Como Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP, me significa un gran honor, al tiempo que una inmensa responsabilidad, saludar al conjunto del pueblo de Colombia, con ocasión de cumplirse 50 años de la fundación de nuestra organización. Al hacerlo quisiera compartir con todos algunas consideraciones sobre nuestra lucha.
La Séptima Conferencia Nacional Guerrillera celebrada en el año 1982, dispuso que se añadiera a las cuatro letras de nuestra sigla FARC las letras EP, que nos darían a conocer en adelante como FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DE COLOMBIA EJÉRCITO DEL PUEBLO, con el propósito de expresar que a nuestro carácter político militar revolucionario se añadía un vínculo indestructible con la lucha de masas del pueblo colombiano, que las FARC perseguíamos la toma del poder para nuestro pueblo, partiendo de la idea fundamental de que sería ese pueblo el que unido, organizado y movilizado debía protagonizar los profundos cambios que reclamaba la patria.
No ha sido nunca nuestra idea suplantar al pueblo de Colombia, obrar a su nombre sin contar con su respaldo, pretender imponerle una u otra forma de lucha. Nuestros enemigos, los más rabiosos enemigos del pueblo colombiano, siempre se han empeñado en presentarnos como una gente extraña, aparecida quizás de dónde, cargada de ideas foráneas, ajena por completo a las realidades históricas, económicas y sociales de nuestro país. Nada más falso.
Quienes integramos las FARC, somos hijas e hijos de este pueblo, provenimos de familias campesinas, de las barriadas de grandes ciudades, de los tantos caseríos y pueblos dispersos por nuestra geografía nacional. Somos costeños del Caribe o el Pacífico, boyacenses, opitas, tolimenses, llaneros, paisas, santandereanos del norte y sur, putumayenses, caqueteños, pastusos o rolos, llevamos a Colombia prendida en el alma, amamos esta tierra que nos vio nacer. Somos indígenas, negros, mestizos, mulatos, morenos, blancos o monos, todas las variedades de la riqueza racial nacional, latinoamericana y caribeña. Y nos sentimos orgullosos de ello.
Al igual que el resto de la gente trabajadora y emprendedora de nuestra patria, somos gentes de paz, amantes de la vida familiar, colombianos esperanzados en salir adelante honradamente. No vinimos al mundo con las armas en la mano, mucho menos entonando cantos de guerra. Fue la dura realidad política de nuestro país, la que condujo nuestras vidas a la rebelión armada. Simplemente sucede que una vez en ella, fuimos claros de la necesidad de obrar con seriedad, responsabilidad y disciplina, si no queríamos ser exterminados con facilidad por el régimen político violento y sanguinario que nos perseguía.
Aún así hemos padecido todas las bestialidades y pagado con multitud de vidas, sangre, cárcel y sufrimiento, nuestra decisión de responder con dignidad al odio de las clases dominantes y sus aparatos de muerte. Nuestro pueblo tampoco ha sido ajeno al desenfrenado terror desatado por el Estado. Son millones los desplazados y desterrados, como centenares de miles los asesinados, desaparecidos, torturados, desposeídos, perseguidos y encarcelados. Algunos afirman, con tono de expertos, que de no haberse producido esta cincuentenaria confrontación, ninguna de estas atrocidades hubiera tenido lugar. Como si no hubiera sido precisamente esa barbarie demencial ejercida en Colombia por la oligarquía liberal conservadora durante décadas, la que desbordó en mayo de 1964 la paciencia de los campesinos asentados en Marquetalia, El Pato, Riochiquito, Natagaima, el río Guayabero y otras regiones de colonización agrícola, enfrentados a la terrible encrucijada de conformarse en guerrillas o perecer asesinados por el régimen intolerante.
A despecho de nuestros contradictores, podemos afirmar que el invicto arribo al 50 aniversario, ha sido posible gracias al apoyo y ayuda permanentes, de las enormes y anónimas masas campesinas y urbanas identificadas con nuestro accionar. La lealtad y la solidaridad de nuestro pueblo adquieren dimensiones legendarias, cuando se tienen presentes las brutales reacciones con las que los trece gobiernos sucesivos que nos han enfrentado en vano, han castigado sus anhelos de justicia social y cambios democráticos. Operativos militares vandálicos, sicarios de la inteligencia militar y policial, monstruosas bandas paramilitares, horrendas torturas en los interrogatorios, bombardeos indiscriminados, arremetidas directas de las fuerzas antidisturbios, masacres ejemplarizantes, montajes judiciales y abandono carcelario, por encima de su inhumanidad y barbarie, no han sido suficientes para acallar la inconformidad y la protesta de un pueblo, que pese al miedo propagado desde el Estado, colabora esperanzado con nuestra causa, se organiza, se moviliza y lucha por un país mejor, sin desigualdades ni crímenes.
