-Viernes, 28 de febrero. Rusia toma el control de Crimea con el apoyo de la población local.
Novata en estas lides, la ministra de defensa alemana, Ursula von der Layen, describe la situación en Crimea como, “muy confusa y difícil”. Efectivamente, hombres armados, sin duda efectivos de la infantería de marina rusa sin distintivos, quizá apoyados por unidades especiales de la policía ucraniana recién disuelta en Kíev, escalan lo que parece una plena toma de control de los centros neurálgicos, de poder y de comunicación de esta península de dos millones de habitantes, monumento de las glorias militares rusas desde el siglo XVIII y cuya población es mayoritariamente adversaria del cambio de régimen que ha tenido lugar en Kiev.
Mientras desde la capital se denuncia la “invasión armada” y “ocupación que viola todos los acuerdos y normas internacionales” (el nuevo ministro del interior), la “agresión militar” (el presidente en funciones reconocido como tal por la Unión Europea, Aleksandr Turchínov) y se pide al Consejo de Seguridad de la ONU que tome cartas en el asunto en nombre de la “integridad territorial” de Ucrania (resolución del parlamento), lo que se observa in situ es algo mucho más parecido a una partida de ajedrez.
Todo empezó ayer con la ocupación del parlamento y el consejo de ministros por hombres armados que permitieron una sesión del parlamento local que votó la celebración de un referéndum para acceder a más autonomía. Ayer el control de la situación por parte de esos hombres armados parecía total: aeropuertos, tele comunicaciones y espacio aéreo cerrado. Y mientras esa operación, por ahora perfecta, se ejecutaba sin el menor incidente y con el apoyo de la mayoría de la población, el ministro de exteriores ruso le tocaba el violín al Secretario de Estado John Kerry en una conversación telefónica: “Rusia no piensa violar la soberanía de Ucrania”, dijo.
Más ducho que la ministra alemana, un ex agente de la CIA citado por Bloomberg resumía así el asunto: “Están eludiendo la impresión de una intervención militar abierta, pero eso es de lo que se trata”. De eso y algo más.
Puede que la situación sea confusa, pero su lógica es meridiana: Moscú está tomando posiciones para una crisis de largo recorrido. Lo hace de la forma que Occidente le ha enseñado en los últimos años en medio mundo, desde Irak a Libia, pasando por Afganistán y Kosovo: arrollando el derecho internacional. La diferencia es que Rusia lo hace en la tierra que sus ancestros conquistaron hace siglos y defendieron en nombre de la madre Rusia, del zar, de Stalin y de la patria, contra enemigos muy duros. Violación sí –porque Crimea pertenece a Ucrania- pero con ciertos atenuantes: hay apoyo mayoritario de la población y es respuesta a una jugada bastante turbia en Kíev, donde se acaba de formar un gobierno que margina por completo a la minoría rusa y a los representantes de la mayoría de ucranianos del sur y del este del país, que, independientemente de lo que opinen de Putin, no desean una Ucrania contra Rusia.
Compuesto a medias por favoritos de Washington, ultraderechistas y magnates atlantistas, el nuevo gobierno de Kíev tiene un futuro complicado. Además de no representar al conjunto del país, se propone aplicar algo parecido a la desastrosa “terapia de choque” aplicada en Rusia en 1992, bajo el dictado de las recetas de Bruselas/Berlín y el Fondo Monetario Internacional. De acuerdo con esa ortodoxia se van a retirar subvenciones energéticas y agropecuarias que son uno de los últimos sostenes de la economía popular local. Por eso, el nuevo primer ministro, Arseni Yatseniuk, ha saludado al nuevo gobierno diciendo, “bienvenidos al infierno”.
Refiriéndose a la división del país -que contiene un peligro de guerra civil- y a su situación económica, que no puede sino empeorar con la receta de Bruselas, el ministro de finanzas ruso, Antón Siluanov, le ha dicho a la Unión Europea, que teóricamente ha conseguido todos sus objetivos en Kíev, “les deseamos mucho éxito en esta operación de estabilización social y económica que se parece a lo de hacer pasar al camello por el ojo de la aguja”. Mientras los occidentales se van dando cuenta del lío en el que se han metido, Rusia toma posiciones preparándose para una larga partida de ajedrez en su tablero nacional. Perderá el primero que de pasos en falso.
-Sábado, 1 de marzo. Putin recibe de su parlamento el permiso para una intervención militar.El “anti-Maidán” popular cobra fuerza en el Sur y Este del país. Kíev pone en estado de alerta a sus tropas
Putin ha recibido el permiso de la cámara alta de su parlamento para enviar tropas a Ucrania, “para la normalización de la situación política y social en aquel país”. Atención al detalle, en teoría esas tropas aún no se han enviado a Crimea por más que la evidencia sugiera lo contrario. La votación ha sido unánime. De paso se pide al Presidente que retire al embajador en Washington. En Kiev se denuncia la “agresión”, se declara a las tropas en estado de alerta y algunos políticos hablan de “movilización”.
Mientras el hombre de la canciller Merkel en Kíev, el ex boxeador Vitali Klichkó, pide una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU y llama a anular el acuerdo de 2010 sobre la presencia de la flota rusa del Mar Negro en Crimea, el sector más radical del nuevo régimen de Kiev, el grupo neonazi “Pravy Sektor” declara la “movilización” de sus activistas.
“Dependiendo de la situación concreta en las regiones”, la dirección de este grupo paramilitar aconseja, “coordinar al máximo las acciones con las fuerzas armadas los servicios secretos y el ministerio del interior de Ucrania”. Al mismo tiempo se apela, “al movimiento de resistencia del Cáucaso y a todos los movimientos de liberación de Rusia a actuar”. En contraste, el ministerio de defensa de Ucrania quiere conversar con su homólogo ruso, “para resolver la situación de Crimea”.
No parece que Rusia vaya a dar el peligroso y catastrófico paso de una invasión, que hoy se volvería contra ella en gran parte de Ucrania y provocaría violencias incluso en el Este y Sur del país. De lo que se trata más bien es de colocar fichas para un escenario que puede degradarse mucho más en los próximos meses, y, de paso, disuadir con un gesto de fuerza a los rivales occidentales.
Las fuerzas rusas ya han tomado el pleno control de una región de Ucrania, la península de Crimea; a petición de las autoridades locales, con el apoyo de la población y sin necesidad de invadir porque tienen allí muchas tropas permanentemente estacionadas en virtud del acuerdo sobre la flota del Mar Negro –que ayer reforzaron con otros 6000 soldados enviados desde Rusia. Pero Rusia sabe perfectamente que el resto de Ucrania, incluida ciudades tan rusas como Járkov, Odesa y Donetsk, las mayores después de Kíev, no son lo mismo que Crimea.
En todo el Este y el Sur del país, las regiones más favorables a Rusia, se está articulando un “anti-Maidán”. Se trata de un movimiento popular que no reconoce al gobierno de Kíev, aclama con diversos matices a Rusia, y formula toda una serie de reivindicaciones; referéndum sobre el ingreso de Ucrania en la unión aduanera y comercial que alienta Moscú, cooficialidad del ruso como segunda lengua, mayor autonomía de las regiones, y, eventualmente, federalización del país. Es lo que en Kíev se llama “separatismo” y tiene muchos matices. Al igual que el Maidán por sus padrinos euroatlánticos, el “Antimaidán” es espoleado por agitadores rusos con conexión directa con Moscú.
En Odesa, tercera ciudad de Ucrania en población, con más de un millón de habitantes y donde las elecciones las ganan siempre las opciones rusófilas, el poder local, tanto a nivel municipal como regional, reconoce el cambio de gobierno que ha tenido lugar en Kíev. Sin embargo están en marcha jugadas para desplazar a los actuales gobernantes y colocar en su lugar a gente más enérgica. Miles de personas, con banderas rojas, rusas, y de la ciudad se manifestaron ayer aquí por tercera vez en una semana convocados por la “Naródnaya alternativa”, un frente popular anti Maidán. La situación está abierta a vuelcos. En Donetsk, en el Este más industrial, el soviet local se ha declarado “único poder legítimo en la ciudad”, “hasta que se aclare la legitimidad de las leyes adoptadas en Kíev”. Si en el mitin de Odesa se escuchó decir, “ya sabemos lo que hay que empuñar (las armas) y si es necesario lo haremos”, en Donetsk se ha creado una “milicia popular”. ”Solo hay dos salidas, o rendirse o defenderse”, se dice. El enemigo aquí son “los fascistas” y los “banderovski” (partidarios de Stepan Bandera, un líder de Ucrania occidental colaboracionista con los nazis que mantuvo una guerrilla animada por la CIA contra la URSS hasta los años cincuenta). En lugar de la matanza de civiles, aquí se pone el acento en la denuncia de otras cosas; la intervención occidental, la muerte de policías, la ilegalización del Partido Comunista, la persecución de clérigos ortodoxos y de adversarios “comunistas” y “regionales” en Kíev, etc.
