Por Alejandro Baeza / Resumen.cl
Nicolás Maduro ha sido reelegido como presidente de Venezuela, para alegría de algunas personas y molestia de otras. El proceso electoral del domingo demuestra lo flexible que puede ser el argumento de la institucionalidad democrática dependiendo del contexto, pues los países con vínculos fluidos en materia económica y/o política con Venezuela reconocieron los resultados inmediatamente, mientras por otro lado los países que se han mostrado históricamente hostiles al proceso bolivariano, esta vez, derechamente, no reconocieron los resultados.
Los motivos esgrimidos para adoptar tal posición -osada, sino agresiva, en la diplomacia- son diversos, algunos los hemos escuchado dentro de estos casi 20 años de proceso y otros resultan novedosos, y es uno de estos en que quiero centrarme, en el que precisamente ha sido el más repetido en la prensa: La baja participación.
Si nos ceñimos netamente a las cifras entregadas por el Consejo Nacional Electoral (CNE), dejando los eventuales juicios de valor a un lado, los datos objetivos son que Maduro fue electo con cerca del 68% de los votos con una participación de alrededor del 46%. Sin duda es un bajo nivel de participación, en especial para el que se configuraba como el país sudamericano con las tasas de abstención electoral más bajas de la región. Haciendo un análisis simple comparando la anterior jornada presidencial (2013) donde hubo una participación cercana al 80%, la caída es más que drástica.
¿A qué se debe este fenómeno? Las respuestas son complejas y como en todo no hay una explicación monocausal. Sin duda, uno de los aspectos más importantes fue la automarginación libre y voluntaria de la oposición agrupada en el MUD, quienes desde un inicio anunciaron su negativa a ser parte del proceso e hicieron llamados constantes a no votar, casi como un slogan de campaña. Su abstención podría explicar la ausencia de los 7 millones de votos que en aquella ocasión fueron al candidato Henrique Capriles. Sin embargo, Maduro redujo su votación en alrededor de ¡1.300.000 votos!, lo que demuestra que también hay un desgaste y agotamiento que es imposible negar.
¿Es esta merma en la cantidad de votantes un argumento para declarar la ilegitimidad de una elección? La afirmación no es del todo descabellada y merece a lo menos debatirla. Un sistema liberal democrático se basa (o debería) en la robustez de sus instituciones y en la legitimidad que le otorga la población al ser parte de las instancias de participación que ofrece. Sin embargo, si extrapolamos estos parámetros, la situación se vuelve compleja para buena parte de la región. Partiendo por los países que levantan el dedo acusador y quiénes a priori, antes del día de la elección, decidieron no reconocer el resultado. Comencemos con nuestro país; en las últimas elecciones presidenciales de Chile en que resultó electo Sebastián Piñera hubo una participación del 49% en la segunda vuelta, y de sólo un 46% en la primera vuelta. Su vecino Colombia tendrá sus elecciones este año, pero si analizamos la anterior (2014) vemos que la participación apenas alcanzó el escuálido 40%, (aumentando eso sí, para la segunda vuelta al 47%). En el caso de México, que también vivirá elecciones presidenciales este año, en el proceso de 2015 presentó un nivel de participación similar al de la Venezuela del domingo, 47%. Los casos de Argentina y Perú no son comparables, pues se rigen en un sistema de voto obligatorio y en Brasil, se rigen por un régimen de facto que llegó no por la vía electoral. Fuera de América Latina, el principal “enemigo” del gobierno venezolano, Estados Unidos, apenas supera estos niveles en la elección en la que resultó electo Donald Trump, donde contó con el 55% de participación. Del grupo que desconoce los resultados, sólo Canadá y el promedio de la Unión Europea sobrepasan el 60%.
Por lo expuesto, es posible concluir que en esta ocasión Venezuela se comportó en sintonía con su barrio, alcanzó los niveles de participación que vive gran parte de Latinoamérica con voto voluntario. Si bien el fenómeno de la abstención puede responder a las particularidades de caso, es imposible analizar lo ocurrido en cualquier país del mundo sin considerar el contexto continental. Reitero, si se quiere usar este argumento para postular ilegitimidad del resultado, las posibilidades se amplían a cuestionar lo legítimo de buena parte de los gobiernos latinoamericanos, lo que quizás sea el ejercicio que debemos hacer.
*Imagen: Marco Bello / REUTERS