Editorial:
Consensos, la cocina del poder.
Las dudas que había respecto a la verdadera voluntad política del gobierno de la presidenta Bachelet y de la Nueva Mayoría de llevar a cabo algunas reformas profundas han ido quedando despejadas. Prontamente despejadas. No existe tal voluntad de cambios y transformaciones.
Las tímidas reformas que se habían venido anunciando producto de la presión ejercida por la movilización social de los últimos años, a poco andar, han ido sufriendo modificaciones. Además de las ambigüedades, camisas de fuerza y limitaciones con que se impulsaban ciertas reformas, éstas han perdido gran parte del contenido inicial y buena parte de la coherencia y significado con que se habían presentado. La causa de fondo de este fenómeno es la relación de identidad de los gobernantes con los cánones del modelo económico y político de dominación; eso explica la nula voluntad de cambios y la búsqueda de excusas y subterfugios para mantener el orden de cosas y dar la apariencia de que se pretenden realizar transformaciones.
Esta vez, el pretexto escogido ha sido la llamada “democracia de los consensos”, que no es otra cosa que la política con total prescindencia de la ciudadanía para hacer solo lo que permitan hacer en el país los verdaderos dueños del poder político y económico. Es decir, la política de los consensos busca salvaguardar los intereses de los poderosos, y punto. A los concertacionistas nunca les han faltado pretextos y justificaciones para encubrir su apego a los designios del poder y disfrazar el abandono brutal de los intereses populares y nacionales que en sus campañas y programas han dicho y pretendido representar. Por lo demás, la “democracia de los consensos” es el símbolo de la claudicación y del fracaso de sus anteriores 20 años de gobierno; no contentos con ese historial de vergüenza, lo reeditan amparados en el actual inmovilismo social.
La reforma tributaria, la reforma educacional y la reforma al sistema electoral, están sumidas en esta pérdida de fuerza y coherencia. Luego de los rimbombantes anuncios iniciales, devino la reacción de los grupos de poder que veían amenazada alguna porción de sus intereses. El lobby y los favores políticos fueron razón y presión suficiente para imponer frenazos y cambios de rumbo. Un ejemplo nítido de esta práctica de protección de lo establecido ha estado dado por el frenazo y giro que se le dio a la tramitación de la reforma tributaria.
La democracia consiste en respetar las voluntades de las mayorías, pero nuestra clase política ha reducido la democracia al arte de “negociar”, o más bien el arte de “cocinar” arreglines a espaldas de la ciudadanía. ¿Esto es lo que entienden los gobernantes por hacer un gobierno participativo? ¿El rol de la ciudadanía es solo mirar como “cocinan”? La ciudadanía los eligió para otra cosa, no para que se la cocinen, porque lo que está claro es que de estos arreglines los únicos que saldrán fritos son los ciudadanos y el pueblo de este país.
Esta práctica no es nueva. La política de los consensos es la careta pública con que los políticos de la antigua Concertación, hoy Nueva Mayoría, camuflan su concomitancia, su adhesión, su subordinación, ideológica y práctica, a los designios y arbitrios de los detentores del poder económico y mandantes del poder político. En este caso, la actitud gubernamental queda desnuda puesto que cuenta con una mayoría parlamentaria que le permitiría dar curso, aprobar y promulgar todas las reformas que la ciudadanía reclama. Pero, como queda en evidencia, lo que no tienen es la voluntad política de introducir reales reformas.
Como siempre, los gobernantes están más preocupados de parecerles bien a los empresarios y a la derecha política que a la ciudadanía que los ha elegido. Las demandas ciudadanas solo las utilizan como recurso electoral, pero una vez conseguido el propósito se apresuran a darle la espalda y burlarse de la voluntad popular. O dicho de otra manera: la política de los consensos es la cocina donde los articuladores y exponentes de los poderes fácticos preparan y cocinan las formas y fórmulas de seguir manteniendo y perfeccionando este modelo de dominación. Así lo grafican las expresiones y la práctica política de Andrés Zaldívar, uno de los más genuinos representantes de los poderes fácticos que hoy se encuentran en el gobierno, cuando dice que “en estas cosas, no todo el mundo puede estar en la cocina”. Las explicaciones de Zaldívar para justificar los arreglines en cuanto a que “este tipo de soluciones requiere una cierta manera de hacer las cosas que no puede hacerse de cara a la opinión pública” develan el espíritu oligárquico y prepotente de la clase política.
Contraportada: 40 años de la caída en combate de Miguel Enríquez