En una docena de ciudades hoy se ha izado la bandera rusa en las sedes de gobierno (en algunos casos junto a la ucraniana). En Nikolayev, antiguo astillero de la URSS, entre Odesa y Crimea, miles de ciudadanos han aclamado a Rusia. En Járkov la multitud ha desalojado por las orejas a los partidarios del movimiento de Kíev que ocupaban la sede del gobierno regional, los han hecho poner de rodillas y los han apalizado salvajemente. Hay un centenar de heridos. En todo el país se consagra con las horas el escenario del doble poder: unos no reconocen la legitimidad de Kíev, la capital no reconoce el cambio de autoridades en Crimea, y en otros lugares la situación es indecisa y puede cambiar en cualquier momento: todo recuerda demasiado a los prolegómenos del caos de 1918, en lo más crudo de la guerra civil, cuando Ucrania era disputada por diversos gobiernos y bandos y tenía diversas capitales.
Solo una minoría está dispuesta a una violencia armada, pero en Kiev ha bastado para decidir la suerte de un gobierno desprestigiado e inseguro. Una minoría basta y sobra para encender la hoguera. “Si los ucranianos no extraen las consecuencias correctas de la actual situación, a Ucrania le espera un destino como el que dejó 200.000 muertos en Yugoslavia”, se lee en un panfleto repartido ayer en Odesa. En esta ciudad, y sospecho que en el resto del Este y Sur del país, la inmensa mayoría, sea cual sea su opinión sobre lo sucedido, no quiere saber nada con la gente con cascos militares que empuña bates y barras de hierro, sea en nombre de la nación ucraniana, sea en nombre de la “lucha contra el fascismo”.
-Domingo 2 de marzo. El termómetro judío.
En el Imperio zarista los gobernadores solían ser aristócratas y militares. Muchas veces echaban mano del genio judío para asesorarse. El llamado “ judío listo adjunto al gobernador” (en ruso: “Umny evrei pri gubernatore”), es una institución que fue inmortalizada por la literatura rusa. Bien conectado a la realidad y con un prodigioso instinto de supervivencia, ese asesor resolvía muchos de los siempre enredados desaguisados de la política rusa, en los que el gobernador era el que se ponía la medalla si salía airoso. Pero si la política rusa del XIX y XX, tanto en el zarismo como en el bolchevismo, no se entiende sin su componente judío, ¿qué decir de esta magnífica ciudad de Odesa, el territorio más libre y más judío del Imperio?
La ciudad, que es una joya arquitectónica –sus magníficos plátanos de sombra, su trazado cuadriculado y su puerto podrían recordar a Barcelona- fue y sigue siendo un territorio abierto y tolerante. Esta era una ciudad diferente, cuya última refundación, a finales del XVIII, fue obra de un español al servicio de Catalina II, el conde José de Ribas (la principal arteria de Odesa lleva por él, el estrambótico nombre de “Deribasóvskaya”). A diferencia de Varsovia, la otra gran metrópoli judía del Este de Europa, los judíos ni siquiera tenían aquí geto: vivían donde querían. Ese ambiente de libertad hizo que confluyeran hacia Odesa miles de judíos de todo el Imperio (Polonia pertenecía entonces a Rusia), donde eran ciudadanos de segunda y campesinos muy pobres con estrictas zonas de residencia asignadas, llegando a ser más del 30% de la población. Obviamente, en este medio ambiente la cultura judía –y la cultura en general- floreció con una tremenda fuerza.
Odesa es la ciudad de Sholem Aleijem, el mayor dramaturgo en lengua yidish, de Jaim Najman Bialik, uno de los padres de la poesía hebrea moderna, de historiadores, literatos y filósofos como Simón Dubnov, Itziok Leibush y Ajad Haam. La ciudad de Isaac Babel, autor de “Caballería roja” liquidado por Stalin. Mucho de todo eso fue arrasado por el holocausto. De los 3 millones de judíos de la Ucrania de 1939, hoy quedan 500.000, casi un 1% de la población. De los 8 millones de ucranianos muertos en la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 1,5 millones fueron judíos. Solo en la región de Odesa, ocupada por los rumanos durante la guerra, fueron masacrados más de 200.000. ¿Qué quedó de todo aquello? Sin duda jirones, pero la vida continuó.
En la URSS el judío de Odesa siguió siendo una institución dentro de aquel particular cosmopolitismo soviético en el que convivió casi todo el pluralismo civilizatorio del mundo- incluidos mal que bien los judíos, expulsados de España y antes de otras naciones europeas y exterminados en Alemania, pero en Rusia/URSS solo discriminados y maltratados. Pocas obras más populares que el clásico “Las doce sillas” de Ilf y Petrov, con su protagonista Ostav Bender, el pillo personaje de la picaresca soviética de los años veinte. ¿Y conoce alguien entre Minsk y Bakú, Tallin y Vladivostok, a un humorista hoy más popular que el judío de Odesa Mijail Zhvanetski?
Hoy Ucrania contiene la tercera comunidad judía de Europa y la quinta del mundo. En Odesa eso es algo más que un recuerdo. En 1991 ví en el puerto de Odesa un numeroso grupo de gente que iba a embarcar. Pregunté. “Son judíos”, me dijeron. Se iban a Israel o a Alemania o Estados Unidos. Hoy muchos de aquellos que se fueron en 1991 regresan por falta de adaptación, por decepción o miedo ante las inseguridades e incertidumbres de Israel; “varios miles cada año, pero con el doble pasaporte (israelí o alemán, además de ucraniano) en el bolsillo”, explican en medios de la comunidad. Muchos jóvenes israelitas, que ni siquiera hablan ruso, están viniendo para estudiar aquí Medicina, “es mucho más barato”, explican….
¿Cómo se respiran desde la comunidad los datos de la crisis actual desde ese agudo sentido, casi genético, del peligro? Inquietud, sin duda, pero de signo diverso. Lo primero que salta a la vista es que no hay unidad; uno encuentra judíos tanto en los mítines favorables a Rusia, como entre los comunistas (el PC ucraniano no es “pro moscovita”, sino algo mucho más matizado) y los partidarios del Maidán. Muchos, simplemente se declaran “neutrales”, como hacen tantos ciudadanos de Odesa que, por un lado simpatizan con aspectos del Maidán (su componente justiciero y antioligárquico) pero por el otro desconfían de las actitudes violentas tanto del extremismo ucraniano fascistoide como del oso ruso.
En Ucrania hay judíos muy activos en la política y entre los magnates. En Odesa uno de los candidatos a hacerse con la alcaldía, si es que llegamos a unas elecciones normales, es Eduard Gurvitz, un judío del partido “Udar”, animado por el ex boxeador Vitali Klichkó –por cierto también con raíces judías. En el nuevo gobierno de Kíev hay un ministro judío. Uno de los nuevos gobernadores nombrados, el de Dnipropetrovsk, es un magnate judío. Al mismo tiempo varios representantes de la comunidad religiosa se confiesan verdaderamente alarmados. “Hace solo dos generaciones que nos masacraron”, me dice una joven en el pequeño museo judío de la calle Nezhínskaya. Algunos se plantean si no habría que hacer la maleta… Pero en medio de esta diversidad destaca un dato: oficialmente la comunidad, sus portavoces, más bien apoyan al nuevo gobierno de Kíev. Si los representantes oficiales de la comunidad son un sensible termómetro de muchas cosas, éste es un dato a tener en cuenta en la actual crisis: hay prevención, pero en general en la élite judía de Ucrania se apoya al nuevo régimen de Kíev.
-Nuevas victorias en el frente de Crimea profundizan el riesgo de Putin. Kerry denuncia “métodos arcaicos” y amenaza con expulsar a Rusia del G-8.