Por eso expreso ahora nuestro reconocimiento a manera de sencillo homenaje. En nuestras mentes habita el recuerdo de todas esas ancianas y viejitos, de todos esos padres de familia, de todas esas mujeres y hombres, adultos y jóvenes, niños incluso, que jamás vacilaron para actuar a nuestro favor. Indiecitas e indiecitos, campesinas y campesinos, mineras y mineros, obreras y obreros, estudiantes de ambos sexos, gentes privadas de cualquier bien material que no dudaron en quitarse el pan de su boca para brindárselo a la guerrillera o el guerrillero heridos. Que lloran de pesar al ver a sus hijas o hijos enrolarse en nuestras filas, pero que sienten latir el corazón orgullecido en sus pechos, porque saben que ahora son combatientes de las FARC-EP y pueden hacer con su vida lo que ellos hubieran querido hacer y nunca pudieron. Todos son pueblo en lucha, clases oprimidas que se levantan en busca de la igualdad, sus muertos y nuestros muertos son los mismos, tejen la historia, construyen el mañana de justicia.
Fue por todos ellos, por evitar sus lágrimas y angustias, que desde los tiempos de Marquetalia, Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas, Hernando González Acosta, Jaime Guaracas, Miguel Pascuas, Fernando Bustos, Judith Grisales, Myriam Narváez y los demás integrantes del grupo de nuestros 48 fundadores, clamaron por una solución política dialogada y pacífica, que fuera capaz de evitar la confrontación que los sectores militaristas pujaban por precipitar sobre Colombia.
Poco más de medio siglo atrás retumbaban en el Senado de la República las voces del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado y el jefe liberal Víctor Mosquera Chaux, entre muchos otros, exigiendo que se pusiera fin, mediante la guerra, a las colonias agrícolas que en su delirio bautizaron como repúblicas independientes. Desde Norteamérica, los Estados Unidos disponían la aplicación del plan LASO, Operación de Seguridad para la América Latina que perseguía el exterminio de la inconformidad social y política en nuestro continente, con la cobertura de una lucha contra el comunismo, y contemplando esas colonias agrarias como objetivo militar.
La voz de los humildes campesinos de Marquetalia no pudo más que la fuerza imperialista y oligárquica concertada contra ellos. El clamor de paz de esos colombianos que sabían de las bombas y metralla que les caerían encima, de la persecución y el odio de que serían blancos, de la terrible ofensiva que con el pretexto de combatirlos a ellos se agudizaría contra el pueblo colombiano, no fue suficiente para detener la furia bélica del régimen bipartidista engreído por la ayuda yanqui. Generales gringos y colombianos aseguraron que en unas cuantas semanas tendrían liquidado el asunto. Aún sabiendo que no era cierto, conscientes de que se trataría de una lucha muy larga, que apuntaba a dejar tendidas en el campo de batalla final las esperanzas de redención económica, justicia social y personalidad política de millones de desposeídos.
Las FARC-EP nos reclamamos por eso como los legítimos defensores de la bandera de la paz. Nacimos como consecuencia de una declaración de guerra total por parte de la oligarquía colombiana y la Casa Blanca. Siempre hemos dicho que el camino de la reconciliación y reconstrucción nacional, pasa por el desmonte de la política de odios y aniquilamiento implementada desde los más altos cargos del Estado. En cada una de las mesas de diálogo conquistadas con diferentes gobiernos en las tres últimas décadas, hemos ratificado nuestra convicción de que para dar fin al conflicto armado colombiano, es fundamental erradicar las causas que lo originaron, la primera de las cuales es precisamente el ejercicio legal y extralegal de la violencia, la guerra y la persecución contra la oposición política democrática.
