Una raya más del tigre

El 8 de febrero fue día de fiesta. Akram Rikhawi por fin disfrutó de la libertad después de pasar casi una década en prisión. Y con una larga huelga de hambre (interrumpida varias  veces) desde el pasado mes de abril como protesta contra la negligencia médica con los presos políticos palestinos en las cárceles israelíes. 

Pero como siempre ocurre en el caso palestino las fiestas son preludios de velorio. En primer lugar porque todos los palestinos están presos aunque no estén tras las rejas. Gaza es un espacio sitiado al que, cuando han querido, no han dejado llegar ni siquiera barcos de ayuda humanitaria. 

Además los palestinos pueden ir tras las rejas cuando a Israel se le ocurra. La detención administrativa es un encarcelamiento sin cargos, sin motivo, sin acusación y sin ser llevado ante un juez. Son períodos de seis meses renovables hasta el infinito. Hoy hay aproximadamente 200 presos palestinos que están en esta situación, lo que es una arbitrariedad total puesto que la justicia militar israelí no tiene necesidad de presentar pruebas o motivos de acusación. Pueden tener encerrada a la gente durante uno, dos, tres, cinco años en las cárceles, sin que sean juzgados, sin que sepan si van a ser liberados algún día. Cuando un palestino lee a Kafka cree que se trata de un escritor costumbrista.

Pero he dicho velorio y para que lo haya debía haber muerto. Así que el 23 de febrero detuvieron a un hombre joven, 30 años, Arafat Jaradat, acusándolo de haber tirado una piedra. En cualquier lugar del mundo le hubieran dado un par de horas de calabozo y ya está. En Israel lo condenaron a paro cardíaco. Pero, alguien me dirá, no se puede condenar a nadie a paro cardíaco, el paro cardíaco es una falla del corazón, una dolencia natural. En cualquier lugar del mundo es así. Pero en Israel no es necesariamente una falla del corazón. Puede ser de los huesos del cuello. Cuando le hicieron la autopsia resulta que el corazón estaba sano, lo que tenía roto era el cuello. En Israel tampoco es necesariamente una dolencia natural. O, mejor dicho, lo más natural en Israel es la tortura. El año 67 ya eran 73 los palestinos muertos tras una golpiza. Arafat Jaradat será una raya más del tigre.


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