En la famosa escalera de Odesa, la “Potiómkinskaya lésnitsa” inmortalizada por Sergei Eisenstein, entrevisto a unos muchachos pro Maidán, provistos de cascos, escudos y porras. Hoy ha sido su día: manifestación de casi 5000 personas. La víspera sus adversarios reunieron el doble en el Kulikovo Pole de esta ciudad, que lleva el nombre de la célebre victoria rusa contra los tártaros del siglo XIV. Ayer era “!Putin, Putin!” y “El fascismo no pasará”. Hoy, “!Ucrania, Ucrania¡” y “Fuera Putin”. En medio, el grueso de la ciudadanía que no parece dispuesta a dejarse arrastrar hacia el tumulto.
Vista desde arriba, la prodigiosa escalera que desciende hacia el puerto no parece que sea tan inmensamente larga (127 escalones) merced a los amplios descansillos que impiden la visión. Esta crisis contiene la misma ilusión óptica. Aparentemente parece que el poderoso oso ruso se sale con la suya asediando a la débil Ucrania y comiéndoselo todo en Crimea, donde continua tomando el control de más y más infraestructuras y unidades, y donde hasta el jefe de la marina ucraniana, Denis Berezovski, nombrado anteayer por el gobierno de Kíev, juraba “lealtad al pueblo de Crimea”, junto a Sergei Aksionov, el jefe de la nueva autonomía rebelde, que es un títere de Moscú. La realidad es muy diferente. Como la escalera cuando se mira desde abajo: la cuesta, que une el bulevard con el puerto de Odesa, es tremenda. Como el riesgo que está corriendo Rusia.
No se trata de todo lo que ayer dijo John Kerry; la amenaza de sanciones contra Rusia, de expulsarla del G-8, ni del reproche de que la invasión de territorio ajeno, “no es la manera en que las naciones modernas resuelven los problemas”. Todo eso, que no tiene la menor credibilidad viniendo de quienes –por mencionar solo los últimos años- se pasaron por la entrepierna la “integridad territorial” de Afganistán, Irak, Libia y Siria, es, sin duda, importante. Síntomas de guerra fría. Sin embargo no es nada, o es muy poco, al lado de lo que Rusia, que es un gigante con los pies de barro, se está jugando aquí.
El menor desliz, el menor patinazo con resultado de violencia (ahora mismo hay algunas unidades militares ucranianas rodeadas por tropas rusas en Crimea) cubriría a Rusia de lodo ante los ucranianos. Si este pulso en su zona de influencia más vital no le sale bien y se salda con un incremento de la particular conciencia nacional de los ucranianos más rusófilos del Este y Sur del país, la consecuencia no solo será tener a la OTAN más allá de la línea del Dnieper, es decir definitivamente aposentada en tierra ancestral rusa, sino que como perdedor de Ucrania, Vladimir Putin se arriesga a vivir un 1905 en Rusia.
Aquel año la flota zarista fue hundida por los japoneses en Tsushima, en el contexto del pulso que ambos imperios libraban por los despojos de China. Todo el mundo daba por supuesta la victoria del Zar, pero fue mucho peor que lo nuestro en Santiago de Cuba: el adversario era una potencia no europea, seres “inferiores” (Nicolas II los llamaba “macacos”). Aquella humillación sentó las bases de la primera revolución rusa (hubo tres). Después de las fichas que ha movido -fichas varoniles e imperiales frente a las sofisticadas fichas de sus adversarios del Imperio Euroatlántico- si Putin pierde Ucrania todo su sistema moscovita se hundirá como un castillo de naipes tal como le ocurrió al Zar Nicolás. Primero humillación, luego Revolución.
Pero vista desde arriba esta escalera es otra cosa; ayer los pro Putin, hoy los anti Putin, mientras se consolidan posiciones en Crimea, con el gobierno de Kiev y su mezcla de favoritos de Washington y neonazis, ofreciendo la imagen de una nave desarbolada: los militares no le obedecen (¡gracias a Dios¡) y el patético nuevo ministro de exteriores, Sergei Deshitsia, pidiendo ayuda a la OTAN. Por su parte el flamante nuevo secretario del Consejo de Seguridad Nacional, Andrey Parubi, llama a la, “movilización de reservistas, pero solo los necesarios”. Paruby es un facha, fue fundador de un partido “socialista nacional” y luego del movimiento “Svoboda” pero al lado de su vicesecretario, el nazi Dmitri Yarosh (“Pravy Sektor”) podría pasar hasta por liberal. Gente como ellos fueron la fuerza de choque del Maidán, que, hay que decirlo bien claro, contiene también impulsos populares y nacionales absolutamente impecables. En esta peligrosa ruleta rusa de Ucrania, perderá el que primero de un paso en falso, pero en este sorteo, pese a las apariencias, Rusia tiene muchos más números.
– Por primera vez en años, el primer canal de la televisión rusa no transmitió ayer la ceremonia de entrega de los Óscar de Hollywood: “no hay tiempo a causa del interés del público por los acontecimientos en Ucrania”, señalaba anoche un comunicado del canal. Poco antes, Putin le explicaba a la canciller Merkel, cuya errática política exterior coordinada con Polonia sobre un script de Washington, forma parte de la crisis, por qué la actuación de Rusia es “adecuada” a la gravedad de la situación.
Lunes, 3 de marzo. Intensa propaganda
Un periodista y un diputado rumanos publican en el diario Adevarul de Bucarest – heredero de “Scinteia”, el “Pravda” de Ceaucescu- y en su blog, respectivamente, una reflexión sobre la necesidad de defender a la minoría rumana en Ucrania, ahora que éste país entra en riesgo de guerra civil. “Una Ucrania desmembrada ofrece la ocasión para recuperar la Bucovina, Besarabia y la región de Odesa”, escribe Ninel Peia, secretario de la “Comisión para la Diáspora” en Bucarest. “¿Está nuestro ejército preparado?”, se preguntan.
El 20 de febrero, en plena batalla campal en el centro de Kiev, la noticia aparece en Rossiskaya Gazeta, portavoz oficial del Kremlin: “el ejército rumano se prepara para intervenir en Ucrania el día 26”. Es la operación “Romania Mare”, una invasión en toda regla con el objetivo de “anexionarse” aquellos territorios que Rumania ocupó a la URSS entre 1941 y 1944 de la mano de los nazis. El plan se ha adoptado, “sin consulta con la OTAN, ni permiso de Berlín”, afirma el diario. Inmediatamente la noticia circula por determinadas webs de la región de Odesa.
“Es una fantasía y una provocación”, me dice Emil Rapcea, cónsul general de Rumania en Odesa y ex embajador en Kazajstán. “A Ninel Peia se le considera un cretino en Bucarest, nadie le ha hecho caso”, explica otra fuente rumana. El cónsul aventura que quizá “alguien pagó” para que se escribieran esas cosas. Y añade: “¿Acaso son rumanas las tropas que han entrado en Crimea?”.
Lo que se ve en la península, por lo menos de momento, es una operación perfecta; toma de infraestructuras, centros neurálgicos, movilización de líderes populares, cambio de gobierno local. Uno tras otro hasta cinco mandos militares ucranianos de Crimea reniegan de Kíev, con gran efecto sicológico. Nada parece haber sido dejado a la improvisación. Es obvio que la inteligencia militar rusa, y no solo la militar, preparó esta arriesgada respuesta con años de antelación. Casi tantos años como el empeño del otro imperio por arrastrar a Ucrania al regazo de la OTAN y realizar el sueño de los halcones de Washington y Bruselas: amarrar sus barcos en Sebastopol y Balaclava, las bases militares rusas de Crimea, escenarios de seculares glorias militares ruso-soviéticas y decir, “!aquí estoy yo¡”. El sueño de instalar el escudo antimisiles en la línea del Dnieper, es decir en las mismas barbas rusas, pudiendo anular, ahora sí, gran parte del potencial nuclear estratégico de Moscú. Equivaldría a meter el Yuri Dolgoruki, un submarino estratégico ruso de última generación en el puerto de San Diego y a reclutar a Canadá en una alianza militar contra Estados Unidos. Por mucho menos que eso, por Cuba, Washington puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial (nuclear). ¿Absurdo? Solo un Occidente que, simplemente, ha venido ignorando los intereses de seguridad rusos desde el fin de la guerra fría puede asombrarse del movimiento de tropas en Crimea. En esta quimera geopolítica de machos, cuyo leitmotiv es impedir toda relajada sintonía entre la UE y Rusia y empujar a Moscú a una alianza con China, la OTAN se ha encontrado con la horma de su zapato: “!Hasta aquí hemos llegado¡”, ha dicho el Kremlin.
