Violeta Parra, la guitarra indócil: El libro en que Patricio Manns evoca y homenajea a la artista

Violeta Parra, la guitarra indócil deviene en anecdotario, en cuaderno evocador de intuiciones y sucesos, así como también en ajuste de cuentas. En algún momento Patricio Manns aclara que el libro está compuesto de apuntes y es así, pues sus capítulos se leen como anotaciones libres que a más de cuarenta años de su escritura se nos presentan como esclarecedoras del contexto en que Violeta se hizo a sí misma y a cómo se han configurado algunos elementos de esto que hoy se ha venido a llamar patrimonio cultural. Aniceto Hevia / resumen.cl El texto está fechado el 5 de junio de 1976 en París y su primera edición chilena estuvo a cargo de Ediciones Literatura Americana Reunida en Concepción, durante 1986. Su lectura deja la impresión de haber leído un homenaje sincero y desprovisto de ampulosidad, por eso aleccionador y conmovedor. Y es que su autor trabajó junto a la artista desde su retorno de Europa en 1965, cuando junto a Isabel y Ángel Parra y Rolando Alarcón comenzaban una descollante carrera en La Peña, donde, según recuerda, “por derecho propio, comenzó a presidir la fantástica asamblea del canto en la calle Carmen noche a noche”, añadiendo: “Ella guía muchas de nuestras composiciones de la época, hace severas objeciones críticas -pero también cálidos elogios- discute separadamente con cada uno de nosotros determinadas cualidades de nuestras creaciones, aconseja, impugna, estimula. Quiero recordar aquí que ella detentaba un carácter en el cual se sintetizaban unas de las más profundas ternuras femeninas que haya conocido nunca, y un terremoto voluntarioso, agresivo, dominante y avasallador. Cuando Violeta tenía razón, era preferible callar. Y, a veces, también, cuando la tenía a medias. O cuando no la tenía”. [caption id="attachment_83186" align="aligncenter" width="700"]Violeta Parra, la guitarra indócil Violeta Parra, la guitarra indócil. Portada de libro. Ediciones Literatura Americana Reunida. Concepción, 1986[/caption] El vínculo persistió luego que en los primeros meses de 1966 emprendiera su propio proyecto en La Carpa de La Reina, recibiendo la ayuda permanente del grupo de Carmen 340, al cual se había unido Víctor Jara. Ahí, “su principal preocupación fue establecer una comunicación directa con 'su público'. La Carpa parece un lugar apropiado y natural: se trata de una vieja carpa de circo, amplia y circular, con un escenario y modesto equipo de amplificación, capaz de albergar mil personas. Ella vive ahí, prepara con sus manos bebidas y comidas criollas, atiende a los visitantes, organiza encuentros entre sus polluelos y las figuras de amplio ámbito continental que pasan por Chile. También compone, escribe, teje, pinta, esculpe, realiza presentaciones radiales, giras, concede entrevistas, graba, vive. Parece feliz”. Lo que crea y exhibe Violeta en La Carpa constituye la expresión de un proceso de aprendizaje y de indagación que de acuerdo a Manns tiene un hito en 1953, cuando se decide a recorrer pagos de distintas latitudes del país, recolectando elementos de una cultura que hasta entonces no tenía otro medio de transmisión más que la oral. Estos esfuerzos no contaron con apoyo institucional, “la misma Universidad de Chile... le niega ferozmente los mínimos recursos para adquirir un pequeño equipo de grabación que facilitaría enormemente su trabajo en los campos”. Si bien la escasa valoración hacia sus iniciativas por quienes detentaban posiciones de poder institucional fue una constante en su trayectoria, esto no constituyó un impedimento en su búsqueda. “Violeta habrá cantado durante toda su juventud temas de ancho consumo popular: corridos mexicanos valses del Perú, boleros, la falsificación torera y gitana de ciertas formas demasiado populares de la música española; en todo caso, deformaciones locales de la música, y más aun, de la canción utilizada como factor alienante, esto es, la música que, bajo el cartel de internacional, la radiodifusión propaga entre un público ávido de escape, adecuando su gusto y estratificando su sensibilidad en niveles ciertamente inferiores”, explica el poeta y cantautor, pero existiría un momento iniciático, enunciado así: “Cuando el hombre [en este caso la mujer] descubre su voz, nace una vez; cuando descubre los materiales de su canto nace por segunda vez”. Las radioemisoras de entonces, controladas por gremios como la Sociedad Nacional de Agricultura, la Sociedad Nacional de Minería y, por otra parte, la iglesia católica, difundían una programación, que cuando era nacional, emitían canciones de agrupaciones como Los cuatro huasos, predecesores de Los huasos quincheros. En ellas, “jamás una imagen de dolor, de preocupación, salvo la melancolía sentimental del patrón que recuerda una aventura de verano junto a una modesta