Violeta Parra: La infancia campestre

Es costumbre antigua publicar los libros por entregas, en periódicos. Desde Balzac a Mariátegui se ha seguido esa rutina. Ahora, por invitación de mis amigos de Resumen, me sumo a la lista. Este es el primero de 12 artículos sobre Violeta Parra que espero se pueda convertir luego en libro para celebrar el centenario de nuestra autora.

Por Daniel Mathews /resumen.cl

Alguien proponía que se escribiera una historia de la literatura sin nombres propios. Según eso no debería haber biografías. Borges comenta que la biografía de cualquier autor es en realidad un cuento escrito por otro. La mayor parte de las veces es verdad ¿Qué tan importante para entender el Quijote es saber que Cervantes combatió en Lepanto? Sin embargo creo que hay excepciones. Violeta Parra es una de ellas. Como veremos más adelante es de esos autores que expresan al sujeto migrante. Arguedas, Rulfo, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra no pueden ser entendidos sin los aportes, técnicos y vivenciales, que les dio la ciudad. Pero tampoco lo pueden ser sin un pasado previo rural.

A ese primer momento de formación dedicare el presente artículo. Lo hago así, además, porque la fuente es ella misma. En su libro de décimas nos cuenta su infancia. Lo que pretendo hacer es sacar, como citas textuales, las referencias que nos da la autora sobre su infancia. Será en otra entrega que analice el libro como producción poética, tarea en la que me han antecedido varias estudiosas como Carla Pinochet, Paula Miranda y otras. Por eso no colocare marcas de separación de versos, los citare de corrido. Una advertencia previa es que mucho de cualquier texto de memorias no es lo que se vivió realmente sino la forma como se recuerda ese tiempo pasado. En nuestro caso ese no es un defecto. Por el contrario, estamos rescatando lo que le queda de la infancia a la Violeta Parra en su momento de creación. Como veremos es un momento idílico que se interrumpe cuando se ve obligada a salir del campo rumbo a Santiago.

Violeta del Carmen Parra Sandoval nació un 4 de octubre de 1917. Nieta de José Calixto Parra, que vivía en Chillan. Lo describe como “bastante respeta´o, amistoso y muy letra´o”. Hija de Nicanor Parra, que era profesor de música. El abuelo Calixto no sólo se había preocupado de darle educación a todos sus hijos sino que “a petición de mi abuela les enseñó a solfear”. Por el lado materno su abuelo Ricardo Sandoval “era inquilino mayor, capataz y cuidador poco menos que del aire”. Mal pagado, como todos los campesinos, pero con quince bocas que alimentar. La abuela criaba pollos de raza, “sacaba miel en enero, limpiando trigo en febrero para venderlo en abril”.

Así que podemos decir que la infancia de Violeta tuvo dos influencias: la agraria y la musical. La descripción de los padres sigue el mismo camino que la de los abuelos. Entre las letras y el campo: “Mi taita fue muy letrario, pa´ profesor estudió” y más adelante dice que es “profesor conferenciante y cantor”. Sobre la mamá afirma “Mi mamá como canario nació en un campo flori´o”.

La niñez de Violeta Parra no fue muy fácil. La casa era festiva y se tomaba “vino del que se usa en misa todos los viernes primeros”. Pero en cambio ella salió enfermiza. “Empezó a hacerme sufrir primero, con la alfombrilla, después la fiebre amarilla me convirtió en orejón. Otra vez el sarampión, el pasmo y la culebrilla”. Como vemos varias de esas enfermedades están llamadas por sus nombres tradicionales, lo que la sitúa en una cultura ancestral.

Esta educación rural se acentúa porque trasladan al papá a enseñar a Lautaro, justo en momentos de epidemia en el sitio. El colegio le muestra las diferencias sociales. “Mis compañeras eran niñitas donosas, como botones de rosa” recuerda. Pero ella, con el sueldo de profesor que tenía su padre, resultaba más bien pobre “una garrapata menor d´un profesorcito de sueldo casi justito”. Para colmo de males el padre se dedica a tomar y “en la chupeta se le va medio salario mientras anuncian los diarios que sube la marraqueta”. La mamá se ayuda tejiendo y Violeta aprende el mismo arte, en esta época cosen polleras, muchos años después el arte de coser lo llevara hacia las arpilleras.

Aunque tiene un buen recuerdo de la profesora Enriqueta en realidad no es una buena alumna. Es más declara odiar el colegio “del libro hasta la campana, del lápiz al pizarrón” y por el contrario su gran afición es la música “Y empiezo a amar la guitarra y adonde siento una farra allí aprendo una canción”. Otra vía de escape de la escuela es la naturaleza: “Como nací pat´e perro ni el diablo m´echaba el guante; para la escuela inconstante, constante para ir al cerro”. Son travesías en las que acompaña a su hermano Tito en sus estudios de biología “cazando mil mariposas, sanjuanes y moscardón, palote y grillo cantor…”.

Si la situación ya era mala por el bajo sueldo del profesor y porque el papá se lo gastaba tomando, la cosa empeora con el gobierno (dictadura lo llama Violeta) de Ibañez: “Fue tanta la dictadura que practicó este malvado que sufr´el profesorado la más feroz quebradura”. “Así creció la maleza en casa del profesor por causa del dictador entramos en la pobreza”. En efecto, el papá es despedido del magisterio “brillando está el sobre azul con el anuncio fatal”. En vez de pararle la mano al alcohol la falta de trabajo le sirve de aliciente para seguir tomando: “De noche pasa en desvelos, delira por el alcohol”.

Como una manera de pasar el mal momento económico el padre le pide al abuelo un adelanto de la herencia. Los versos con que Violeta Parra describe el campo son los más alegres de su libro en décimas:

Comprende aquel testamento

Lo alegre del vecindario

El canto de los canarios

Par´ adornar este cuento

El lamentar de los vientos

La sombra del higuerón

El humo del corralón

Cuando hay que hacer la matanza

Y el arco de las alianzas

En las alturas de Dios

Pero los problemas económicos siguen y con ellos el padre sigue tomando y al final “le rapiñaron la herencia”. Entonces es hora de trabajar en tierra ajena. Va a las de Domingo Aguilera. Con las hijas de este “aprendo lo qu´es mansera y arado”. El padre sigue viviendo en Chillán, donde Violeta viaja constantemente llevándole sus ganancias tanto en dinero como en especies: “Una pechuga de gansa, un mate pa´ la tetera”.

Pero pronto el padre muere, tuberculoso. Es una de las últimas escenas en el campo. Y por ello del presente artículo. Violeta Parra se va a la ciudad “por orden de Nicanor”. Pero, lo iremos viendo, se lleva el campo con ella. En la próxima entrega la veremos como recopiladora del folklore chileno.

Estas leyendo

Violeta Parra: La infancia campestre