La opinión pública ucraniana y su revuelta en Kíev son lo de menos, un mero instrumento de este juego insensato. Desde la misma disolución de la URSS (1991) y la siguiente independencia de Ucrania, todas las encuestas de opinión han ofrecido una mayoría de ucranianos hostiles al ingreso de su país en la OTAN. La Alianza ha continuado a la suya. En la labor por atraer a Ucrania a su seno militar, la Unión Europea ha sido su cómplice. Su “Asociación Oriental” se planteó desde el principio como una alternativa incompatible con la integración comercial de Ucrania con Rusia. Y sus artículos en materia de política exterior y de seguridad comprometían a Ucrania con el esquema (antiruso) de la seguridad atlantista.
Después de 2008, cuando la provocación atlantista en Georgia se saldó con un fiasco (Moscú respondió militarmente), Ucrania metió en su constitución una cláusula de neutralidad y no alineamiento, mientras firmaba un acuerdo de largo alcance sobre la flota del Mar Negro. Parecía que se alcanzaba un equilibrio estabilizador, pero el expansionismo occidental, cada vez más agresivo en la misma UE, ha continuado como se ha visto en la política de Bruselas contra Gazpróm, el consorcio energético ruso. El grueso del ingreso de Rusia se debe a la exportación energética. La mayor parte de ese recurso transita por Ucrania. El objetivo es privar a Rusia de su relación energética con Europa. Para eso Estados Unidos ha potenciado el fracking, la extracción de gas de esquisto, y espera ser pronto suministrador alternativo de gas a la Unión Europea. Países que antes no contaban nada en la política exterior europea, como Polonia, han recibido una gran influencia, para deleite de Washington y con la torpe aquiescencia de la obtusa política exterior alemana. Polonia, una nación profundamente anti rusa con históricos intereses y ambiciones en Ucrania, es hoy el copiloto del drang nach Osten de Bruselas. A todo eso se ha sumado las astillas levantadas por el papel ruso en Siria (el camino hacia Teherán, suministrador energético de China, pasa por Damasco, el camino hacia un régimen ruso subordinado en Moscú pasa por Kíev), el irritante asilo de Moscú a Eduard Snowden (el principal desastre de imagen de Estados Unidos desde la guerra de Vietnam), el puntazo de imagen de Putin con los juegos de invierno de Sochi, objeto de una grotesca campaña de propaganda occidental…
Una mínima atención a los intereses de seguridad de Rusia (ese país existe, tiene fronteras e incluso intereses comerciales con sus vecinos, que no pueden reducirse a “imperialismo”), habrían aconsejado un respeto al estatuto de neutralidad de Ucrania, pero a base de dinero, influencias, inversiones en medios de comunicación y “centros de estudios estratégicos independientes”, compra de magnates y operando siempre sobre la identidad nacional (antirusa) de un sector minoritario del pueblo ucraniano, mayormente del Oeste del país, el asunto se ha forzado hasta llegar a una especie de golpe de Estado en el que se ha jugado con el genuino hartazgo del sector más activo (occidental) de la población ucraniana. Para hacer la tortilla, incendiamos la cocina.
En la última Conferencia de Seguridad de Munich, el gran cónclave euro-atlántico anual de halcones militaristas, el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, dijo que “Ucrania tiene que tener la libertad para elegir” si entra o no en la OTAN. “Habría sido mucho más sabio decir, “Ucrania eligió el no alineamiento y nosotros lo respetamos”, observa el comentarista de The Guardian Jonathan Steele, un veterano ex corresponsal en Moscú.
En lo que tiene de pulso imperial, la batalla de Ucrania, cuyo último capítulo ha sido esa mezcla de revuelta popular y cambio de régimen inducido desde Occidente, lo ha puesto todo hecho unos zorros. Se dice que el servicio secreto polaco ha financiado a los neonazis del “Pravy Sektor” en Kíev. La Fundación Konrad Adenauer de la canciller Merkel ha financiado al opositor Vitali Klichkó, los americanos a otros. ¿Y qué decir del Canal 5 de la tele ucraniana, del magnate atlantista Petró Poroshenko (quinta fortuna del país), con conexión directa con “La Voz de América”, el principal medio de comunicación del nuevo gobierno de Kíev? Todavía no ha mentado que entre los caídos en las violencias de Kíev hay unos cuantos policías muertos por arma de fuego – ya tengo once nombres anotados y contrastados en mi libreta, pero dicen que hay más. Esto es muchas cosas, pero también es un festival de intoxicaciones. Y en la respuesta que estamos observando del otro lado, se trata de lo mismo.
En el anti-Maidán que está ahora en plena efervescencia aquí en Odesa y en todo el sur este de Ucrania, hay mucho de organizado, de agitadores radicales activados desde Moscú. Los estoy viendo cada día. La televisión rusa, que cubre Ucrania con histérica manipulación, forma parte del mismo esfuerzo. Lo del “¡Que vienen los rumanos¡” no es más que su expresión más burda, pero el rastro de todo esto se percibe por igual en Crimea, en Odesa, en Donetsk, en Járkov y en muchos otros lugares. Sí, también Moscú promociona y moviliza, a su manera, “la sociedad civil”.
-Ucrania no quiere violencia. Fuentes militares de Estados Unidos reconocen que Rusia tiene, “el pleno control operativo de la Península de Crimea”, territorio ancestral ruso mayoritariamente poblado por rusos pero que pertenece a Ucrania y que, alegando inestabilidad, Moscú ha ocupado ilegalmente. En Balaclava, base de la armada, una nueva unidad ucraniana se rinde: la mitad de los soldados firman por Crimea (léase Rusia), la otra mitad optan por Ucrania y se van tras firmar un papel. Los ucranianos tienen órdenes de Kíev de no usar armas.
En la capital, donde desde hace una semana hay un gobierno prooccidental a todos los efectos (UE, OTAN y FMI), cierto desencanto. Creían tener todo el poder y se reconocen débiles. No solo por lo de Crimea. No solo porque sus adversarios – el “anti Maidán”- andan crecidos y a la ofensiva en el Sur y el Este del país, con asaltos a sedes de gobierno regionales –el de Odesa lo presencié sobre la una de la tarde-, sino también porque perciben cierta división entre sus protectores.
Síntomas de división entre Estados Unidos y Alemania, cuyo sector empresarial tiene muchos intereses en Rusia y teme que mantener la línea radical (con ayudantes polacos y script de Washington) no conduzca a ninguna parte. De la tensión de esa división (“Fuck the EU”, decía el 25 de enero Victoria Nuland vicesecretaria de Estado de EE.UU en una conversación telefónica que fue grabada) resultaba una filtración con efecto cizaña: según la Casa Blanca, Merkel dice que en su conversación telefónica de ayer con Putin, el presidente ruso parecía, “haber perdido el sentido de la realidad”. Es evidente que Washington siembra el malentendido entre Berlín y Moscú.
En cualquier caso hay tufillo de paso atrás en el ambiente. “Practicar la diplomacia no es debilidad”, dice el ministro de exteriores alemán Frank-Walter Steinmeier en Bruselas. En Ginebra su colega ruso, Sergei Lavrov, apela a los prooccidentales de Kíev a respetar el acuerdo para formar un gobierno “inclusivo” que firmaron el 21 de febrero con el ausente presidente Victor Yanukovich bajo mediación de la U.E.
John Kerry, el secretario de Estado americano, llegaba a Kíev mientras las potencias se retiran del encuentro del G-8 que debía celebrarse en Sochi. “Será un perjuicio para el G-7, no para Rusia”, decía chulesco en Moscú el portavoz de Putin, Dmitri Pskov. “Quienes interpretan nuestras acciones como una especie de agresión y nos amenazan con sanciones y boicots son los mismos que han estado animando a sus aliados (en Kíev) a declarar ultimátums y renunciar al diálogo”, dice Lavrov.
El paso atrás es necesario por Ucrania, un país en alto riesgo que necesita un mediador para iniciar distensión. Si alguien con autoridad fundara el “Movimiento contra la violencia en Ucrania” se llevaría al país de calle. ¿Pero quién? Quienes tienen autoridad en el oeste y en el centro del país, no son reconocidos en el este y el sur, y viceversa. Las Iglesias están divididas y contribuyen a la radicalización. ¿Un mediador internacional?: la UE es parte del problema, Rusia también. Secuestrada por una “comunidad internacional” que no pasa de representar al 5% de la población mundial, la ONU apenas existe… Ucrania pide a gritos un acuerdo. Los radicales son minoría.