La oligarquía y sus asesores extranjeros, pese a las abrumadoras evidencias de su talante y accionar violentos, se empecinan hoy como siempre, en que es el pueblo inconforme y rebelde el responsable de la confrontación desatada por ellos. Por eso exigen arrogantes nuestra rendición y sometimiento, descartan por completo cualquier modificación en su régimen político, en sus aparatos de represión y sojuzgamiento, en sus políticas económicas que entregan la patria a los grandes inversores del capital foráneo. Pretenden, como en los tiempos de Marquetalia, que sus operaciones militares de exterminio, sus derroches de brutalidad bélica, su persecución judicial y criminal, sean vistos por la población colombiana y la comunidad internacional como gestos en busca de la paz y la concordia. Llaman héroes de la patria a sus autómatas duchos en matar.
Los violentos y guerreristas, con los peores calificativos de moda, resultamos ser los colombianos de abajo, los que nos hemos unido y organizado para defender nuestras vidas, para resistir la atroz embestida de los poderosos, los que por encima de todos los horrores empleados para arrasarnos, hemos perseverado inamovibles, por décadas y décadas, en la justicia de nuestra causa. La poderosa maquinaria de la propaganda oficial así nos presenta diariamente, atribuyéndonos las más perversas conductas e inclinaciones, persiguiendo también nuestra ruina moral, intentando volver en contra nuestra a millones de compatriotas desinformados y engañados. Asimismo, los más pérfidos impulsores de la violencia y el crimen pretenden presentarse como los abanderados de la paz. Sin tener siquiera reparos para alardear públicamente del alto número de cadáveres producidos por sus órdenes. Sin sentir pudor por sus amenazas de producir aún muchos más.
Las FARC-EP creemos que 50 años de guerra civil son más que suficientes para que afloren las verdades ocultas por la oligarquía que gobierna a Colombia. Al insistir en su campaña por la reelección, el Presidente Santos acusaba a sus fanáticos opositores de ultraderecha, de querer asesinar las esperanzas de paz del pueblo colombiano. Como si todos los días no estuviera ordenando intensificar las operaciones militares y los bombardeos, en su afán por matar los máximos líderes de la insurgencia con la que dialoga en La Habana, al tiempo que causar la mayor devastación posible entre los guerrilleros rasos. Como si en las mesas de diálogo con los campesinos en paro, su gobierno no hiciera otra cosa que dar largas y burlas a los petitorios con los que los hombres y mujeres del campo aspiran a detener y revertir los efectos de las políticas neoliberales que en su contra favorecen la agroindustria y la minería a gran escala.
Mientras que en su acción proselitista ponderaba las ventajas que traería el fin del conflicto, particularmente por las inversiones sociales que se realizarían con los recursos hoy destinados a la guerra, su ministro de defensa dejaba claro expresamente ante los medios, que ante la eventualidad de un acuerdo de paz, ni un solo peso destinado al presupuesto de guerra será disminuido, como tampoco decrecerá el pie de fuerza, ni el incremento del creciente poder bélico destinado al combate de las futuras formas de delincuencia que solo concibe su imaginación. Los discursos oficiales de paz chocan frontalmente con la aspiración declarada de pasar a jugar un papel preponderante en la geopolítica continental contra los procesos democráticos en curso.
No puede pasar desapercibido ante los colombianos que la retórica oligárquica apunta a una mayor militarización de la vida nacional, para dedicarla al aplastamiento definitivo de la lucha popular, no solamente en Colombia, sino en las patrias hermanas que ensayan un camino propio de desarrollo y democracia. Son esas las determinaciones que en medio de las campañas difamatorias y de exterminio paralelas, las FARC-EP enfrentamos serena pero dignamente en la mesa de conversaciones de La Habana, adonde no llegamos por considerarnos vencidos, ni por temor a la extinción con que nos pretenden amedrentar todos los días. Estamos allí, porque entendemos, por encima de la soberbia y la imponencia gubernamentales, que nada está definido en la lucha de clases e intereses en pugna en nuestra patria, que la oligarquía colombiana sólo podrá materializar sus propósitos, si no hay quienes se le opongan y enfrenten.
Estamos en La Habana porque soñamos con una paz efectiva, porque creemos en las capacidades de discernimiento e independencia del pueblo colombiano, porque pese a las emboscadas rastreras y a las diatribas calumniosas contra nosotros, tenemos fe en la lucidez de la inmensa mayoría de compatriotas. Confiamos en que en nuestro país tomará cuerpo, forma e inmenso tamaño, un verdadero movimiento de masas por la paz, capaz de atravesarse en los planes antipatrióticos y fratricidas de la oligarquía guerrerista y entreguista que gobierna a Colombia.
