeras que provoca la sobreideologización le hizo transformar protestas de estudiantes secundarios y secundarias por el alza del pasaje de solamente una ciudad -por muy capital que sea- en la chispa que incendió una pradera de proporciones colosales, el “Estallido Social”, uno de los sucesos políticos más relevantes de la historia de Chile. El rol de Piñera en el manejo de esta crisis dará para libros, tesis, y un sinfín de análisis por lo que no será necesario detenerse en este punto sino para un sólo concepto: violaciones a los derechos humanos.
Piñera quedará en la posteridad por ser el primer presidente de Chile democráticamente electo en enfrentar juicios y eventualmente condenas en tribunales internacionales por crímenes de lesa humanidad cometidos por agentes del Estado. Así también, por la creciente cantidad de querellas que deberá enfrentar por su responsabilidad en la muerte de miles de personas en Chile debido al manejo de la pandemia, que tienen a un país de irrelevante impacto demográfico a nivel mundial dentro del top 10 en cantidad de contagios y muertes, y en el número uno respecto a la cantidad de contagios por millón de habitantes.
Para la población adherente a las ideas de derecha y de ultraderecha del lesse fair chilensis, Piñera será responsabilizado por simbolizar en su administración el fin de su sistema ideal (ideal casi en el sentido weberiano), que tuvo un Congreso que votó prácticamente por unanimidad en su contra el proyecto del retiro del 10% de los fondos de AFP, así como ser quién perdió las riendas del Gobierno y se transformó muy probablemente en un administrador en funciones la segunda mitad de su mandato.
Pasará a la historia, sí y qué duda cabe, pero lejos de la manera que buscaba: Será recordado por toda la gente golpeada, mutilada, apresada, asesinada y que quedaron ciegas producto de su criminal represión a las protestas populares, pero también por las víctimas de la negligencia en la pandemia que tienen al país en la lista de quienes de peor manera han enfrentado la crisis sanitaria en el planeta, y probablemente -de no cambiar prontamente la obcecada negativa a respetar el Convenio 169 de la OIT- habrá que sumar que dejó morir de hambre a una persona.
Aún faltan dos años (una eternidad en política), pues recién en marzo cumplió la mitad de su periodo, el que razonables dudas hacen cuestionar si logrará completar, lo que de no cumplirse sumaría un párrafo más a la página que Sebastián Piñera ya reservó en la historia de Chile.
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