-¿Qué piensan los ucranianos? Si hubiera que resumir el estado de la opinión pública ucraniana sobre el destino de su país, el sentir mayoritario podría ser, al día de hoy, el siguiente: sí a la unidad e independencia del Estado ucraniano y sí a unas buenas y fluidas relaciones amistosas con Rusia. Así lo sugiere la última encuesta disponible realizada por el Instituto KMIS de Kíev entre el 21 y el 25 de febrero y divulgada ayer por medios en sintonía con gobierno pro-occidental instalado en la capital.
Un 68% declara que Ucrania y Rusia deben seguir siendo países independientes pero amigos, con fronteras abiertas, sin visados ni aduanas (Opción 1). Otro 12,5% lleva la amistad hasta el extremo de la disolución nacional del Estado ucraniano para fundirse en un único Estado con Rusia (Opción 2). Finalmente, un 14,7% favorece que la relación con Rusia sea tan estricta como la que correspondería a cualquier otro estado: con fronteras, visados y aduanas (Opción 3).
El problema es que ese sentir que sugiere un sentido común mayoritario hacia una solución de consenso y equilibrio, tiene una distribución regional muy contrastada, lo que lo convierte en algo mucho más complejo y dramático capaz de abonar un escenario de federalización o partición del país, especialmente teniendo en cuenta la negativa influencia de los dos grandes vecinos: Rusia y Euroatlántida.
Dividido en cuatro sectores geográficos (Este, Sur, Centro y Oeste) la Opción 1 vence en todas partes (72,2% en el Este, la región más rusófila, 63,8% en el Sur –que incluye la península de Crimea ocupada por Rusia-, 69,7% en el Centro, y 66,7% en el Oeste, que incluye la región de Galitzia que perteneció al Imperio Austro-húngaro y que en su mayoría solo se integró en la Rusia soviética en 1945.
La Opción 2, renunciar a la independencia de Ucrania y reunificarse con Rusia en un único Estado, solo la apoya el 0,7% de la opinión en el Oeste, el 5,4% en el Centro, el 19,4% en el Sur y el 25,8% en el Este más rusófilo.
El panorama que arroja la Opción 3, que contiene una sugerencia de firmeza y cerrazón hacia el vecino ruso, con fronteras estrictas, solo la apoya el 2% de la opinión del Este de Ucrania y el 10,5% del Sur. Sin embargo, en el Centro y en el Oeste está posición, muy bien representada en el actual gobierno prooccidental de Kíev, encuentra muchos más partidarios: 20,9% (Centro) y 24% (Oeste), respectivamente.
Pero, por importante que sea, la relación con Rusia es sólo un aspecto de la actual crisis. Preguntados, en febrero, por el motivo de las protestas en la plaza central de Kíev (Maidán), la mayoría, 43%, respondía que, “el enfado hacia el régimen corrupto (del Presidente) Yanukovich”. Otro 30% explicaba la protesta en la “influencia occidental que quiere atraer a Ucrania hacia la órbita de sus intereses”.
Respecto a la responsabilidad por la escalada del conflicto en Kíev, un 49% culpaba al Presidente Yanukovich, entre el 21 y el 25 de febrero cuando la victoria de la oposición parecía total y aún no había aparecido una fuerte protesta “anti-Maidán” en el Este y el Sur del país. Otro 34% culpaba a la oposición. Una vez más: todas estas opiniones reflejan un vivo contraste regional dentro del país.
Siendo el deseo de buenas relaciones con Rusia y el deseo de mantener la independencia e integridad del Estado ucraniano, los dos ejes de la situación, quien sea visto como una amenaza para cualquiera de ellos se desprestigiará. Esto afecta tanto a los jugadores locales, como a los imperios que rodean el país.
El gobierno de Kíev se ha desprestigiado y no representa al conjunto del país por su rusofobia y porque el grueso de sus miembros proceden del Oeste o son magnates en la órbita occidental. Por otro lado Putin se desprestigia también por ser visto como amenaza a la integridad e independencia de la nación y por apoyarse en magnates cuyos negocios están relacionados con Rusia.
Tanto el deseo occidental de una Ucrania contra Rusia, como el de Putin que para evitarlo pone en cuestión la integridad territorial del país con la ocupación militar de un trozo de ella, chocan con el consenso mayoritario. Ninguna de las dos cosas gustan, pero ¿cual es más decisiva para configurar “el promedio” de la opinión pública ucraniana? En lo que este conflicto depende del estado de la opinión pública –quizá no mucho- estos son factores a tener en cuenta.
-Una vez más: el enorme riesgo de Putin
Estas son las coordenadas: En el Este y el Sur del país el Estado ucraniano se hunde. Muchos no reconocen allí al gobierno central y piden referéndums y la federalización del país. En Kíev un gobierno prooccidental desarbolado que se propone privatizar inmediatamente el sector energético y retirar subvenciones agrarias, de acuerdo con las recetas estándar occidentales, lo que anuncia una catástrofe para el nivel de vida. El gobierno es débil, no representa ni de lejos al conjunto del país, y no sabe qué hacer, pero, ojo, independientemente de su legitimidad, representa a la matriz del nacionalismo ucraniano que históricamente siempre fue la Ucrania Occidental. Aunque este gobierno destruye en la práctica con su sectarismo y patrocinio occidental la unidad del país, es al mismo tiempo el principal vector que reclama la unidad de Ucrania. Y esa unidad es deseada por la mayoría de los ucranianos, incluídos la mayoría de los ucranianos profusos. Kíev es como Jano, el dios de las dos caras.
En el conjunto del país un mayoritario doble deseo de mantener la independencia de Ucrania y al mismo tiempo unas estrechas y amistosas relaciones con Rusia: casi un 70% de apoyo en la última encuesta. Tanto Occidente, que quiere una Ucrania contra Rusia, como Putin, que ocupa Crimea para evitarlo, contradicen ese doble consenso.
El tercer elemento es la situación en Crimea. Ocupada por fuerzas rusas con el mayoritario aplauso de la población, una “perfecta operación militar” de Vladímir Putin que contiene un riesgo extraordinario. Tampoco en Crimea el apoyo a la “operación perfecta” es unánime”.
En esta partida de ajedrez, Moscú se ha comido una torre en Crimea. La población local lo ha aplaudido (los adversarios, que los hay, son débiles y están asustados), pero en el resto de Ucrania se observa el asunto con preocupación (hablamos, naturalmente, de promedios pues la sensibilidad cambia de una región a otra). Incluso en Odesa, una ciudad ancha, liberal, y francamente prorusa, la temperatura que marca el termómetro es sutil. Como a alguien se le escape un tiro en Crimea y haya más violencias, el ocupante será inmediatamente visto como responsable y agresor. Jurídicamente está en casa ajena, por más que la historia le de la razón. Y luego está la propaganda. Poco a poco la gran máquina de la información global se pone en marcha. La máquina que hizo pasar por “humanitaria” la guerra de Yugoslavia, por “guerra contra el terrorismo” la segunda invasión extranjera de Afganistán, que vendió amenaza de armas de destrucción masiva en Irak y causas justas por doquier, comienza a emplearse a fondo ahora con Crimea.
“A Putin le importa un rábano la opinión de la Unión Europea”, explica desde Moscú Dmitri Trenin, un politólogo occidentalista del centro Carnegie. “Ya le han demonizado tanto que no viene de eso”, dice. Pero Rusia apenas tiene recursos de propaganda externos. El eficaz canal RT que da voz en inglés a muchos disidentes de Estados Unidos, es poca cosa. En el frente informativo las divisiones acorazadas están en manos del adversario.
Por dividido que estén algunos europeos (Alemania) de Estados Unidos, la unidad de acción esencial se mantendrá. La UE mantiene la pinza. El comisario “de ampliación europea” Stefan Füle, un checo, predicaba ayer mismo en Tbilisi (Georgia) “continuar con el fortalecimiento de la Asociación Oriental ante las presiones”. En Moldavia la UE ofrece su gran caramelo a toda prisa: el régimen sin visado para estancias de 90 días para los locales (se exige pasaporte biométrico). Así que la pinza que ha desencadenado este desastre de guerra fría en Ucrania, se mantiene a todo trapo. Por la suma de todo eso la “exitosa operación” podría desmoronarse. Hasta se puede pronosticar por donde aparecerán las primeras grietas.