Apostamos a que ese mismo movimiento popular, que cancelará definitivamente el ejercicio de la guerra y la violencia por parte del régimen, alcanzará la unidad y la madurez necesarias para acceder al poder político del Estado, e imponer las reformas fundamentales que reclama la gente colombiana. En las condiciones históricas de hoy, entendemos la mesa de conversaciones como la oportunidad más favorable para impulsar y concretar la conformación de ese torrente popular. Sabemos bien que lo único que espera la oligarquía de nosotros es una entrega humillante, que ejemplarice ante el país y el mundo, el precio a pagar por quienes se atreven a contradecirla. Pero en la mesa somos dos partes, y las aspiraciones nuestras son por completo diferentes. El sentido verdadero de nuestro alzamiento armado ha sido siempre abrir el espacio al protagonismo decisorio del pueblo colombiano. Fieles a ese sueño cumplimos 50 años de lucha incorruptible. Y cumpliremos los que sea necesario si la oligarquía insiste de nuevo en impedir la paz.
Quisiera hacer una mención especial para exaltar en su nombre a todos los combatientes farianos. En algún campamento de las selvas de Colombia, con un sombrero vueltiao sobre su cabeza, un anciano octogenario trabaja todos los días, siempre con el fusil al alcance de la mano, por la consagración del triunfo del pueblo colombiano en su lucha contra la oligarquía militarista. Se trata del camarada Martín Villa, fundador de las FARC en el Magdalena Medio, un par de años después de la Operación Marquetalia, un campesino comunista de vida ejemplar, que con su mirada y sonrisa generosas nos lega sus enseñanzas y optimismo a todos los revolucionarios. Un fuerte abrazo para él y toda esa gente que dedica su existencia a la causa de servir desinteresadamente a su pueblo.
Ningún militante de las FARC-EP cuenta con bienes o recursos personales derivados de la lucha guerrillera, nadie percibe aquí salario o bonificación alguna por la entrega total de su vida a la causa revolucionaria. Contrasta el grado de altruismo de los combatientes y mandos farianos con los bienes y haciendas acumulados por los generales del ejército burgués, con los salarios, primas, y garantías de todo orden con que el Estado asegura la fidelidad de los hombres del pueblo transformados en verdugos de su propia gente. Mientras que todo lo que necesita un guerrillero para vivir, soñar y ser feliz lo lleva en el equipo que carga a sus espaldas, la oligarquía en el poder no podría mantenerse en él, si tan solo por un mes no pudiera cumplir con los pagos a sus tropas.
En este glorioso 50 aniversario, en nombre de todos los guerrilleros de las FARC-EP que extienden su abrazo fraternal al querido pueblo colombiano, al Ejército de Liberación Nacional y su comandante Gabino, a la vena consecuente y revolucionaria del EPL, al Partido Comunista Colombiano y demás organizaciones políticas anti sistema, quisiera manifestar nuestro profundo afecto por los pueblos de Cuba y Venezuela, que aun habiendo arrebatado el poder a la clase explotadora y violenta de sus países, se ven obligados a soportar las arremetidas traicioneras dispuestas desde la Casa Blanca, empeñada en revertir las cosas a su estado anterior.
También nuestra solidaridad con los pueblos y gobiernos de Bolivia y Ecuador, así como con todos los pueblos latinoamericanos y caribeños que se levantan por su soberanía, dignidad y desarrollo independiente. Al pueblo palestino, a todos los pueblos de Asia y África que enfrentan el saqueo imperialista, a los pueblos norteamericano y europeo obligados a cargar la cruz de la crisis capitalista, nuestros mejores deseos por la realización de sus justos anhelos. Un aliento de esperanza para Haití, ocupado y expoliado por la ferocidad trasnacional.
Estamos convencidos de que la lucha imbatible de los pueblos logrará salvar nuestro planeta de la depredación ambiental impulsada por las grandes corporaciones imperialistas, y que sólo la misma lucha hermanada podrá construir el paraíso terrenal que nos fue arrebatado por la avaricia de un puñado de explotadores y asesinos.
¡Hemos jurado vencer!… ¡Y venceremos!
¡Contra el imperialismo, por la patria! ¡Contra la oligarquía por el pueblo!
(*) Timoleón Jiménez es Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Fuente: http://farc-ep.co/?p=3307
Video:
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