Es costumbre antigua publicar los libros por entregas, en periódicos. Desde Balzac a Mariátegui se ha seguido esa rutina. Ahora, por invitación de mis amigos de Resumen, me sumo a la lista. Este es el último de 12 artículos sobre Violeta Parra que espero se pueda convertir luego en libro para celebrar el centenario de nuestra autora.
Daniel Mathews / resumen.cl
A fines del siglo XIX se crean en América Latina expresiones musicales nuevas: el vals, el tango. Son el resultado de un proceso social más complejo que tiene que ver con el nacimiento de una clase trabajadora que pugna por expresarse. En Chile, en el mismo momento, nace lo que se llamó la Lira Popular. Periódicos escritos en décima, impresos y vendidos por los propios escritores y que resultaban ser una alternativa a la prensa oficial y oligárquica. Pero musicalmente se mantuvo la cueca. Es un ritmo traído por los españoles desde las Palmas Canarias como que se siguen cantando serenatas a la “palmerita”, como se les llama a las moradoras de esas islas afro-hispanas.
Es en la década del 60, con nuevos impulsos modernizadores en el conjunto del continente que nace la Nueva Canción (en Cuba “Nueva Trova”). Bien podríamos decir que el papá de todo esto fue Atahualpa Yupanqui (seudónimo de Héctor Roberto Chavero) y la mamá Violeta Parra. Aunque separados por nueve años de diferencia vivieron los mismos procesos: la migración de lo rural a lo urbano y el compromiso social.
Como hemos visto a lo largo de la serie de artículos que terminamos hoy no sería posible entender a Violeta (o a Atahualpa Yupanqui) sin esa dialéctica de lo migrante, que es decisiva en todo el proceso social de los 60. Dialéctica que supone otra paralela: la de tradición/innovación. Son canciones que tienen raíces campesinas claras pero que pasan por un trabajo musical muy desarrollado. Pero tampoco podríamos entenderla como una simple adaptación a este proceso. Se trata de una mirada crítica que quiere que la modernización pase por un proceso alternativo. Un proceso de justicia social que incluso influyo en las esferas del poder político con las presidencias de Allende (Chile), Velasco (Perú) o Juan José Torres (Bolivia). Aunque es claro que el arte popular siempre está a la izquierda del poder institucional.
Al decir que Atahualpa Yupanqui y Violeta Parra son los padres de la Nueva Canción estamos usando una licencia poética. No estuvieron solos. Margot Loyola es apenas un año menos que Violeta Parra y podríamos hacer un recorrido de vidas paralelas. Más allá de las fronteras tenemos el trabajo poético musical del cubano Carlos Puebla, que también está de centenario este año.
Y a partir de ellos va naciendo una tradición. En 1959 nace el grupo Millaray donde destacan los esposos Gabriela Pizarro y Héctor Pávez. Hacia fines de la década de 1960 Pávez se había consolidado como uno de los principales investigadores del folclor chileno. Había recopilado más de 120 piezas musicales y más de 15 danzas. Su compromiso partidario fue decisivo para que en 1970 sea designado presidente del Comité de Folcloristas de la Unidad Popular.
En esa la actividad musical, y cultural en general, era muy intensa y se expresaba en diversas peñas. Pero es en 1969 cuando nace el nombre a partir del Primer Festival de la Nueva Canción Chilena organizado en julio de 1969 por la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile
En 1973 no se interrumpió el proceso. Es cierto que uno de los símbolos de los crímenes de la dictadura es el que se perpetró contra Víctor Jara. Pero el pueblo siguió cantando, aunque sea en silencio. Y siguieron apareciendo nuevos cantos. Esta vez de resistencia. Por otra parte el exilio creo nuevos grupos, que adaptaban otras influencias según los países donde les tocara en suerte vivir. Es el caso del grupo Corazón Rebelde que nace entre los refugiados en París. Las canciones “Adónde van”, “Santiago”, “Desaparecidos” y “Valparaíso”, por ejemplo, aludían al golpe militar, los detenidos-desaparecidos y el exilio, mientras que “Tíos de acero” hablaba de cómo la marginación social destruía progresivamente la infancia (“Y los niños en las calles juegan a vivir”, decía una parte de la letra).
Luego de terminada la dictadura ya no será el folklore sino el rock el espacio desde el que vivirá la Nueva Canción. Pero Violeta Parra seguirá siendo uno de los símbolos desde la que se construye la identidad musical chilena. Es el tema central de la canción “La exiliada del sur” del grupo Los Bunkers, banda de rock chilena fundada en 1999 en la ciudad de Concepción. El grupo estuvo compuesto por los hermanos Durán (Francisco/Mauricio), los hermanos López (Álvaro/Gonzalo) y Mauricio Basualto. En la referida canción se juega a partir de las décimas de Violeta Parra para terminar con una clara referencia al desarme de Violeta Parra por una sociedad chilena que cada vez se reconoce menos a si misma:
Desembarcando en Riñihue Se vio a la Violeta Parra Sin cuerdas en la guitarra, Sin hojas en el coligüe.