Putin se ha comido una torre en Crimea. Pero lo ha hecho exponiendo a su reina. Como esa reina acabe siendo vista como una fea y abusona madrastra en el resto del país, el balance final podría ser ganar Crimea y perder Ucrania. Y si Putin pierde Ucrania, podríamos acercarnos a un escenario ruso de 1905: la pérdida de Ucrania, como la de la flota del Báltico a manos de los japoneses en Tushima, Mar del Japón, tras una navegación transoceánica a través del Cabo de Buena Esperanza, sería una humillación que pasaría una seria factura. Por eso, si la situación de los occidentales, cuya geopolítica –para adelantar la frontera de la OTAN y hacerse con el control de los recursos de Ucrania- es un desastre irresponsable, el que se está jugando el tipo aquí es Putin. Por otro lado, sin la operación de Crimea, Putin habría perdido aún más; las bases para su flota, el control de Crimea y también Ucrania. Un jaque mate. Así que la alternativa para Moscú era elegir entre malo y peor.
Hoy hubo tiros al aire de soldados rusos contra soldados ucranianos en la base crimeana de Belbek, ocupada por los primeros. Una buena ilustración de la peligrosidad de la partida. De los treinta aviones de caza ucranianos que hay en la base, solo cinco funcionan. Además de algunos soldados ucranianos que no se someten (naturalmente se les presiona y se los intenta comprar), en Crimea hay otros factores de contestación. Los tártaros de Crimea, 12% de la población, no quieren ni oír hablar de la ocupación rusa que asocian a lo peor de su memoria, las deportaciones estalinistas de las que su pueblo fue víctima en 1944. Hay otras posibilidades de aguarle a Moscú la fiesta en la península. Y desde la península, al resto.
Como dicen los chinos Rusia pisa en esta crisis sobre cáscaras de huevo. Todo cruje. Por otro lado, después de lo hecho no hay vuelta atrás. Desde Tallin (Estonia), su alcalde Edgar Savisaar, propone algo de sentido común: “solo un gobierno con representantes de todas las regiones de Ucrania podría tener legitimidad”, dice. Pero ¿A quién le importa Ucrania?
-Miércoles 5 de marzo. Limpieza regional.
El gobierno de Kíev intenta contrarrestar la disolución del Estado ucraniano en el Este del país, donde su legitimidad apenas es reconocida. Sintiendo a sus espaldas el fuerte apoyo occidental, Kíev nombra nuevos gobernadores en las 25 regiones de Ucrania. Para ello sigue la receta sectaria que presidió la formación del gobierno: pleno dominio de la Ucrania occidental y central más nacionalista y antirusa.
Como en el gobierno, el poder regional han sido copados por tres fuerzas; el partido “Batkivshina” (Patria) de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, fuertemente atravesado por intereses oligárquicos, los ultraderechistas del partido “Svoboda” (“Libertad”), y toda una serie de magnates con influencia regional.
El partido de Timoshenko, partidaria del ingreso del país en la OTAN y de denunciar inmediatamente el acuerdo de 2010 que cedió a Rusia las bases de Crimea para su flota hasta 2040, se ha hecho con por lo menos 10 de los 25 gobernadores nombrados.
“Svoboda”, que hasta 2004 se llamaba “Partido Socialista Nacional de Ucrania” y ha usado símbolos de la Waffen SS, ha colocado a 6 gobernadores. El número dos del gobierno de Kíev, el fiscal general y varios ministros pertenecen a “Svoboda”, cuyo líder, Oleg Tiagnibok, firmó en 2005 una petición para prohibir todas las organizaciones judías de Ucrania y ha arremetido contra “la mafia ruso-judía que controla Ucrania”, lo que no impide que los ministros euro-atlánticos se fotografíen estrechándole la mano. En una administración pro-rusa un personaje así habría desencadenado un escándalo mediático colosal.
Casi ninguno de los nuevos gobernadores tiene experiencia administrativa y muchos de ellos son jóvenes. En el contexto de nuevas privatizaciones que se anuncia, con enormes oportunidades para el enriquecimiento personal, ese relevo contiene tanto ventajas de regeneración como desventajas; la llegada de, “nuevos lobos hambrientos que relevan a los saciados”, en opinión de un vecino de Odesa no implicado en las movilizaciones de los últimos días.
El partido “Udar” del ex boxeador Vitali Klichkó ha quedado ausente, tanto del gobierno como del reparto de gobernadores. Klichkó y su partido, apadrinado por Merkel, son la reserva de Alemania para las siguientes elecciones y se les quiere evitar el desgaste de la actual e incierta fase.
La situación más complicada se sitúa en el Este y el Sur del país. El poder de Kíev no es considerado legítimo por una gran parte de la población y la elite local -vinculada al Partido de las Regiones del Presidente (legítimo, electo, corrupto, destituido y huido) Viktor Yanukovich- ha quedado fuera de juego con el cambio de régimen en Kíev. En ciudades como Járkov, Lugansk, Donetsk y Odesa, el vacío ha sido parcialmente llenado por un movimiento “anti-Maidan” que se articula alrededor de un difuso rosario de reivindicaciones federalistas, separatistas, autonomistas y pro-rusas. Al igual que el movimiento callejero de Kíev, este movimiento contiene tanto apadrinamiento exterior, en este caso ruso, como impulsos populares y anticorrupción y pro derechos civiles.
En ese contexto, Kíev ha nombrado en el Este a magnates locales con influencia en sus regiones, que le han declarado fidelidad. Es el caso de Igor Kolomoiski, nuevo gobernador de Dnepropetrovsk y uno de los principales hombres de negocios judíos del país, Sergei Taruta (Donetsk) o Mijail Bolotskij (Lugansk). Todos ellos tienen como misión, “impedir el separatismo”. A juzgar por lo que se percibe en Odesa, estos nombramientos son vistos por mucha gente como un mero cambio de figuras.
Como dijo el presidente ruso Vladimir Putin en su conferencia de prensa de ayer, en la que astutamente expresó su “comprensión” por el impulso anticorrupción y justiciero de la protesta de Kíev (dijo; “el problema que tienen en Ucrania con la corrupción aún es más grave que el que tenemos en Rusia”) mucha gente tiene la sensación de que, “unos granujas han sido sustituidos por otros”.
La conferencia de prensa de Putin no pudo verse en parte de Ucrania, porque el operador de televisión por cable “Lanet” desconectó la transmisión de los tres canales de televisión rusos (RTR-Planeta, Pervy kanal y NTV Mir) que consumen millones de telespectadores ucranianos en el Este y el Sur del país.
-Avanzar el asunto de la OTAN. Los francotiradores, un “enigma” clásico.
Mientras se discute para quién trabajaban los francotiradores que el 20 de febrero precipitaron el cambio de régimen en Ucrania matando indiscriminadamente a manifestantes y policías en las calles de Kíev, un grupo de diputados ucranianos ha presentado un proyecto de ley para declarar prioritario el ingreso del país en la OTAN.
Ucrania dejaría de ser un “país no alineado con ningún bloque”, como señala su actual legislación, para priorizar el ingreso en el bloque militar occidental, de acuerdo con la iniciativa que fue registrada ayer en la Rada (Parlamento) con el número 4354. Entre los diputados iniciadores, todos del partido “Batkivshina” (Patria) de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, figura Boris Tarasiuk, que fue dos veces ministro de exteriores, la última vez tras la “Revolución naranja”.
Tarasiuk es fundador del “Instituto para la Cooperación Eutro-Atlántica”, un loby de la OTAN, y fue jefe de la representación de Ucrania en la Alianza. “Batkivshina” es apoyado por Washington y tiene mayoría en el actual gobierno, creado el 27 de febrero, una semana después de que la matanza de más de veinte manifestantes y policías por misteriosos francotiradores precipitara el hundimiento del régimen de Viktor Yanukovich, opuesto a la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea. La asociación con la UE incluye el compromiso de una aproximación de Ucrania a Occidente en materias de seguridad y política exterior. El actual gobierno y la Unión Europea se declararon ayer a favor de cerrar ese acuerdo de asociación antes de la celebración de elecciones en Ucrania.
En este contexto se filtra la conversación mantenida por el ministro de exteriores estoniano, Urmas Paet, con la responsable de la política exterior de la Unión Europea, Margaret Ashton. En ella queda claro que, tras una visita de Paet a Kíev el 25 de febrero, el ministro se tomaba muy en serio que, “detrás de los francotiradores no estaba Yanukovich, sino alguien de la nueva coalición” que hoy gobierna en Kíev. “Es interesante”, contesta Ashton. La fuente de Paet identificada como “Olga”, era la jefa del dispositivo médico del Maidán (la protesta popular apoyada por Occidente), Olga Bogomolets, que rechazó un cargo en el nuevo gobierno.
