Tengo miedo, torero: El dulce y agraz de la llegada al cine de la novela de Pedro Lemebel

La adaptación al cine de la única novela del cronista, artista plástico y activista Pedro Lemebel tuvo un exitoso debut vía streaming batiendo récords de audiencia. Y mientras la película cumple y funciona para la audiencia general -en gran parte gracias a sus actuaciones estelares- lo cierto es que dejó un sabor amargo en la comunidad LGBTIQ+. Por Emilio Senn En 2001 Pedro Lemebel lanzó lo que sería su única novela, “Tengo miedo torero’. Ambientada en el Santiago de 1986, durante la antesala al atentado a Pinochet, la novela sigue la relación de ‘La Loca del frente’, un pobre homosexual cuarentón y ‘Carlos’, un joven y apuesto guerrillero. Los planes de llevar el best seller al cine iniciaron en 2005, cuando un director italiano compró los derechos y fichó a Alfredo Castro como protagonista, por orden del propio Lemebel. Dicho proyecto nunca se concretó, y pasaron más de 10 años para que se diera luz verde a una versión cinematográfica. De la idea inicial algo se mantuvo; Alfredo Castro no soltó el personaje de ‘La Loca’ y un mexicano interpretó a su combatiente amado (Lemebel había propuesto el nombre de Gael García Bernal por allá en el 2005). Lamentablemente el autor falleció antes de lo que resultaría ser la adaptación definitiva de su novela, y no pudo colaborar en el proceso. La película dirigida por Rodrigo Sepúlveda (‘Aurora’) nos presenta a ‘La Loca’ con unos 20 años más que en la novela, y una caracterización que se acerca más a una trans o travesti que al homosexual cuarentón que planteaba Lemebel en su prosa. La interpretación de Castro es sublime, y es en gran parte lo que sostiene la película en los 93 minutos de su duración. Alfredo Castro logra representar la complejidad de la protagonista en su colorida y atrapante personalidad, que sobrevive a la marginación social y miseria económica en que se desenvuelve. Sin embargo, es en los momentos de reflexión, frases precisas, miradas dramáticas y soledad en que el espectador puede sentir el pesar y desgarro de ‘La Loca’. En la película, ‘La Loca del frente’ se prostituye, lo que puede responder a una lectura heterosexualizada de la novela, donde el personaje realiza cruising (práctica popularizada en el ambiente homosexual que consiste en mantener relaciones sexuales en lugares públicos, con o sin dinero de por medio). Precisamente, he ahí, en la ‘prostática’ (como diría Lemebel) interpretación de su prosa disidente, donde radica el más grande de los errores de esta adaptación al cine de ‘Tengo miedo torero’. La fotografía de Sergio Armstrong es otro de los puntos fuertes del film, junto al montaje y puesta en escena. Además, las actuaciones secundarias de Amparo Noguera, Julieta Zylberberg y Paulina Urrutia son destacables y logran en sus escasos minutos en escena, enriquecer la narración. Por otra parte, Leonardo Ortizgris, quien encarna a ‘Carlos’, funciona como la contraparte perfecta para ‘La Loca’ de Alfredo Castro, y la química entre ambos es lo que particularmente logra sacar adelante la película. Hay momentos valorables, como los llamativos números musicales, una emotiva escena con las familiares de detenidos desaparecidos y el enfrentamiento entre la protagonista y un militar. Sin embargo, no es más que la fuerza y talento de Castro y Ortizgris lo que mantiene al espectador encantado hasta el último minuto. ‘Es una novela rosa’ como comentó Lemebel a Bolaño cuando lanzó el libro; y en cierta medida, la película hace justicia con esa historia de amor que el autor plasmó en su obra original. Resulta interesante esa interpelación al público, que no puede más que envolverse en la creciente tensión sexual y ternura amorosa entre la travesti y el guerrillero; esa es el alma de la historia. ‘Tengo miedo torero’ tiene debilidades en su guión y en el hilo narrativo. Obviando que una película jamás tendrá el nivel de profundidad y detalle que un libro, lo cierto es que esta adaptación deja con un gusto a poco en cuanto a la pasión, intensidad y atmósfera romántica que caracteriza a la novela. Cortes abruptos, diálogos pobres (salvados por el talento de los actores), escenas excesivamente cortas, que no logran capturar el verdadero viaje emocional y político de ‘La Loca del frente’ y la revolucionaria ternura de su ‘Carlos’. Sin embargo, las virtudes del largometraje son suficientes para cautivar al público general y abrazarlo en la sincera amistad de los protagonistas. Las falencias del libreto le deben al talento de Castro, Ortizgris y Noguera y la despampanante fotografía, salvarlas de quedar en evidencia. No es sorpresivo que las redes sociales hayan manifestado su amor y encanto con la película, pues al final de cuentas sí pasa la prueba y marca un hito en el cine nacional; las actuaciones son soberbias, la historia emotiva, y pone sobre la mesa la legendaria obra de Pedro Lemebel, aun cuando queda en deuda precisamente con el público del autor, con su comunidad. La inclusión de actores heterosexuales cisgénero (que más encima son los mismos que aparecen en casi todas las películas chilenas), en roles queer dejan entre ver el poco entendimiento, al final de cuentas, de los realizadores de la película sobre la obra de Lemebel. Desde la lectura heterosexualizada de los códigos disidentes de Pedro en su prosa (como las referencias al cruising y al travestimo), indescifrables para el lente masculino, hasta un lamentable casting secundario que dejó a verdaderas trans y transformistas relegadas a personajes terciarios sin nombre. Lo cierto es que resulta difícil apuntar con el dedo al director y buscar culpables, cuando esta falla debe primero llevarnos a la reflexión. ¿Debió un director LGBTIQ+ llevar la película? ¿Hay actrices y actores trans en la industria del cine local? ¿Tiene la comunidad trans siquiera la oportunidad de estudiar teatro en Chile?

“Si algún día haces una película que incluya a las locas avísame”

La película de ‘Tengo miedo torero’ es un imperdible, con sus grandes virtudes y amargas falencias. No es una película perfecta pero cumple y funciona al momento de invitar al espectador a interiorizarse en una historia de amor político diferente, entre una travesti y un frentista. Las actuaciones de Castro y la mayoría (ya sabemos de quienes no) no deben ser obviadas ni castigadas, sino valoradas y apreciadas dentro del contexto en que nacen. La adaptación al cine de este clásico queer chileno, es un hito, uno que marca precedente y debe poner la primera piedra en construir una industria artística verdaderamente inclusiva; no solo en mensaje, sino también en acciones.
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