muchachita que tenía muchas prerrogativas, menos una: decir no”. De acuerdo al autor, Violeta “aseguró muchas veces que ella conoció la Lira Popular. Y era imposible que no la conociera. En sus Décimas están los trenes de la infancia, y en esos años y en esos trenes, lo poetas populares recitaban sus versos y vendían su folleto”. Este formato influiría en la creadora al momento de trabajar en su propia obra, cuando busca relatar las situaciones que ahora podemos representarnos a partir de su voz. Finalmente, es la poesía popular la que encuentra en Violeta una continuadora y enriquecedora de su acerbo. El narrador originario de Nacimiento saca cuentas: “Entre 1953 y 1967 median catorce años. Estos catorce años parecen bastar a Violeta para cumplir la última parte de su trabajo sobre la tierra […] comienza a desplegar la eclosión de su oficio -recopilación, composición, pintura, escultura, tejido, canto, viajes- cuando bordea los 36 años de edad” [nació en 1917]. Desde su regreso a Chile hasta su suicidio, Violeta Parra desarrolló la última parte de su trayectoria que ya acumulaba una obra prolífica, sin que ello le permitiese acceder a mayores apoyos institucionales. Patricio Manns explica que el quehacer de los músicos, precursores de lo que luego se denominaría Nueva Canción Chilena, tenía una cantidad creciente de detractores. Para graficarlo, recuerda que en 1965 Ángel Parra escribió su Oratorio para el pueblo, una versión popular y situada de las Misas Criollas que entonces eran divulgadas con la anuencia eclesiástica, generándose ahí las primeras reacciones. Aunque en 1965 ya tenía las canciones que compondrían el disco El sueño americano, donde figuran composiciones como Canto esclavo; Ya no somos nosotros; América novia mía, no podía grabar, pues los sellos le exigían sustituir y transformar los textos de las canciones. “Es preferible que quede inédito. Recuerda que ustedes se han convertido en una suerte de espejo en el cual se mira un gran sector de la juventud chilena”, le habría dicho Violeta. Finalmente, en 1967 el disco comenzó a circular, pero habría sido excluido de la radiodifusión. “Se convirtió en, apenas, en un disco que los turistas, ávidos de la canción protesta chilena llevaban al exterior, pero que en Chile, solo conocieron algunos músicos”, rememora. Dos días después que carabineros, militares y detectives perpetraran la masacre de El Salvador en 1966, Rolando Alarcón compuso y grabó Se olvidaron de la patria, una canción alusiva al hecho, pero el propio Eduardo Frei Montalva, en su calidad de presidente de la república “telefoneó a Ricardo García, un destacado hombre de radio (quien presentó por primera vez a Violeta Parra en una emisora), para advertirle que no toleraría la difusión de ese tema”. Por otra parte, para instalar La Carpa se le había asignado a la dueña un sitio alejado de la conurbación santiaguina, cuestión que desembocó en una escasa concurrencia a los espectáculos y una inviable continuidad de la iniciativa. El cronista menciona que Violeta Parra intentó suicidarse a mediados de 1966, cuestión que concreta el 5 de febrero de 1967. Solo después “se revisa exhaustivamente sus grandes baúles sangrantes, se registra[n] todos los rincones del universo parriano, este macrocosmos personal, intolerable, radiante; que se estudian y comprenden sus versos, su estilo; que se la explica, se la expone, se la publica, se la homenajea”. Patricio Manns evoca el momento en que, luego de una gira el avión en el cual viajaban de regreso a Santiago junto a Violeta Parra y otros músicos/as no podía aterrizar debido a una avería. En medio del pánico de la mayoría de la tripulación, ella mira por la ventana el arrebol y luego el anochecer. -¿Eres feliz? -me preguntó Violeta. -No escribiría -repuse convencido. Luego de un silencio: -Hay un poco de verdad -murmuró. -La gente que nos escucha o que nos lee, en realidad, escucha o lee nuestros sufrimientos. A lo mejor nos busca para sufrir también un poco, de algún modo nuevo. Porque no todo el mundo sufre de la misma manera. Ellos no comprenden bien qué es lo que nos sucede, y muchas veces, nosotros no comprendemos bien qué les sucede a ellos; pero se acercan como un niño al fuego, presintiendo que pueden quemarse las manos y sin embargo, tocan. -¿Quieres ver algo hermoso? -Ya lo veo. Y contemplaba absorta, abiertos sus ojos oscuros, como deslumbrados, como una niña morena de largo pelo negro y una suave sonrisa bella, dulce y blanca. En su rostro campaneaba la luz más plácida y la serenidad más contagiosa. […] La luna había salido por fin completamente. Un gran disco amarillo fulgurando contra un cielo profundamente azul, azul oscuro. Abajo, sobre la derecha, picos de piedra agresiva, hondonadas sin fondo, aridez desamparada y fría, negra y misteriosa.
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