“Olga ha dicho que todos los indicios muestran que la gente fue muerta por los mismos francotiradores, tanto policías como manifestantes” (…) “dice que todos los muertos llevan la misma firma, los mismos tipos de balas, y es verdaderamente preocupante que la nueva coalición no quiera investigar qué pasó exactamente”. “Eso les desprestigia ya desde el principio”, dice Paet a una Ashton que solo comenta, “Si, es terrible”.
El ministerio de exteriores estoniano ha confirmado la autenticidad de la conversación pero ha subrayado que Paet transmitía a Ashton el punto de vista de una tercera persona y no el suyo.
Guerras, invasiones y golpes de Estado comienzan frecuentemente con oscuros atentados en los que la pregunta estándar es, ¿a quién benefician? Varios edificios volaron por los aires en Moscú en vísperas de la segunda guerra de Chechenia. Moscú adjudicó el asunto al terrorismo checheno. Aquellos atentados decidieron el apoyo de la opinión pública a la guerra de Putin. La intervención de la OTAN en Bosnia ocurrió tras un sonado atentado en el mercado de Sarajevo. Aquella carnicería se atribuyó a un disparo de mortero desde el cerco serbio, pero los especialistas más bien vieron en aquello el efecto de una bomba. Fue el desencadenante de la “intervención humanitaria”. La intervención en Kósovo tuvo escenificaciones previas aún más espectaculares: varias matanzas de presuntos civiles (en realidad guerrilleros albaneses caídos en acción) reunidos en pueblos como Rachak por el jefe de la misión de la OSCE (el embajador William Walker, con un pasado de implicación en las matanzas de Centroamérica), el inexistente “genocidio” de centenares de miles de albaneses, etc., etc., y la actual guerra de Siria ha repetido el guión con diferentes incidentes dudosos de uso de armas químicas y ataques a Turquía. ¿Por qué iba a ser diferente Ucrania?
Jueves, 6 de marzo. Referéndum en Crimea.
La peor crisis Este/Oeste desde el fin de la guerra fría se enreda por momentos. Cabalgando sobre un genuino descontento popular, el Imperio del Oeste ha promocionado un golpe de Estado en Kíev. El Imperio del Este ha contestado ocupando militarmente Crimea. Ambos juegan con el sentir popular y lo usan en su propio provecho. En Kíev para colocar un gobierno que dé pasos rápidos hacia la disciplina europea y la integración en la OTAN. En Simferópol, la capital de Crimea, para justificar una invasión, aunque se trate de tierra rusa. Hoy nuevos pasos acelerados en ambas direcciones: el parlamento de Crimea celebrará en diez días un referéndum para salir de Ucrania y unirse a Rusia. Occidente baraja todo tipo de sanciones y mueve tropas y armadas en el Báltico, Polonia, Egeo y Mar Negro. En broma, en broma, se avanza hacia una versión cutre de la crisis de los misiles de 1962. Ahora la isla se llama Crimea.
La decisión del parlamento local se ha tomado por 78 votos contra cero y 8 abstenciones. El referéndum, inicialmente previsto para el 30 de marzo y con una pregunta para incrementar la autonomía, se adelanta para el 16 con una pregunta sobre si se desea la unión con Rusia. Aunque Putin dijo de forma categórica el martes que “Rusia no considera” una anexión de Crimea, hacerlo será mucho más fácil de lo que fue desgajar Kosovo de Serbia. Las violaciones de la “integridad territorial” son últimamente algo bastante corriente. Lo único que cambia es la coreografía.
Sergei, un marinero de Odesa, me explica donde queda el sentir popular de los ucranianos en medio de este insensato tira y afloja que obliga a la Madre Rusia, a la que se quiere arrinconar en la línea del Dnieper, a empuñar el fusil. Sergei, unos 45 años, es marinero en tierra y vende souvenirs junto al monumento al Duque de Richelieu, gobernador de esta ciudad a principios del XIX. Por un lado detesta al nuevo gobierno de Kíev que ha sustituido al del Presidente (legítimo y huido) Viktor Yanukovich, al que califica de “podrido”. Por el otro lado, no le gusta la machada militar rusa en Crimea. Después de más de veinte años Ucrania es un país independiente y no se puede atropellar su soberanía.
“Eso no va a gustar ni siquiera en amplios sectores de la Ucrania del Este y del Sur”, dice, refiriéndose a la parte del país más favorable a Rusia. No tiene muchas dudas acerca de que el movimiento Maidán fue una magnífica manipulación del general sentir popular contra la podredumbre. Cree que los francotiradores fueron la guinda que decidió el cambio de régimen. ¿Por cuenta de quién?; “evidentemente, de los que han salido ganando con ello”. Lo de Crimea es un esperpento: las tropas que hay allá son, evidentemente, rusas por más que Moscú niegue la evidencia y hable de espontáneos “grupos de autodefensa”.
Esta opinión, informada pese al enorme sectarismo de los canales de televisión – los rusos al servicio del Kremlin, los ucranianos en manos de magnates en sintonía con Euroatlantida- sutil y matizada en sus acentos, es precisamente la mayoritaria en el país, de acuerdo con las encuestas disponibles: no al ingreso en la OTAN (por eso sus partidarios no quieren oír ni hablar de un referéndum ucraniano sobre ese tema), sí a la independencia y soberanía nacional de Ucrania y sí también a unas relaciones fluidas, estrechas y fraternales con Rusia (no confundir con la persona o el régimen de Putin), sin que ello quiera decir que nos dejamos invadir por amor. Si esto es así, ¿cómo se ha llegado al actual desbarajuste? Se trata del esquema general de la seguridad europea vigente desde el fin de la guerra fría.
-¿Quien se acuerda hoy de la Carta de París? En noviembre de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la URSS y Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París para una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una seguridad continental integrada, es decir el fin de la guerra fría. Su preámbulo proclamaba que, “la era de la confrontación y división de Europa ha concluido”. En el apartado, “relaciones amistosas entre estados participantes” se afirmaba: “La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás”. En el apartado “Seguridad”, se anunciaba, “un nuevo concepto de la seguridad europea” que dará una “nueva calidad” a las relaciones entre los estados europeos. “La situación en Europa”, se prometía, “abre nuevas posibilidades para la acción común en el terreno de la seguridad militar. Desarrollaremos los importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos; “iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la seguridad”. En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa del otro. Hubo ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había retirado. El ingreso en el bloque militar contra Rusia se ofreció como antesala del ingreso en la Unión Europea. Muchos ex satélites y ex víctimas de Moscú corrieron entusiasmados hacia ese alivio. Adoptando el capitalismo, Rusia no ofrecía el rostro más benigno. Pero ese país y sus intereses existen. Su diplomacia reclama desde 1992 el esquema de la Conferencia de París y en lugar de ello le ofrecen escudos antimisiles “contra Irán” en Rumania y Polonia, y cuando se queja le acusan de “imperial”. Ahora le enfrentan a algo equiparable a si Estados Unidos tuviera que convivir con un Canadá miembro de un bloque militar hostil.
Para realizar esta genialidad se ha colocado en Kíev el primer gobierno con ministros ultraderechistas y antisemitas (el partido Svoboda con seis carteras y cargos tiene mucho de eso) desde 1945. Occidente tiene suerte de que el régimen político de Rusia carezca de todo atractivo social y popular, y se asiente exclusivamente sobre el nacionalismo. De lo contrario, el barrido eslavo oriental sería imparable. Pero el nacionalismo ruso no atrae lógicamente a Ucrania. Esa ideología provoca alergias que, hoy por hoy, van a favor del nuevo gobierno. Cuanto más justifique Rusia su intervención en nacionalismo ruso, más impopular será. Mientras tanto, maniobras en el Báltico y en Polonia, un portaviones con acompañamiento de armada en el Egeo, sanciones a la vista y pronto tensión en el Mar Negro, donde se anuncian maniobras militares conjuntas búlgaro-rumano-estadounidenses.
-Kíev califica de “farsa” el referéndum de Crimea.
