Por Claudio Unzueta
Debido a la violencia ejercida a las comunidades mapuche en resistencia, éstas tomaron como medida la ocupación de las dependencias de la CONADI en la comuna de Cañete, de la que finalmente fueron desalojadas violentamente el día de ayer. El reclamo es producto de los constantes maltratos y torturas que son expuestos los niños, en respuesta a la violencia del estado chileno en contra de la Nación Mapuche. Frente a esto las comunidades sostienen que el Gobierno de Bachelet ha extendido su política de ocupación y militarización sin precedentes en tiempos de pseudo democracia; torturando a los niños e instalando una política del terror a todo aquel que sea Mapuche o adherente a la causa.
En este contexto están siendo vulnerados los derecho de los niños mapuche, pues ser oídos y que su opinión sea debidamente tomada en cuenta constituye un mandato legal que obliga a los jueces de familia a recoger sus deseos y sentimientos en una amplia gama de materias (Vargas y Correa, 2011). Cuando se trata de niños Mapuches y su relación con el estado Chileno, se trata del producto de la privación a la que han sido expuestos durante siglos, a causa de la educación que en sus inicios propuso adoctrinar sólo a los hijos de loncos para poder realizar su conquista, así como el proceso de dominación y subordinación al que han estado expuestos los pueblos originarios al interior del estado, cuyo único objetivo es alcanzar la uniformidad nacional, negando el carácter pluriétnico y multicultural existente (Poblete, 2001). Ante lo dicho, se puede problematizar el caso de niños Mapuche como un conflicto político-cultural, producto de una educación homogenizante e instrumental al modelo económico capitalista que atenta contra su cosmovisión, además de la violencia que se ha desatado en su territorio.
Asimismo, debemos tener en cuenta que actualmente el sistema educativo chileno se caracteriza por estar alineado a una estructura epistémica que anula y desvaloriza la memoria social mapuche en el contexto escolar y familiar, contraponiéndose con la generación de conocimiento de los pueblos indígenas donde la matriz cultural tiene en común la relación hombre, naturaleza y espíritu (Quilaqueo, Quintriqueo y Cuevas, 2016).
Hoy en día esta vulneración de los derechos se hace visible en los constantes allanamientos a los que han sido arriesgados producto de haber nacido en esta cultura, por lo tanto podemos comprender que en Chile existen derechos para algunos ciudadanos mientras que para los que pertenecen a otras culturas continúan siendo privados de estos.
Hay una serie de elementos que caracterizan la cultura mapuche y que se pueden entender como elementos de su identidad, algunos de estos son por ejemplo: tener apellido mapuche, herencia, sangre mapuche, idioma, honradez, vestuario, comida más seca, vivir en el campo, el sacrificio, la resistencia, trabajar la tierra, hablar mapudungun, conocer la cultura y no avergonzarse de ella (Williamson, 2012).
Al mismo tiempo existen diferencias entre ser un niño mapuche urbano y un niño mapuche rural: los niños mapuches “campesinos” se desenvuelven con más independencia, saben valerse mejor por sí mismos debido a la vida más sacrificada a la que están habituados, así como a la responsabilidad que deben asumir antes que el común de los niños (Williamson, 2012) eso los conduce a una madurez más temprana, mientras que los niños urbanos son vistos como seres más cómodos porque dependen mucho de la colaboración de los padres y no tienen otras obligaciones que le signifiquen más sacrificio que levantarse temprano o exponerse al sol en el trabajo (Williamson, 2012)
Es interesante esta distinción de identidad entre niños mapuche (asociados a lo rural) y los de la ciudad (sean o no indígenas) puesto que tiene que ver con su contexto de vida y su participación en los procesos económicos familiares y vida comunitaria en las cuales son más protagonistas (Williamson, 2012).
Esta diferencia se hace visible también en aspectos como la discriminación, debido a que los que están en las escuelas rurales mayoritariamente no perciben la discriminación racial ni de otra índole porque casi todos son mapuches y aquellos que no lo son, no hacen tal distinción pues se sienten parte del contexto cultural (Williamson, 2012). Sin embargo, existen casos como por ejemplo las niñas del internado básico de Nueva Imperial, que son víctimas de la mofa y/o ridiculización por parte de sus compañeros y profesores (Williamson, 2012).
Esta forma de exclusión entendida como discriminación es percibida por los niños y niñas que ingresan a las escuelas urbanas, la cual se traduce en una humillación no sólo a su identidad mapuche, sino que también a sus características sociales como la pobreza, ante la cual compañeros y adultos se mofan por esta condición y esto origina prejuicios como: ser pobre es sinónimo de ser mapuche (Williamson, 2012).
Más aún, los adultos (frecuentemente los profesores) o algunos compañeros caricaturizan a los alumnos por algunas características o rasgos personales como la lentitud para aprender, la forma de caminar, el tamaño de la letra con que escriben, el estilo de modulación, las notas, la repitencia y sobrenombres (Williamson, 2012).
El objetivo de la educación es formar sujetos y no objetos, teniendo como propósito complementar la humanidad del novato, acuñando una precisa orientación social; la que cada comunidad considere preferible (Savater, 1997, citado en Quilaqueo, 2006).
En conclusión, la escuela en Chile está supeditada a la estandarización que regula el mercado mundial, los contendidos y la normativas que se desenvuelven en los establecimientos están sesgadas por el imperialismo epistemológico de las grandes potencias mundiales, lo que propicia violencia simbólica grupos étnicos como el Mapuche cuya cosmovisión es contradictoria a las valoraciones del capitalismo mundial, Los niños y niñas que viven en diversas comunidades mapuche en el Bio Bio y La Araucanía, sufren y están expuestos constantemente al impacto de la violencia que el denominado conflicto entre el Estado de Chile y la Nación mapuche genera en sus familias, en sus espacios de vida y en su propio bienestar físico, psicológico y emocional (Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], s/f). De ahí que es necesario abordar este conflicto con responsabilidad, criterio ético y con datos que reflejen la vulneración de derechos en muchos aspectos. Además podemos comprender que el conflicto entre el Nación Mapuche y el Estado chileno ha derivado enfrentamientos cada vez mayores. Las consecuencias de familias con jefes de hogar encarcelados ha traído consigo exigencias para niños y niñas que derivan en el abandono del sistema escolar (Silva, Bastidas, Calfuqueo, Díaz & Valenzuela, 2013) vulnerando los derechos humanos de sus padres al ser encarcelados por exigir la reivindicación de lo usurpado por la corona Española y posteriormente por el estado Chileno, como también la declaración de los derechos del niño firmada y ratificada por Chile. Más grave aún son las permanentes denuncias frente a la violencia directa ejercida contra niños y niñas Mapuche en las que se han visto involucrados efectivos de la policía chilena llegando incluso a la interrogación en las propias escuelas (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2012). Además, los Documentos publicados por organizaciones internacionales dan cuenta de la violencia ejercida por autoridades a través de sus "operaciones estratégicas" para imponer el orden, donde no distinguen entre menores de edad y adultos (Silva et al., 2013), lo podemos ver en los noticieros como también en internet, en que es posible ver niños heridos por balines, asfixiados por bombas lacrimógenas y múltiples traumas psicológicos (Oyarce, Pedrero, Carvone, Coliqueo & Melin, 2012).
Foto: Camilo Tapia