Crimea no puede decidir por sí sola su salida de Ucrania, dice el presidente de la Rada de Kiev, Aleksandr Turchinov, formal “jefe de Estado interino” del nuevo régimen. “Según el artículo 73 de la Constitución, solo un referéndum de toda Ucrania puede examinar la cuestión de las fronteras y los cambios territoriales”, dice Turchinov en un breve mensaje televisado.”Esta decisión es ilegítima, es una farsa”, concluye.
Crimea ha desconectado canales de televisión ucranianos. Ucrania desconectó anteayer canales rusos. Ambas partes practican una intensa guerra propagandística, omitiendo los informes que no les convienen. El ambiente en las ciudades ucranianas es tranquilo. Las manifestaciones de los últimos días van claramente a menos: apenas congregan a centenares de personas. El rechazo y la indisposición hacia la violencia es absolutamente mayoritario. La llamada a la movilización de reservistas lanzada por Kíev ha sido completamente ignorada.
-Viernes, 7 de marzo. Nuestros inquietantes amigos de Kíev
Es lo que se llama un armario; más ancho que alto, rostro de adoquín y sobre los cien kilos de peso. Poca broma con Aleksandr Muzichkovo, uno de los líderes del “Pravy Sektor” (Sector de derechas). Su mera presencia intimida. Con su uniforme de camuflaje, a Muzichkovo se le ha visto poner orden en la fiscalía de la región de Rovno. Agarró por la corbata a la primera autoridad judicial de la región, un hombre joven y más bien frágil que no osa replicar la oleada de insultos obscenos que le dedica el ultraderechista, lo zarandea, lo hace sentar, se excita mientras continua insultando, le da una colleja. A su alrededor nadie osa abrir la boca, pero alguien lo graba con su teléfono y lo coloca en you tube. Estremecedor.
La escena se repite ante la cámara parlamentaria de la región. Preside Muzichkovo. Sobre la mesa un fusil kalashnikov. El ultra pregunta en tono amenazante, “¿Alguien quiere quitarme el fusil?, ¿alguien quiere quitarme el cuchillo?, atrévanse”. Nadie se mueve. En Odesa el líder de este grupo neonazi me dice que su modelo en el extranjero es la “Aurora Dorada” de Grecia.
“Pravy Sektor” se fundó hace muy poco, justo un mes antes de que comenzaran las protestas en Kíev. Agrupó en una especie de frente popular “antisistema” a varios de los grupos neonazis, ultraderechistas y nacionalistas radicales que se reclaman de la tradición de Stepán Bandera (1909-1959) y su organización armada insurgente (UPA) que luchó contra el NKVD de Stalin, colaboró con los nazis engrosando la división “Galitzia” de las SS cuando estos invadieron la URSS en 1941 y acabó luchando un poco contra todos; los comunistas, los alemanes y la Armia Krajowa polaca, antes de ser recuperado por la CIA que lo sostuvo con armas y dinero hasta 1959, cuando Bandera fue asesinado en Munich por agentes de Stalin con una bala de cianuro.
Bandera tiene hoy monumentos en Ucrania Occidental, donde su memoria goza de cierta base popular, pero se le considera una figura negativa en la mayor parte del resto del país, donde a los fachas se les designa con el nombre genérico de “banderovski”.
Junto con el partido “Svoboda”, “Pravy Sektor” y los “banderovski” en general, fueron la fuerza de choque paramilitar decisiva para mantener a lo largo de tres meses el pulso con la policía en Kíev. Son pocos, una minoría poco representativa, se dice. La simple realidad es que sin ellos no habría sido posible acabar derrocando el tambaleante gobierno de Viktor Yanukovich. Mientras oficialmente Washington y Berlín apoyaban a líderes con corbata como el actual primer ministro Yatseniuk o el ex boxeador Klichkó, otras fuerzas occidentales potenciaron como mano de obra por debajo al sector ultra. Dinero y canales de servicios secretos actuaron en Kíev de la misma forma en que lo hicieron en otras “revoluciones” contra adversarios. El resultado ha sido la aparición en la capital de Ucrania de un gobierno, que, sin poder ser reducido a una galería de radicales de derecha, contiene una muestra notable de ellos.
Al líder de “Pravy Sektor”, Dmitri Yarosh, nacido hace 42 años en una ciudad que lleva el nombre del primer policía bolchevique (Dneproderzhinsk), el 26 de febrero el nuevo régimen le ofreció el cargo de vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el órgano que supervisa servicios secretos, ministerio del interior y ejército. En los últimos días hubo informes contradictorios al respecto, pero al final Yarosh lo rechazó.
El responsable del CSN es Andri Parubi, oriundo de Galitzia. Parubi fue el “Comandante de la Autodefensa del Maidán”, es decir la persona que, más o menos, coordinaba el dispositivo paramilitar de la revuelta. Parubi fue el fundador del Partido Socialista-Nacionalista de Ucrania (SNPU), formación de estricta sonoridad neonazi con contactos internacionales neonazis en toda Europa y cierta base entre la juventud de Lvov, capital de Galitzia. En 2004 el partido se transformó en el movimiento “Svoboda” (Libertad). Un año después Parubi fundó un nuevo partido y en 2012 ingresó en “Batkivshina”, el partido de la ex primera ministra encarcelada por corrupción, Yulia Timoshenko.
En medios progubernamentales de Kíev se suele decir que “Svoboda” “cambió mucho en los últimos años”. Es verdad que en 2006 los radicales del SNPU se escindieron (hoy muchos de ellos están en “Pravy Sektor”), pero reducir ese partido a “nacionalistas radicales”, como ha venido haciendo la prensa anglosajona más influyente en esta crisis, es ingenuo. Bandas ultras han estado persiguiendo estos días en Kíev a activistas comunistas. La casa del líder comunista, Petró Siminenko, y la de su hijo, han sido incendiadas. Ha habido casos de secuestros y palizas. Poco a poco aparecen nombres. Mucho de todo esto se ha visto exactamente igual en el otro bando, a cargo de los titushkis lumpen incontrolados al servicio del gobierno anterior. En Odesa he observado esta escena de fachas y de prorrusos armados con escudos, cascos y porras y la conclusión es que se parecen mucho en actitudes, intransigencia y predisposición a la violencia. La gente no se identifica con ellos…Tal como está la guerra propagandística el problema es que, en Occidente los desmanes de los fachas no serán muy noticiables (allí nadie habla de la casa de Simonenko), mientras que cualquier abuso o violencia de lo prorrusos encontrará terreno fértil para hacerse eco. Dada la general intoxicación, hablar aquí de estos fachas es una cuestión de mero equilibrio.
Cuatro años después de que los radicales del SNPU se fueran, el líder de “Svoboda”, Oleg Tiagnibok, calificó de héroe a Iván (John) Demianiuk, uno de los matarifes ucranianos del campo de exterminio nazi de Sobibor, extraditado y juzgado en Alemania poco antes de morir. Tiagnibok calificó al gobierno de Ucrania como una “mafia ruso-judía” y hace cuatro años un documento programático de su partido llamaba a “abolir el parlamentarismo, prohibir todos los partidos políticos, nacionalizar la industria y los medios de comunicación, limpiar por completo la administración, el ejército y la educación, especialmente en el Este y liquidar físicamente a todos los intelectuales ruso-parlantes y ucrainófobos”. Los ministro europeos, como el alemán Frank Walter Stinmeier, se han fotografiado estrechando la mano de Tiagnibok, que en los últimos años fue recibido en varias ocasiones por el embajador alemán en Kiev. En 2013 el Congreso Mundial Judío pidió la ilegalización de “Svoboda”. Hoy la tesis del “mainstream” es que nada de todo eso es significativo.
En el actual gobierno de Kíev “Svoboda” tiene hoy tres ministros (ecología, agricultura y educación), además del viceprimer ministro, el número dos del gobierno, Aleksandr Sich, el fiscal general, Oleg Majnitski, y por lo menos seis gobernadores de provincias.
La simple realidad es que el conglomerado radical que fue decisivo para poner en Kíev un gobierno prooccidental, mediando episodios como la masacre de manifestantes y policías a cargo de oscuros francotiradores la víspera del derrumbe de la anterior administración, tiene hoy un poder real en este país. Por primera vez desde 1945 un sector claramente ultraderechista y con impulsos antisemitas controla importantes parcelas de poder en un gobierno europeo bendecido por la Unión Europea. Es un escenario a tener en cuenta en Grecia, si los que contestan la política de Bruselas/Berlín logran llegar al poder en Atenas.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/berlin/el-cuaderno-de-odesa-13826